Sobre el matrimonio
La Declaración de Manhattan afirma que el fundamento natural del matrimonio es la unión de un hombre con una mujer, colaboradores de Dios en la transmisión de la vida y en la educación de los hijos. “El matrimonio entonces, es la primera institución de la sociedad humana, en la cual todas las demás instituciones humanas tienen su fundamento”. El matrimonio es santo por creación de Dios y bendecido por Jesucristo en las bodas de Caná.
La declaración agrega que, cuando la cultura del matrimonio se deteriora, “se manifiestan las patologías sociales de todo tipo (…) Lamentablemente, hemos sido testigos en el transcurso de las últimas décadas de una grave erosión de la cultura del matrimonio. Tal vez el indicador más significativo y preocupante, es el aumento de la tasa de natalidad fuera del matrimonio. Menos de cincuenta años atrás, era de menos del 5 por ciento. Hoy en día es más del 40 por ciento”.
Nos arrepentimos de haber transigido ante la cultura del divorcio
Otro indicador es la “devastadora alta tasa de divorcio (…) Confesamos con tristeza que los cristianos y nuestras instituciones a menudo hemos fallado escandalosamente en la misión de mantener la institución del matrimonio y su verdadero significado. (…) Nos arrepentimos de haber transigido con demasiada facilidad ante la cultura del divorcio y de haber permanecido en silencio acerca de las prácticas sociales que socavan al matrimonio”.
“El movimiento para redefinir el matrimonio, a fin de reconocerlo entre personas del mismo sexo, es un síntoma, pero no es la causa de la erosión de la cultura del matrimonio”. Estas corrientes, reflejan la “pérdida de comprensión del significado del matrimonio tal y como se contempla en nuestra legislación civil y religiosa y en la tradición filosófica que contribuyó a dar forma a la ley. Sin embargo, es fundamental resistir a este impulso, porque ceder a esto significaría el abandonar la posibilidad de recuperar una sólida cultura de comprensión del matrimonio y, con ella, la esperanza de la reconstrucción de un matrimonio sano”. (…)
“Reconocemos que hay quienes están dispuestos hacia la conducta homosexual y a las relaciones promiscuas, como otros están dispuestos hacia otras formas de conducta inmoral. (…) Hacemos un llamamiento a toda la comunidad cristiana a resistir la inmoralidad sexual, y al mismo tiempo a que se abstengan de la condena de quienes se entregan a ella. Nuestro el rechazo al pecado, aunque firme, nunca debe convertirse en rechazo de los pecadores. Porque cada pecador, independientemente del pecado, es amado por Dios, que no busca nuestra destrucción, sino la conversión de nuestros corazones”.
El cuerpo no es instrumento de deseos: la persona es una unidad de cuerpo y espíritu
La declaración insiste en que no puede haber matrimonio entre personas del mismo sexo por el único motivo de complacer los deseos personales de algunos, porque, en primer lugar, “el matrimonio es posible gracias a la complementariedad sexual del hombre y la mujer” y, como consecuencia, en segundo lugar, porque “el cuerpo no es un simple instrumento extrínseco de la persona humana, sino que es realmente parte de la realidad personal del ser humano. Los seres humanos no se definen sólo por su conciencia o sus emociones, o su mente, o su espíritu, sino que la persona humana es una unidad dinámica de cuerpo, mente y espíritu. Sólo así se puede sellar un compromiso, completado y actualizado por la relación sexual amorosa en la que los cónyuges se hacen una sola carne, no sólo en sentido metafórico, sino también por el cumplimiento de las condiciones de comportamiento orientado al gran fin de la procreación”. (…)
“Por eso, la verdad es que el matrimonio no es algo abstracto o neutral que la ley legítimamente pueden definir y redefinir para complacer a los que son poderosos e influyentes”.
Reconstruir la cultura del auténtico matrimonio
“Nadie tiene el derecho civil a que una relación no matrimonial sea considerada como matrimonio. El matrimonio es una realidad objetiva -el pacto de unión entre marido y mujer- y es deber de la ley, en aras de la justicia y del bien común, reconocerlo y apoyarlo. Si no lo hace, se sigue de ello un auténtico daño social. En primer lugar, se pone en peligro la libertad de conciencia. En segundo lugar, se conculcan los derechos de los padres con los programas de educación sexual en los colegios, a través de los cuales se inculca en los chicos la idea de entender como ‘matrimonio’ a relaciones sexuales que muchos padres consideran intrínsecamente inmorales y no-matrimoniales. En tercer lugar, se daña el bien común de la sociedad, ya que la propia ley, en su función pedagógica, se convierte en instrumento para erosionar el auténtico significado del matrimonio, del cual depende radicalmente el florecimiento social de la cultura del matrimonio. Lamentablemente, en la actualidad estamos lejos de tener una cultura fuerte del matrimonio, pero si tenemos que empezar el proceso -de vital importancia- para reformar nuestras leyes y costumbres y así reconstruir esa cultura, no podemos permitirnos el lujo de redefinir el matrimonio, incorporando en nuestra legislación falsas figuras del mismo”.
Concluyendo su segunda parte, el documento hace un llamado a “trabajar sin descanso para preservar la definición legal del matrimonio como la unión de un hombre y una mujer y para reconstruir la cultura del matrimonio. ¿Cómo podemos, como cristianos, hacer otra cosa? La Biblia nos enseña que el matrimonio es una parte central de la alianza de la creación de Dios. De hecho, la unión de marido y mujer refleja el vínculo entre Cristo y su Iglesia. Y así como Cristo quiere, por amor, darse a sí mismo por la Iglesia en un sacrificio completo, en lo que a nosotros respecta estamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio por el bien del inestimable tesoro que es el matrimonio”. (Continuará)
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Juan C. Sanahuja –
2 comentarios
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¡Pues era hora que lo reconociesen!
Este mea culpa está señalando un punto de inflexión a mi juicio muy importante, un ¡hasta aquí llegamos! que preanuncia un enfrentamiento tan radical como global contra el naturalismo que todo intenta abarcarlo.
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