Lo de querer hacer dos cosas incompatibles a la vez parece que es una manía que el ser humano padece desde antiguo. El refranero español tiene todo un abanico de expresiones para su diagnóstico, y que a la vez, bien meditadas, pueden servir como manual de prevención. Las versiones presentan diferentes matices según el estilo personal de cada tiempo y de cada región, pero todas vienen a señalar el mismo absurdo con una verdad de Perogrullo. «Soplar y sorber no puede ser», «no se puede estar en Misa y repicando», «dormir y guardar las eras, no hay manera», son algunas de las tantas variantes que encontramos en nuestro idioma.
El fenómeno, sin embargo, es universal, y por eso no hay idioma que no tenga su repertorio más o menos extenso en el que se denuncia la misma imposibilidad. Los ingleses, cuyo único motivo de gloria culinaria es el pastel, lo han elegido como protagonista de su refrán, y así dicen «You can’t have your cake and eat it too», es decir, «no puedes comerte el pastel y a la vez tenerlo». Los italianos siguen una línea más picaresca para ilustrar la misma verdad: «non puoi avere la botte piena e la moglie ubriaca», lo que puede traducirse como «no puedes tener el barril lleno y la esposa borracha». No creo que exista país de Europa, ni del mundo, que no tenga sus refranes equivalentes.
A pesar de todo, el hombre ha hecho por lo general caso omiso de estos sabios consejos folclóricos, y hoy como ayer sigue intentando la cuadratura del círculo. No es que no acepte en teoría y en su sentido literal las verdades que constatan todos esos refranes, pero a la hora de aplicar su sentido general a las situaciones concretas de la vida, actúa como si las negara.
Yo estoy convencido, por ejemplo, de que Mons. Tucho Fernández está de acuerdo con todos los refranes que he mencionado, y que pondría la mano en el fuego por cualquiera de ellos. Pero la aplicación práctica ya es otra cosa. Porque a pesar de toda la filosofía popular y de los principios elementales de la lógica, cree que la unión homosexual se puede y no se puede bendecir, es y no es buena, es y no es querida por Dios.
Se me dirá que Mons. Fernández sólo ha permitido bendecir a las parejas homosexuales, pero no la unión homosexual, y que ha recalcado esta diferencia para los pobres ignorantes que no hemos entendido Fiducia Supplicans. Si a alguien le satisface esta distinción puramente semántica, sea por pereza intelectual o conveniencia, hay poco que hacer. Pero el resto de la humanidad estará de acuerdo conmigo si digo que la bendición de una pareja o de una unión es en esencia la misma cosa.
Porque ¿qué es una pareja? Me refiero, por supuesto, entendida la palabra en su acepción romántica o erótica. En este sentido, la pareja sólo puede entenderse de dos modos: o bien como la habitud de la unión de dos personas, es decir, la unión física misma no considerada sólo como acto, sino como estado de habitual predisposición; o bien, como ocurre entre católicos, como la relación orientada a esa unión física una vez sea autorizada por el sacramento del matrimonio.
Según estas consideraciones ¿qué es una pareja homosexual? Veamos. Como la Iglesia católica no permite el matrimonio homosexual, se descarta que se trate de la relación de dos personas del mismo sexo que se mantienen castas en espera de que los sacramentos legitimen su unión sexual, que es lo que sucede en el caso del noviazgo católico entre un hombre y una mujer. Esto es evidente. Dos hombres o dos mujeres nunca podrán recibir el sacramento del matrimonio, así que su condición de pareja no puede entenderse como etapa anterior e introductoria a la unión santificada por la Iglesia católica, y por lo tanto no es posible creer que esa pareja practica la castidad. Sólo nos queda concluir, pues, que en ese caso la pareja representa el estado de habitud del acto homosexual, el estado de dos personas del mismo sexo que habitualmente tienen relaciones carnales. Luego bendecir a una pareja homosexual es bendecir las uniones homosexuales.
Hecha abstracción, pues, de las artimañas léxicas, está claro que lo que se ha hecho es introducir la bendición de las uniones homosexuales jugando con la ambigüedad del término «pareja», confiado en que la gran mayoría de los católicos no tendría suficiente criterio como para detectar el engaño. Hasta ahora vemos que una gran parte de los católicos está defraudando las expectativas de Tucho, y que sobre todo África, actualmente el continente más fértil en mártires, ha rechazado sus trucos de prestidigitador.
No sabemos a cuántos fieles incautos conseguirá arrastrar fuera de la doctrina católica, pero lo seguro es que Dios, que conoce cada rincón de su insidiosa alma, le hará responsable de todos los errores y los sacrilegios que se cometan en su Casa. Por supuesto, estoy lejos de asegurar que Tucho vaya a condenarse en el infierno, pues en cualquier momento la gracia de Dios puede convertirlo en en un hombre honesto, e incluso en un católico. Pero existiendo, como existe para todos, la posibilidad de esa condenación, no puedo dejar de imaginar la escena de su Juicio. Lo primero que me viene a la mente es que entonces Cristo se limite a recordarle, con un tono acusatorio, aquellas sus palabras en el Sermón de la Montaña: «sea vuestro hablar: sí, sí; no, no». Pero la imaginación va más allá, y no puedo descartar sus conjeturas. Porque también es posible, y no cambia el tenor del veredicto, que en esa hora terrible que decidirá su eternidad, las últimas palabras que escuche Tucho pertenezcan al refranero español: «Soplar y sorber no puede ser».