El tema es tan vasto y poseedor de tanto calado, que merece una tesis doctoral (lo mismo existe); así que añado este apéndice de «una nota» para que se considere el texto en sus justos y modestos términos. Me limito a comentar el capítulo 1º de la parte 2º (y última, pues la obra está inacabada) de su Compendio de Teología, titulado «En que se manifiesta que la virtud de la esperanza es necesaria para la perfección de la vida cristiana». Como indica su título, el capítulo no entra en el desarrollo doctrinal del concepto de esperanza (lo que hace en otros lugares de su obra, por ejemplo, en la S. Th. II – II, qq. 17-22), sino en la demostración de su necesidad.
El Compendio de Teología (Brevis summa de fide), está escrita en una fecha tardía, para algunos estudiosos es su última obra. También recibe el nombre de Brevis compilatio Theologiae, aunque no es propiamente el compendio de una obra mayor.
Está concebida en tres partes, correspondientes a las tres virtudes teologales. El autor mismo nos indica en la introducción, dedicada a su secretario Fray Reinaldo de Piperno, la causa de este planteamiento: «Necesario es, por consiguiente: [tratar] primero, la fe, que hace conocer la verdad; segundo, la esperanza, que dirige nuestros deseos a su legítimo fin, y tercero, la caridad, que arregla totalmente los afectos».
El breve texto comentado introduce la 2ª parte, que trata de la esperanza. A pesar de su brevedad, contiene una riqueza y una complejidad insospechada, cuando se profundiza en él.
Tras indicar que, concluida la primera parte sobre la fe, comienza una nueva parte de la obra, dedicada a la esperanza, despliega un argumento para demostrar lo indicado en el título. Dicho argumento lo divido en los siguientes elementos:
1. El hombre quiere conocer la verdad, es algo que se encuentra en su naturaleza. Es necesario considerar que el deseo del hombre puede descansar en un conocimiento cualquiera supuesto que naturalmente desea conocer la verdad cuya posesión le satisface (cito en cursiva el texto en adelante).
2. El conocimiento de la fe no descansa al hombre, es un conocimiento imperfecto desde el punto de vista de la razón. El deseo del hombre no descansa o reposa en el conocimiento de la fe. La fe es, en efecto, un conocimiento imperfecto, porque se cree lo que no se ve… Santo Tomás recuerda la definición de Hebreos XI de «La prueba de las cosas que no se ven». En la misma obra (1ª parte, capítulo CCXLVI) dice: Como la fe tiene por objeto las cosas incomprensibles a la razón…
3. Existe un movimiento del alma (del hombre) para ver las cosas que cree y alcanzar la verdad. Cuando se tiene fe, aún reside en el alma un movimiento hacia alguna cosa (…) para ver perfectamente las cosas que cree… Ver aquí se interpreta, más que un sentido de percepción, como conocer.
4. Sabemos por la fe que Dios se ocupa y cuida de nosotros (Providencia). Entre los principios de la fe hay uno en virtud del cual creemos que Dios gobierna las cosas humanas con su providencia…
5. El hombre tiene un movimiento (esperanza) para obtener lo que desea con el auxilio de la fe. Se levanta por esta razón en el corazón del hombre un movimiento de esperanza dirigido a obtener con los auxilios de la fe los bienes que naturalmente desea y que la fe le hace conocer.
6. Conclusión: necesidad de la esperanza. El hombre necesita de esta virtud para alcanzar la perfección cristiana. Esta es la razón por la que después de la fe es necesaria la esperanza para la perfección de la vida cristiana.
Aunque breve, el texto articula de una forma compleja y armónica los contenidos de razón y fe:
1. Razón. Esta afirmación de partida es una evidencia empírica, no hay que llegar a ella por un asentimiento de la fe.
2. Razón. Aunque su tema es la fe, no es una verdad de fe. Es complementario de 1, aunque no es su consecuencia, ya que puede ser independiente de él.
3. Razón. Este apartado es consecuencia de 1 y 2.
De la propensión natural del hombre a la verdad y su deseo que recorrer completo este camino (1) y del carácter incompleto de la fe desde el punto de vista del conocimiento (2), se deduce que el hombre movido por la fe desarrolla un movimiento para ver (conocer) esas cosas que cree (3). 1 y 2, ergo, 3.
4. Fe. Después de los tres argumentos anteriores, ¿dónde hemos llegado con la conclusión de 3? Pues a una afirmación que, aun teniendo un contenido religioso, es un aspecto de la naturaleza humana. Podemos decir que es una afirmación más antropológica que teológica. Parece que le falta algo. De hecho, el texto nos habla de un movimiento hacia alguna cosa. ¿Hacia qué cosa? Dicho en términos tomistas, tenemos la forma, pero no del todo la sustancia. La esperanza, hasta aquí, es un movimiento, un impulso del hombre. Pero no hemos subido el último escalón, el que nos lleva a la esperanza como virtud infusa. Aquí, precisamente, el argumento da un giro: se apela a una verdad de fe, que puede ser estudiada y comprendida en parte por la razón, pero que nos llega por la revelación: la magna idea de la Providencia, de tanta profundidad teológica y que aquí sólo se menciona. La verdad de fe no anula a las de razón, pero, por así decirlo, las precede. Es la razón quien tiene que escudriñar en la revelación. Si invertimos los términos, la actividad teológica pierde su sentido.
5. Razón y fe, se unen en este argumento, quizá el más complejo y que prepara la conclusión con la que termina el capítulo. Subdivido este apartado en 2 afirmaciones:
5.1. Confiamos en lo mejor porque creemos en la Providencia (verdad de fe) y
5.2. La fe es insuficiente para el conocimiento perfecto (evidencia).
Esta doble afirmación se deriva de las afirmaciones anteriores:
5.1. se deriva de 4.
5.2. se deriva de 1, 2, 3.
Esta parte es, a mi entender, la más elaborada y es donde el autor da el «salto» al que siempre nos obliga el acto de creer, ese «ciego y oscuro salto» del que habla san Juan de la Cruz en su poema Tras un amoroso lance. Quiero hacer en este punto una matización que me parece pertinente. Se suele interpretar este «salto» en un sentido voluntarista, casi dramático. El hombre confía en último extremo, como Abraham, en el mandato de Dios, reprimiendo sus dudas y debilidades, con «temor y temblor» (Kierkegaard), como un ciego dando manotazos en la oscuridad. En santo Tomás este acto está impulsado por un movimiento de la razón, que necesita llegar hasta el final en su conocimiento de las verdades reveladas. No es una razón cegada, sino una razón actuante, impulsora, aunque incompleta sin la Gracia.
6. Razón y fe se muestran en el último apartado: corolario que se deriva de todo lo anterior. Se completa así una estructura circular, que parte de una evidencia de la razón, se apoya en una verdad de fe y termina en una afirmación que, al mismo tiempo, es conclusión lógica y aserto religioso y que, coherentemente, se basa en los dos tipos de premisas anteriores.
Esto no es más que una «cala», como decía Dámaso Alonso, cuando aplicaba el bisturí de la Estilística sobre los grandes poemas de la literatura española; pero una pequeña muestra nos permite hacernos la idea del todo, de ese maravilloso engranaje donde reina una armonía que parece más angélica que humana. Una pequeña gota que nos hace vislumbrar e imaginar un enorme océano.