(P. Juan C. Sanahúja/NoticiasGlobales) El 20 de noviembre se conoció oficialmente la llamada Declaración de Manhattan, firmada por 152 representantes de la Iglesia Católica, de confesiones protestantes y de las Iglesias orientales separadas de Roma. La declaración, que muestra un frente unido contra las políticas del Presidente Obama contrarias al orden natural, fue calificada como un documento trascendental por diversos motivos: es una manifestación clara de unidad de los cristianos en cuestiones trascendentales; orienta sin dar lugar a dudas la conducta de los fieles cristianos en defensa de la ley natural; y porque avala el “ecumenismo de trinchera”, que es una realidad desde hace años en los Estados Unidos.
Si bien los redactores reconocen que existen “muchas e importantes diferencias de doctrina y de disciplina que aún nos dividen”, sin embargo, como dijo uno de ellos, el evangélico Timothy George, “buscamos con ahínco la unidad por la que Jesús oró cuando pidió que sus discípulos sean uno en su amor”.
Dice la declaración: "Somos cristianos que se han unido a pesar de las diferencias eclesiales para afirmar nuestro derecho y, lo que es más importante, para cumplir con nuestra obligación de hablar y actuar en defensa de estas verdades. Nos comprometemos a ello con nuestros hermanos creyentes. Ningún poder sobre la tierra, ya sea cultural o político, puede intimidarnos y obligarnos al silencio o a la aquiescencia".
En ningún caso vamos a dar al César lo que es de Dios
“Las leyes injustas degradan a los seres humanos y no tienen ningún poder para obligar en conciencia”, concluye el documento. “Porque honramos la justicia y el bien común, no vamos a cumplir ningún edicto que pretenda obligar a nuestras instituciones a participar en abortos, en la investigación destructiva de embriones, en el suicidio asistido y en la eutanasia, ni en cualquier otra ley anti-vida, ni nos someteremos a ninguna norma que pretenda obligarnos a bendecir inmorales parejas sexuales, o a tratarlas como a matrimonios o su equivalente, o que no proclame la verdad sobre la moralidad y la inmoralidad y sobre el matrimonio y la familia. Plenamente y sin retaceos queremos dar al César lo que es del César. Pero en ningún caso vamos a dar al César lo que es de Dios”.
Los miembros del episcopado católico que firmaron la declaración antes del 20 de noviembre, fueron el Cardenal Justin Rigali, Arzobispo de Filadelfia; el Cardenal Adam Maida, Arzobispo emérito de Detroit; Mons. Charles J. Chaput, Arzobispo de Denver; Mons. Timothy Dolan, Arzobispo de New York; Mons. Donald W. Wuerl, Arzobispo de Washington, D.C.; Mons. John J. Myers, Arzobispo de Newark; Mons. John Nienstedt, Arzobispo de Saint Paul y Minneapolis; Mons. Joseph F. Naumann, Arzobispo de Kansas City; Mons. Joseph E. Kurtz, Arzobispo Louisville; Mons. Thomas J. Olmsted, Obispo de Phoenix; Mons. Michael J. Sheridan, Obispo de Colorado Springs; Mons. Salvatore Joseph Cordileone, Obispo de Oakland; Mons. Richard J. Malone, Obispo de Portland; y Mons. David A. Zubik, Obispo de Pittsburgh.
La declaración, dada a conocer el 20 de noviembre con 152 firmas, cuarenta y ocho horas después contaba con más de 21.000 adhesiones y el número sigue aumentando.
La Declaración de Manhattan, consta de tres apartados: vida, matrimonio y libertad religiosa.
Aborto: la infame sentencia
El primer apartado señala, entre otras cosas, que a pesar de que en la opinión pública prevalece la opinión pro-vida, “observamos con tristeza que la ideología pro-aborto prevalece hoy en día en nuestro gobierno. La administración actual está dirigida y compuesta por aquellos que pretenden legalizar el aborto en cualquier etapa del embarazo. (…) Mayorías en ambas cámaras del Congreso sostienen puntos de vista pro-aborto. El Tribunal Supremo, cuya infame sentencia de 1973, Roe v. Wade, despojó a los no nacidos de protección jurídica, sigue tratando a la elección de abortar como un derecho constitucional fundamental (…) El Presidente dice que quiere reducir la ‘necesidad’ del aborto, un objetivo loable. Pero también se ha comprometido a hacer el aborto más fácil y ampliamente disponible mediante la eliminación de las leyes que prohíben la financiación de éste por parte del gobierno, los períodos de espera que se exigen a las mujeres que solicitan abortos, y la notificación a los padres para los abortos practicados a las menores. La eliminación de estas importantes y eficaces leyes pro-vida hace suponer razonablemente que aumentará significativamente el número de abortos voluntarios. (…) Nuestro compromiso con la santidad de la vida no es una cuestión de lealtad partidaria, ya que reconocemos que treinta y seis años después de Roe v. Wade, funcionarios electos y nombrados por ambos partidos políticos han sido cómplices en dar la sanción legal a lo que el Papa Juan Pablo II describió como ‘la cultura de la muerte’. Instamos a todos los funcionarios en nuestro país, elegidos y designados, a proteger y servir a todos los miembros de nuestra la sociedad, incluidos los más marginados, los que no tiene voz, y los más vulnerables de entre nosotros”.
“La cultura de la muerte -sigue diciendo la Declaración- inevitablemente, abarata la vida en todas sus etapas”. Así se crean las condiciones para desechar a los “imperfectos”. “El abaratamiento de la vida que comenzó con el aborto ha hecho metástasis. (…) El Presidente y muchos legisladores apoyan la investigación con embriones y quieren financiar con dinero público la ‘clonación terapéutica’”, cuyo resultado será la producción industrial y muerte de millones de embriones humanos, para obtener células madre.
La vida indigna de ser vivida
“En el otro extremo de la vida, un movimiento cada vez más poderoso promueve el suicidio asistido y la eutanasia ‘voluntaria’ amenazando la vida de las personas vulnerables, los ancianos y los discapacitados”. Advierte la declaración que puede resucitar la doctrina de la lebensunwertes Leben (vida indigna de vivir), que contagió a los ambientes intelectuales de América y Europa en la década de 1920 y que se daba por enterrada después de los horrores de mitad del siglo XX. “La única diferencia es que ahora las doctrinas de los eugenistas se visten con el lenguaje de la ‘libertad’, ‘autonomía’ y ‘elección’”. (…)
Concluye este apartado de la Declaración, diciendo: “Nuestra preocupación no se limita a nuestra propia nación. En todo el mundo, somos testigos de casos de genocidio y de ‘limpieza étnica’, de la no asistencia a los que sufren como víctimas inocentes de la guerra, del abandono y el abuso de los niños, de la explotación de trabajadores vulnerables (…)” Estas tragedias, siendo éticamente coherentes hemos de reconocer que “se derivan de la pérdida del sentido de la dignidad de la persona humana y la santidad de la vida humana, lo mismo que está en la raíz de la industria del aborto y de los movimientos que alientan el suicidio asistido, la eutanasia y la clonación humana para la investigación biomédica”. (Continúa)
* Fuentes: http://www.manhattandeclaration.org.