Aunque en mi serie de artículos sobre Amor y Procreación estoy tocando uno de los problemas más importantes de la Moral Católica actual, lo que voy a tratar en este artículo me parece de más urgencia ahora.
Las declaraciones de Mons. Martínez Camino diciendo que el legislador que vote a favor del aborto comete un pecado grave público y, por tanto, no puede recibir la comunión han provocado unas reacciones bastante airadas por parte de algunos políticos a quienes gustaría que la Iglesia enseñase lo que a ellos les interesa. Son curiosamente, en bastantes casos, aquellos políticos que se han pasado la vida diciendo que la Iglesia está siempre con los poderosos, pero cuando ellos son los poderosos no toleran, como suele suceder y ha sucedido en tantas ocasiones a lo largo de la Historia, que la Iglesia se decante por los débiles e indefensos, cosa que indiscutiblemente son los hijos en el seno materno. Pues ahora que la Iglesia, insistiendo en su doctrina de siempre, e insisto es su doctrina de siempre, pues ya en el evangelio de la Visitación se nos habla de la alegría de san Juan Bautista al recibir la visita de Jesús, ambos todavía en el seno materno (Lc 1,44) y el Concilio Vaticano II nos dice. “el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (GS nº 51), con lo cual es obvio que hacer o favorecer que se hagan abortos es sencillamente pecado grave, pues a esos políticos y a esos poderosos sencillamente no les gusta.
Lo que sí tengo que felicitar a los partidarios de ese horrible crimen que es el aborto, es por su habilidad en confundir a la gente y desviarla de los puntos verdaderamente importantes. Se nos ha dicho e insisten en ello, aun a sabiendas que es una mentira descarada, que hacen la ley para que ninguna mujer vaya a la cárcel, cosa que no ha sucedido en toda la democracia, incluso desde antes de la aprobación de la ley que despenalizaba en algunos supuestos el aborto. Mucha gente se ha indignado con un punto importante, pero hasta cierto punto secundario, el de si una adolescente puede abortar o no sin conocimiento y permiso de sus padres. Y ahora estamos discutiendo sobre si los políticos católicos pueden votar o no a favor de la ley del aborto. Es indudable que para la Iglesia Católica y para cualquier católico que pretenda ser fiel a su Iglesia, la contestación es clarísima: no.
Pero mientras nos estamos enredando en estas cuestiones, nadie habla de lo principal y es que como dice el refrán: “los árboles no nos dejan ver el bosque”. Y lo principal es que hay algunas personas dotadas de gran poder y de nada de ética que no sólo apoyan y promueven el aborto, sino que quieren convertirlo en derecho y están dispuestos a arrollar todo lo que se les ponga por delante, incluida la conciencia de sus compañeros de partido, tratando de impedirles que hagan uso de su derecho, es uno de los derechos humanos reconocidos en la Declaración de Derechos Humanos, a la libertad de conciencia. Esta gente desde el punto de vista católico y de la inmensa mayoría de los cristianos cometen varias malas acciones: favorecer el crimen del aborto, haciéndolo un derecho, e intentar y en ocasiones conseguir, que otras personas hagan el mal actuando contra su conciencia. Son desde el punto de vista moral cristiano los peores, aunque sean los más altos dirigentes de sus partidos.
Sé que alguno me puede objetar que la gran mayoría de nuestros dirigentes políticos no sólo no son católicos, sino que ni siquiera son creyentes. Pero está claro que así como nosotros los creyentes no tenemos la evidencia, sino sólo la fe, de la existencia de Dios, tampoco los no creyentes tienen la evidencia del ateísmo, de la no existencia de Dios. Pero es indudable que Dios o existe o no existe. Y si existe, ya se ha pronunciado sobre el asunto. Leemos en el evangelio de San Mateo: “Y dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces ellos responderán diciendo. Señor, ¿cuándo te vimos hambriento , o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? Él les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso (matarlos es todavía peor, añado) con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno” (Mt 25, 41-46).
Lo que sí creo que a nosotros nos pide Dios, es que recemos por la conversión de esos insensatos.
Pedro Trevijano, sacerdote