Van pasando las Danas con las últimas tormentas de verano, algunas de ellas presurosas en sencillos vasos de agua. Vivimos momentos de zozobra general por tantos ajetreos en los ámbitos de la vida social, política, cultural e incluso eclesial. Hay nerviosismo ansioso, hartura saturada e incertidumbre temerosa, y no es fácil gozar serenamente de una visión de las cosas que ponga mesura y sensatez a los distintos retos que tenemos delante cuando la confusión y la tibieza pretenden enajenarnos. Pero creemos en la bondad última del corazón humano que, a la postre, logra aprender también de sus errores y salir animoso de sus cansancios. Bien lo describió José Mª Cavodevilla en su ensayo antropológico «El pato apresurado o apología de los hombres».
Vemos por doquier que se idean relatos, se publicitan con artera maquinaria jaleos inventados, se escriben cartas anónimas en nombre de una muchedumbre de tres melancólicos resentidos y amargados, se aportan datos sin ningún soporte estadístico veraz, se etiquetan con sambenitos a quienes algunos pretenden estigmatizar, se colocan dianas a las que disparar en el pimpampum de los paredones de papel contra la libertad y la dignidad de las personas, se imponen cordones sanitarios desde el prejuicio y la intolerancia por quienes mal digieren su fracaso personal o heredado en tantos sentidos, y así tantos sainetes que llenan las noticias que caducan en pocas horas, en pocos días… hasta la cita siguiente con el nuevo relato a meter en la moviola insidiosa.
Haciendo así, se marea la perdiz para dar rodeos sin parar, se tapuja la verdad erigiendo las mentiras como tribunal del poder dominante, se distrae la conciencia con señuelos ante lo verdaderamente importante, y en medio de tanta y tamaña zafiedad alicorta, parece que triunfa fatalmente la mediocridad de los mindundis que confunden la humilde fecundidad con su estéril eficacia. Es una radiografía de lo que nos está sucediendo en tantos escenarios culturales, políticos, sociales e incluso eclesiales. Vivimos en un momento que tiene esta guisa de sustos y sobresaltos, en donde se reabren heridas, se vuelven a cavar trincheras, se señala, se insulta y se excluye, al disidente del pensamiento único y totalitario, y todo en nombre de una democracia dictatorial y de una libertad liberticida.
Surgen entonces como un aire fresco las bienaventuranzas de Jesús: un alegato de esperanza y supervivencia en tiempos recios cuando parece que no quedará casi nada en pie: «Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas… ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas» (Lc 6, 20-26).
El pato apresurado termina reconociendo su deriva que le empuja al abismo, cuando ve que se empotra en sus callejones sin salida. Porque, al final, no hay doblez que resista, ni engaño que no sea desenmascarado, ni pretensión inconfesada que no declare su engañifa. El corazón humano ha sido hecho para algo grande, algo que sea verdadero y bondadoso, como nuestros ojos fueron creados para ser heridos de la belleza que no engaña, que llena de luz nuestros entresijos oscuros y de rectitud nuestras marañas. Por eso, tras tanta marejada de alharaca posturada tenemos el alma esponjada a pesar de sentir en carne propia la calumnia que golpea, la persecución que acorrala y la incomprensión intolerante, mientras recibimos la fortaleza con la que Dios nos sostiene, la ternura de la Virgen que nos cuida y el consuelo de tantos hermanos de veras, auténtica multitud no anónima, que te acoge, te defiende y te abraza. ¡Gracias!