A lo largo del devenir de mi existencia, he descubierto dos vuelos que nos acompañan a las personas. El vuelo angélico y el vuelo raso «vampiresco», cual murciélago.
Esos vuelos rasos están faltos de perspectiva, de altura de miras. Su objetivo, es buscar víctimas, a las que absorber su vitalidad. Eso produce la amargura del alma, en el que ataca. Y el desconsuelo, para el que recibe el ataque.
Por otro lado, tenemos los altos vuelos -vuelo de ángeles- que solo con la ayuda de la Gracia podemos alcanzar. Estos nos permiten ver la situación en perspectiva, con mirada divina, para intentar actuar en bien de todos los que necesitan de nuestra ayuda.
Estamos en tiempo de guerra. Y es una guerra espiritual, que afecta a la vida cotidiana de las personas, como en la historia se haya visto. Vemos como las ideologías someten al hombre, y calan hondamente en su ser. Estas ideologías, que matan las almas, luchan por entrar en el seno de la misma Iglesia. Ella es su pieza de caza mayor. Buscan socavar la moral cristiana, pretendiendo substituirla por una pseudomoral basada en un buenismo y sentimentalismo, carente de razón y corazón. Sobre todo, ataca la verdadera esencia del ser humano, y su ser trascendente, deshumanizándolo, desdibujándolo. Buscando convertir al hombre en un despojo, carente de su grandeza. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y se nos ha dado la posibilidad de ser hijos adoptivos de Dios. Este ataque es la muestra de lo que más envidia el diablo de nosotros. Quiere destruir esa imagen, y sobre todo, todo atisbo de relación filial con Dios. Y eso nos lleva a guerras, dictaduras, autoritarismos, para que no disintamos del consenso mundial, del orden que se quiere imponer.
¿De dónde nace tanta destrucción? De cada corazón humano. La verdadera batalla se está librando en cada corazón. Y se refleja en violencias inusitadas. Y la peor de todas las violencias; la indiferencia absoluta hacia el otro. Personalmente, creo que es un momento único en la historia de la Iglesia.
O empezamos a ayudarnos a librar esta batalla, que nace en el interior de cada corazón humano, o permitiremos -con nuestra apatía y omisión- que avance. Es por eso que digo que son «tiempos de altos vuelos». Tiempos de mucha generosidad, de los unos con los otros. Sin salir huyendo por el pecado del hermano o el propio, sino afrontarlo desde la Gracia actual que se nos da.
Me veo en obligación de advertir, que si hay algo que me preocupa, para poder afrontar altos vuelos, es la inmensidad de amargura que hay en muchos corazones. Esta se está extendiendo, como una mancha de aceite que lo impregna todo. Especialmente me preocupa que se extienda en personas buenas, y algunas extraordinariamente formadas humana y espiritualmente. Veo como algunas se dejan llevar por ella… y es la puerta a otros pecados. Personas de categoría, que es muy triste verlos en vuelos rasos, cual murciélago. Esta preocupación la he predicado en almas a mi cargo. Les advierto, de lo que llamo «listas negras» (prejuicios, infundios, rencores, intuiciones no habladas con el otro…) que se viven como una serie constante de reproches de unos con otros. Desgraciadamente hay otras almas a las que quiero mucho, que por no estar a mi cargo, y por lejanías injustificadas, no puedo hacer más que rezar, e intentar dar por mi parte, alguna señal de afecto, independientemente de que sea correspondido o no.
Un mundo muy significativo donde andan estas amarguras es internet, pero sería ingenuo creer que queda ahí. Al contario, la amargura que se muestra en algunos de esos espacios, se lleva encima todo el día, en la vida cotidiana. Ha sido muy oportuno el texto que la Santa Sede nos ha regalado sobre redes sociales. Y es que también hay que saber buscar en esos espacios, pues hay lugares como InfoCatólica, donde se nos regala noticia, formación y opinión. Y suelo ver que es de altos vuelos.
Ruego encarecidamente a tantas personas, algunas que incluso puedo conocer y tratar, y a las que quiero más de lo que creen; que extremen su esfuerzo en levantar el vuelo, y así mirar al hermano - en tantas ocasiones herido por el pecado- desde la luz de la Gracia. Más dosis de Caridad, Misericordia, sin faltar a la justicia de restablecer el mal ocasionado, por supuesto, en la medida de lo posible. Más ternura. Esa mansuetud y alegría de San Francisco de Sales, que por su lucha ascética, siendo de origen una persona con mucho genio, consiguió vivir. Paz, en definitiva.
Creo que no ha habido guerra en la historia, como la que estamos librando cada uno de nosotros en nuestra alma. Es hora de expulsar amarguras, hablar en el Sacramento de la Confesión. Y con quienes nos ofrecen amorosamente su compañía, aunque también tengan sus altibajos en la batalla. Es hora de hablar y de acercarnos, y luchar juntos.
He ilustrado este escrito con el ángel que corona el campanario del pueblo donde nació mi padre. Él se encarga de señalar de donde proceden los vientos. Y nos ofrece una catequesis muy clara:
Pie firme en el suelo, pues no negamos la realidad en la que vivimos. Pero el resto del cuerpo se levanta valientemente, en actitud confiada, de altos vuelos. Sin miedo a la adversidad. No permitiendo que la amargura que nos da el vuelo de murciélago -fruto de la herida del pecado original- llegue más a fondo en esta batalla, que por la Gracia que nos da Dios, estamos llamados a ganar. Nuestra Señora, nos inunde con ríos de ternura, dulzura y alegría.
Mn. Jaume Melcior Servat