No es poco decir que la multitudinaria manifestación del 17 de octubre de 2009 en la capital española, tiene también sus repercusiones en América, especialmente en la América latina donde el movimiento pro vida cada vez se va coordinando y afianzando mejor.
El impacto de la “marea roja” que llenó Madrid el sábado pasado ofreció al mundo entero un testimonio auténtico de trabajo desinteresado por los no nacidos y por la mujer. Especialmente destacable el discurso profundamente feminista que, como tal, ponderaba la necesidad de una verdadera ayuda a la mujer: ayuda que pasa por acompañarla cuando se enfrenta a un embarazo imprevisto y que no la deshumaniza y degrada al convertirla en asesina de su propio hijo; un discurso feminista que no ve en legislaciones abortistas una salida para que el Estado se libre dejando a la mujer sola y abandonada, aparentando darle “solución” a su “problema”.
Cómo no resaltar los rostros numerosísimos de niños y jóvenes que en la flor de la mocedad proclamaban su “sí” al derecho a la vida de todo ser humano, manifestando con ello su novel compromiso con las generaciones presentes y futuras. Sus caras contrastaban con todos esos rostros de mujeres que no conocen la belleza de un hijo que dice “mamá” y les besa las mejillas con cariño; de esas mujeres que en diminutas concentraciones gritan “su derecho” a decidir sobre su cuerpo –extirpando, paradójicamente, la vida de un cuerpo ajeno– y vociferan proclamas incendiarias que además de hacernos ver qué poco saben del amor, producen tristeza. Lamentablemente, esas mujeres no se dan cuenta de que además de abortar una vida son instrumentalizadas por la ideología imperante que sólo busca arañar unos votos e hinchar unas cuentas de banco.
Llamativo el respeto y el orden con que se llevó a cabo la manifestación. Un hecho que, si se comparara, dice mucho respecto a esas otras manifestaciones laicistas donde se ataca la fe y convicciones de las personas que piensan distinto, ridiculizándolas o vejándolas.
Impresionante que hayan sido los laicos, muchos de ellos, la mayoría de hecho, católicos –aunque no sólo–, quienes hayan impulsado con no poco esfuerzo y sacrificio esta fiesta a la vida y a la maternidad. Cómo no ver en ello un motivo de gratitud y de reconocimiento al recordar todo lo que los laicos pueden y están llamados a aportar de modo particularísimo en la vida pública, con eventos como éste. Su labor nos recuerda a los consagrados que debemos estar detrás de ellos haciéndoles sentir cercana y siempre nueva la presencia de Cristo buen pastor y padre bondadoso, además de animarlos siempre.
Muy buena impresión, por último, el modo como resaltaron el papel y responsabilidad del hombre en la protección de la vida, de esa vida que él también contribuyó a suscitar. Una conciencia que todavía debemos seguir destacando y que discrepa de la actitud de todos esos otros varones pro aborto que nos hace pensar en que más que la convicción pro abortista, está el recurso a una salida fácil para la irresponsabilidad y para dejar sola a la mujer.
No cabe duda de que cada uno de estos puntos servirá de modelo, aliento e impulso para el movimiento pro vida en Latinoamérica.
En mi comunidad religiosa, cada vez que sale a colación el tema del aborto, uno de mis compañeros se apresura a “profetizar” que en el futuro las generaciones verán con espanto el holocausto de los niños asesinados en el vientre de sus madres. Lo dice siempre. Con una esperanza que cada día se convierte en convicción confiada. Lo que sucedió en Madrid el 17 de octubre de 2009 no es sino el comienzo de esta realidad.
Jorge Enrique Mújica, LC