Si de Juan Pablo II fue fácil y rápido su calificativo de ‘santo’ (aquel ‘santo súbito’, santo enseguida), de Benedicto XVI, será también fácil y rápido calificarle como ‘sabio’. Una sabiduría llena de bondad y mansedumbre frente a los violentos que imponen ideologías, de apasionada defensa de la verdad frente a los que de tantos modos la relativizan, y de cuidada belleza en cuanto dijo, explicó y predicó. Bondad, verdad y belleza, como tres trascendentales de la vida que permiten asomarse a la grandeza de alguien que los asumió y vivió con toda el alma.
Es conocida la triple matriz con que el cardenal Carlo María Martini explicó la rica personalidad de Joseph Ratzinger: su fe honda y la rectitud con la que la ha vivido, su maestría teológica y su capacidad dialéctica y dialógica, y su propio itinerario biográfico. Esta es la coyuntura con la que este hombre ha vivido su tiempo y sus espacios, poniendo en juego los distintos dones con los que Dios le equipó, y las distintas circunstancias que le fueron conduciendo y a las que él acertó también a acompañar.
Gozó de una la calidad intelectual de un hombre de Iglesia: saber dialogar con todo lo que acontece. Dialogar significa tener un juicio sobre las cosas y entrar en lo que éstas tengan de verdad plena, de media verdad o de mentira manifiesta. Ni el servilismo de quien acríticamente se rinde, ni la beligerancia de quien todo lo maldice y contradice, sino la sabia y serena libertad de quien, sin renunciar con humildad a su posición razonable, sabe dialogar con todos los demás.
Por más que a Joseph Ratzinger le hayan colocado antes, en y después de su llegada al papado una serie de etiquetas despectivas con cargas ideológicas que trataban de ridiculizarle hasta la censura, su figura se acrecienta más y más mientras nos narra con sencillez y audacia la palabra que nos debe anunciar en esta coyuntura histórica nuestra. Es quizás lo que más puede sorprender e irritar a sus no declarados enemigos. Él no ha querido dar por supuestas las verdades verdaderas en una Europa de raíces cristianas que se han debilitado en extremo. Tampoco ha juzgado como inocente el proyecto cultural que desde un laicismo anticristiano se nos impone en tantos escenarios políticos y areópagos mediáticos.
Esta fue su voz humilde y sólida que nos acercó a la verdad.
Porque sabemos que existen otros voceros que vociferan sus proyectos de civilizaciones aliadas, de educaciones domesticadas en su sistema, del relativismo total en la feria del disparate sin un horizonte moral, ansiosos de legislar con prisa ideológica lo que está destruyendo vidas antropológicas y tradiciones culturales. La voz de la Iglesia seguirá contando a quien la quiera escuchar, aquella vieja y eterna historia de la belleza y la bondad con la que Dios soñó la suerte de sus hijos en la mañana primera, por más que en el tramo cotidiano de nuestro andar no hayamos sido capaces de entender a Dios, de adherirnos a cuanto Él nos dijo y mostró para nuestra felicidad. Esto lo encontramos en la entraña biográfica de Ratzinger, que como Benedicto XVI expresó también su larga trayectoria humana, teológica y pastoral.
Ahora ha comenzado también para él ese encuentro con aquel Jesús que tanto amó con todo su corazón, que estudió con pasión y veneración, que explicó como profesor brillante y profundo, que predicó con belleza inolvidable, y que testimonió en tantos momentos pagando el alto precio que la fidelidad conlleva y contrae. Un encuentro que no defrauda con desencanto ni con trampa caduca. El cielo que Jesús nos prometió abre sus puertas a este anciano pescador que llega con sus viejas sandalias. Junto al Papa Santo, que fue Juan Pablo II, ahora el Papa Sabio. ¡Qué precioso legado nos regala Dios!
+ Fr. Jesús Sanz Montes es Arzobispo de Oviedo, coautor de un libro con el fallecido Papa emérito.