Cuando grabo este vídeo, el Papa Emérito, Benedito XVI, está agonizando.
Su golpeado corazón sigue luchando y lo hará hasta que el Señor disponga que ha llegado la hora de llevárselo consigo, con ese Dios al que él tanto ha amado.
Este humilde trabajador de la Viña del Señor, como él mismo se presentó, está apagándose lentamente, está también en esto, siendo lo que ha sido toda su vida, una presencia brillante pero a la vez discreta, humilde, honesta.
Incluso sus más encarnizados enemigos tienen que reconocer que es un santo, aunque después a continuación se decidan a manchar de alguna manera su nombre.
Ahora la virtud que más le ha caracterizado es la humildad, esa humildad que nos ha atraído a todos los que hemos tenido la bendición de poder tener algún trato con él.
Pero esta luz que brilla en las tinieblas se está apagando en un momento muy especial, en plenas fiestas de Navidad.
Cuando acaba de ocurrir el solsticio de invierno, cuando tímidamente la luz va ganando lentamente, poco a poco presencia y la oscuridad empieza también lentamente a retroceder, quizá la muerte del Papa Benedicto, cuando ocurra, es como una profecía que indica que lo peor ha podido pasar ya, que lo peor ya ha pasado, que esta tormenta terrible que llevamos décadas soportando y que tiene ya a la iglesia llena de agua a punto de hundirse, que quizá esta tormenta puede empezar a remitir.
Queremos y recemos que esto sea así y que su paso por la Tierra engrandecido con su muerte signifique que ya muchos van a empezar a mirar con más valentía la luz, porque esto es lo que ha sido Benedicto durante toda su vida, ha sido alguien que ha intentado reflejar la luz, no la luz suya propia, sino la luz de aquel que es la verdadera luz, Jesucristo nuestro Señor.
Él ha luchado de una manera además titánica, con esa inteligencia portentosa que Dios le dio, él ha luchado para que el relativismo no apagara, manipulara, destruyera el mensaje de Jesucristo.
Él ha sido de verdad un siervo dócil que se ha puesto al servicio de la verdad que es Jesucristo, que se ha puesto al servicio del único verdadero redentor y salvador del mundo y que se ha puesto al servicio de una iglesia que es la única que tiene la plenitud de la verdad revelada por Cristo y la plenitud de los medios de salvación que el Señor dejó para ayudarnos a alcanzar el cielo.
Su obra, repito, ha sido titánica, es imposible resumirla porque no solamente fue un brillante teólogo asesor del Cardenal de Colonia cuando se desarrolló el Concilio Vaticano II, profesor de teología fundador de dos revistas, primero la revista Concilium y después la revista Communio.
No solamente fue el autor de libros que ya tenían un peso en aquel momento antes de ser nombrado obispo, como por ejemplo Introducción al Cristianismo, no solamente fue el gran prefecto de doctrina de la fe durante muchísimo tiempo y no solamente fue el Papa que ha gobernado la iglesia durante ocho años, sino que todo eso lo ha hecho precisamente porque quería ser fiel a Jesucristo y porque quería y amaba a esta iglesia que era la única verdadera iglesia de Cristo.
Durante su época como Prefecto de Doctrina de la Fe fueron publicados, aunque naturalmente no es que fueran escritos desde el principio hasta el final por él, pero fueron publicados por ejemplo los dos documentos sobre la teología de la liberación que supusieron un golpe mortal al intento de la unión soviética de hacerse con toda Latinoamérica utilizando a la iglesia.
Dejó claro que marxismo y cristianismo son incompatibles y lo hizo cinco años antes de que cayera el muro de Berlín y el mundo entero contemplara sorprendido las vergüenzas que ocultaba el régimen inhumano soviético, el régimen inhumano comunista.
También durante su época como prefecto de F de la e se publicó el Catecismo de la Iglesia Católica dirigido por él, obviamente con un equipo de sacerdotes, de teólogos, de obispos cardenales, pero dirigido y supervisado por él.
Y esta es una obra maestra, es decir, es una obra que queda para la historia y que es un dique de contención del intento del relativismo de manipular el dogma, la moral y también la liturgia de la iglesia.
No podemos olvidar la publicación durante su época como Prefecto de Doctrina de la Fe de la declaración Dominus Iesus que, como he dicho antes, pone de manifiesto que Cristo es el único redentor del mundo, que sí es un hombre, un hombre verdadero, efectivamente un hombre verdadero, un gran hombre, un extraordinario hombre, pero no es un poco más o mucho más grande y extraordinario que cualquier otro hombre extraordinario de la historia de la humanidad.
Y no lo es porque es verdadero Dios, es el hombre y es Dios nuestro Señor, la segunda persona de la santísima Trinidad, Dios de Dios, luz de luz, que asume la naturaleza humana en el vientre, en el seno de la santísima Virgen María.
Esto que estaba en entredicho y que el relativismo estaba diluyendo, diciendo que Jesús era simplemente uno más, incluso el más grande de los grandes ilustres personajes de la historia, dice, es efectivamente el más grande, sí, es un gran hombre, es extraordinario, sí, pero es Dios, es Dios.
Y además añade, y en la iglesia católica, y solo en la iglesia católica está la plenitud de la revelación, es decir, solo aquí está la plenitud de lo que ha enseñado Jesucristo y está la plenitud de los sacramentos que ha dejado nuestro Señor para ayudarnos a llegar al Cielo.
La Dominus Iesus junto con el Catecismo de la Iglesia Católica son dos de los grandes hitos de la teología que se publican durante su etapa como prefecto de doctrina de la fe.
Tras ser elegido Papa publicó tres encíclicas y cuando uno mira las tres, las ve juntas más, que normalmente se publica una, después otra, después otra, cuando ves el conjunto de esas tres encíclicas, además solo tres, te das cuenta de cuál era su preocupación, su objetivo.
Estaba diluyéndose, desapareciendo incluso la predicación del mensaje de la salvación, del mensaje de la vida eterna.
La iglesia estaba dejando de preocuparse por salvar almas para ocuparse casi exclusivamente por salvar cuerpos.
La vida eterna ya no contaba que se negara su existencia, algunos por supuesto sí, pero la mayoría no, nunca se ha negado la existencia de la vida eterna o la existencia del alma, pero ya no preocupaba, ya no interesaba, ya no importaba, lo importante era dar de comer al hambriento.
Sí, pero olvidándose de que no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, olvidándose de que hay vida eterna y de que hay que ayudar a ese hombre, ayudarle a que viva, pero a que viva no solamente aquí, sino a que viva para la eternidad.
En la última de las encíclicas, él insiste en la necesidad de decir la verdad a la gente, de que la primera caridad es decir la verdad y que la verdad no es un concepto, la verdad es una persona, la verdad es Cristo, la verdad es el amor que es Cristo, el amor de Dios que ha vivido, que vive entre nosotros, y que la primera caridad que tenemos que tener con cualquiera, la primera, la más importante es precisamente enseñarle quién es Jesucristo y acercarle a Jesucristo, porque si comes mañana volverás a tener hambre, y si estás con Cristo, Él es el que sacia totalmente aquellas necesidades que tienes, porque incluso te ayuda a trabajar por ti mismo para intentar resolver hasta tus problemas de tipo físico o de tipo material.
Pero además de esto, además de sus obras como teólogo, como prefecto o como papa, es porque sigue vivo el hombre que ha intentado, que ha luchado por conseguir la paz litúrgica.
Es el hombre que ha intentado que en la Iglesia coexistieran pacíficamente la liturgia que surge del Concilio Vaticano II y la liturgia tradicional.
Es también el que ha renovado la condena contra la masonería.
Es, por supuesto, el autor, siendo cardenal primero y papa después, el autor de aquel informe sobre la fe, que a mudo de entrevista le hizo Vittorio Messori, y el autor de los tres libros sobre Jesús de Nazaret, especialmente el primero, pone el dedo en la llaga sobre la manipulación que se está haciendo desde algunos sectores de los estudios bíblicos.
Todo esto, junto, llevó al Vatileaks, tenían que acabar con él, y le golpearon, le golpearon donde sabían que más le dolía en su honestidad, donde sabían que podían hacerle mella en su honestidad.
Fue un importante cardenal el que meses antes de presentar su dimisión le dijo, has fracasado, has fracasado, tienes que ponerte a un lado, dejar que otro haga lo que tú no has sabido hacer, acabar con la corrupción en la Iglesia.
¿Por qué? Porque había ya estallado el escándalo del Vatileaks, que no era otra cosa más que algo muy bien organizado, que ponía al descubierto ante los ojos del mundo la existencia de unas luchas terribles en el seno de la Iglesia, sobre todo en el Vaticano, y la existencia de la corrupción.
Él se dio cuenta de que no tenía ya la capacidad, las fuerzas, dijo él, para seguir afrontando esta lucha contra la corrupción, y efectivamente decidió ponerse a un lado, presentó la dimisión.
Para la historia queda, y la historia dirá, si esa dimisión fue oportuna, si fue prematura, si debía haber esperado un poco más y organizado su sucesión, él renunció libremente, así lo dijo, pero eso no significa que no hubiera habido una campaña, una presión para hacer, moverle, no digo forzarle, porque no hubiera habido libertad, pero sí moverle hacia esa dimisión.
La historia lo dirá, lo que queda ahora, cuando aún su corazón valiente está luchando, lo que queda ahora, lo que quedará para siempre, es el testimonio de su honestidad y de su humildad, y también esa luz que él ha querido aportar, siendo reflejo de la verdadera luz que es Cristo, para acabar con las tinieblas del relativismo, que tanto daño nos están haciendo.
Ha luchado, se ha esforzado por hacer compatible el Concilio Vaticano II con la tradición de la Iglesia, la hermenéutica de la continuidad ha sido su guía como teólogo, como Prefecto de Doctrina de la Fe como pontífice, él ha trabajado por esto, también la historia dirá si esto ha sido, es o será posible, su ejemplo, su enseñanza son y seguirán siendo un hito en la historia de la Iglesia, y mientras existan, existamos pecadores, pero que queremos seguir siendo fieles a la verdadera Iglesia, esto no va a pasar, no se va a olvidar, no nos vamos a olvidar de este auténtico grande que merece la pena ser llamado Magno, como fue llamado San Juan Pablo II.
Rezamos por él, le encomendamos a Dios que Dios tenga misericordia de su pobre gastado cuerpo y que tenga naturalmente misericordia de su brillante, excelente alma.
Hasta la semana que viene, si Dios quiere.