Queridos Hermanos y amigos: Paz y Bien.
Tras la impresionante manifestación del pasado 17 de octubre, no cabe duda de que está naciendo una nueva cultura de la vida, que ni los poderosos ni los mojigatos han conseguido censurar. El grito de la vida se ha dejado oír por miles y miles de gargantas que respetuosamente lanzaban su clamor a los vientos: no matemos al más inocente e indefenso de los seres, el ser humano en su gestación; no dejemos en agónica soledad a la mujer. Es una cuestión infinitamente anterior a otras causas respetables como la protección de algunas especies animales o vegetales en peligro de extinción, o el tan traído cambio climático. Antes, mucho antes; luego, mucho después, está la vida humana en cualquiera de sus fases y circunstancias.
La ley puesta en entredicho por una creciente mayoría de la sociedad española, atenta contra esa vida del bebé no nacido, y arroja a una soledad destructora a la madre gestante. Por salvar a ese pequeño y por salvar a su madre, hemos dicho y repetiremos que no a una ley criminal. Pero para llegar a la negación de la vida con la impunidad a la que llega esta ley, supone haber negado la vida en otros factores anteriormente. Trayendo a colación la escena bíblica del primer homicidio narrado en la Sagrada Escritura, podemos decir que Caín mató a Abel, pero para ello antes se había matado a sí mismo: había matado su conciencia, había pervertido su libertad, había destruido su relación amorosa con el tú de su hermano para erigirse con su yo más solitario y suicida.
Frente a la mujer que en aras de la ideología de género feminista se abandona con irresponsabilidad machista y se deja en soledad desesperada, hemos querido señalar lo injusta que es esta ley, no sólo y principalmente para el bebé en el vientre de su madre, sino también para la madre como tal. Y aquí resuena lo que tantas veces dijo Jesús a no pocas mujeres abandonadas por el egoísmo prepotente del varón o por la dureza de una soledad insufrible: “no llores”. Es la expresión de un Dios que no se escandaliza, que no abandona, que siempre espera. Un Dios que no se resigna al desvarío de nuestras pesadillas y continuamente nos sigue proponiendo el sueño de una belleza, una verdad, una bondad para las que hemos nacido, esas que coinciden con las exigencias del propio corazón.
La compañía de un Dios así de leal, debe visualizarse y palparse en la compañía humana que nos debemos ofrecer. Porque ante la pregunta de dónde está Dios cuando suceden tantas cosas terribles, la única respuesta es decir que Él está en las víctimas expresando su divina solidaridad y en nuestras manos y labios ofreciendo su consuelo y su salvación. Somos testigos de la compañía del mismo Dios, la única que abraza como nadie nuestra soledad. Ante una mujer embarazada, no podemos responder diciendo: “quédate con tu llanto de madre asustada y solitaria o quédate con tu agonía tras abortar al hijo de tus entrañas”, sino decir como Cristo: “no llores más”, porque te ayudo a respetar tu vida y la vida que en ti nace acompañándoos con todas las consecuencias, acompañándoos de verdad, para que tu hijo salga adelante salvándote a ti, para que tú salgas adelante salvándole a él.
Sí, se está despertando un importante movimiento social y cultural (Foro de la Familia, Mujeres contra el aborto, Derecho a vivir, etc.) que expresa pacíficamente su negativa a matar la vida humana del no nacido, o del enfermo o anciano terminal, y que igualmente dará la batalla a favor de los que por tantos motivos tienen que llevar una vida sin libertad, sin trabajo o sin dignidad. Es un clamor de esperanza. Ha nacido un grito por la vida, que en tantas personas de bien, se ofrece como compañía.
Recibid mi afecto y mi bendición,
+ Jesús Sanz Montes, ofm, Obispo de Huesca y de Jaca