En los comentarios a un reciente artículo mío me he encontrado con uno que expresa en mi opinión uno de los mayores problemas de la Iglesia Católica. Ante mi afirmación: "No es lo mismo lo que diga el Papa que lo que diga un teólogo de la Asociación Juan XXIII o de Cristianos para el Socialismo", se me responde así: “Y cuánto más altos están en la jerarquía más lejos del pueblo y de su realidad. Que Jesús baje y vea todo el poder moral (y por supuesto económico) de "esa" Iglesia de la que usted habla. A ver quién le cuenta cómo hemos acabado así. "Todo esto se estudia en Teología". ¿Ese es el único argumento que tiene para decirme que sus palabras son más ciertas que las mías?”.
Cuando leí este comentario pensé en qué profunda es en muchos casos la desorientación de nuestros fieles. Muchos de ellos tienen un libre examen, un cristianismo a la carta, donde toman lo que les gusta o conviene, y rechazan el resto. Olvidan que si yo no puedo hablar con profundidad de Farmacia o Exactas, lo mismo sucede con la Teología Católica, que es también una ciencia, de la que muchos hablan sin tener ni idea o, como les sucedió a los de Cristianos para el Socialismo de mi ciudad, son capaces de sostener en el mismo artículo su plena comunión con la Iglesia y su fidelidad al Magisterio, para a continuación decirnos “el único punto incontrovertible, absoluto, indiscutible y, si se quiere dogmático, del mensaje cristiano, es el mandamiento de la caritas, del amor fraterno”, con lo que se cargan todos los dogmas cristianos, incluída la resurrección. Me parece evidente que cuando uno más ha estudiado Teología e intenta además mantenerse en comunión con las enseñanzas de la Iglesia Católica, más valor tienen sus palabras. También en Religión se pueden decir tonterías, como la citada de Cristianos para el Socialismo, o la de esta comentarista, en la que nos viene a decir que en la Iglesia cualquiera puede hablar, menos el Magisterio.
En Teología me enseñaron que el esfuerzo por acoger positivamente el magisterio de la Iglesia, incluso el no infalible, forma parte del justo comportamiento que un católico debe adoptar en relación con la fe, aunque nuestra obediencia hacia él es una obediencia racional. Esta obediencia se basa en que el Magisterio se apoya en dos pilares: la asistencia del Espíritu Santo y en la fuerza objetiva de los argumentos empleados.
La asistencia del Espíritu Santo alcanza su grado máximo en las definiciones infalibles o magisterio extraordinario, que es cuando el Papa en cuanto Cabeza de la Iglesia, o también juntamente con los Obispos, reunidos en Concilio Ecuménico, define o definen un punto de doctrina, definiciones que son irreformables, pues un error en ellos significaría por parte de Cristo el incumplimiento de su promesa de "estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"(Mt 28,20). La infalibilidad supone la ausencia de error, pero no que la formulación empleada sea necesariamente la más adecuada.
Se llama magisterio ordinario y universal, cuando los Obispos, unidos al Papa, se ponen de acuerdo en el mundo entero para enseñar un punto de doctrina como divinamente revelado y perteneciente a la fe.
El magisterio ordinario es el del Papa en cuanto jefe de la Iglesia con formas más o menos solemnes (Constituciones Apostólicas, Encíclicas, discursos etc.). Son también magisterio ordinario los actos de los obispos comprometiendo su autoridad pastoral sobre el conjunto de sus fieles, si bien actualmente los obispos suelen ejercer esta responsabilidad generalmente en comunión con otros obispos, en el cuadro de las conferencias episcopales.
La asistencia del Espíritu Santo podemos suponer será tanto mayor cuanto mayor sea la importancia y solemnidad del documento, por ejemplo. una Encíclica, que es el modo corriente de magisterio ordinario papal para toda la Iglesia, tiene más importancia que un sermón del Papa en una audiencia general. Podemos decir que esta asistencia equivale a la gracia de estado que posee la autoridad y que nos obliga, para separarnos de sus directrices y enseñanzas, a tener mayores y más graves motivos, cuanto más empeñada esté en ella la autoridad. Desde luego las Encíclicas no son infalibles, pero sí nos obligan a una obediencia religiosa, es decir sumisión de la voluntad y de la razón, a menos que serias razones nos convenzan que en tal caso concreto el Papa o las otras autoridades eclesiásticas se han equivocado.
Está claro igualmente que la posibilidad de error será tanto menor cuanto más estudiado esté un documento y más pensadas sus razones, aunque para emitir juicios en el ámbito moral nunca se ha exigido una certeza absoluta, sino sólo una certeza "moral", es decir aproximada. Su novedad no suele consistir en el contenido de su enseñanza, como si hasta ese momento se desconociera su existencia, sino en la aprobación y carta de ciudadanía que se le otorga.
Por ello raras veces los Papas son autores materiales de sus Encíclicas, sino que éstas suelen ser obras de un conjunto de peritos expertos en la materia. Pero la importancia del documento cambia cuando no es el perito autor material quien lo firma, sino el Papa u otra autoridad eclesiástica, porque entonces pasan a ser documentos de esa autoridad firmante Detrás de cada documento normalmente hay generalmente mucho tiempo y mucho trabajo de gente experta en el tema. Puedo decir que el último documento de la Pontificia Comisión Bíblica sobre “Biblia y moral”, recientemente publicado en la BAC, es el resultado del trabajo de veinte expertos sobre el tema a lo largo de cinco años. Es desde luego obligación en conciencia de la autoridad preparar atenta y cuidadosamente sus documentos a fin de evitar hasta la apariencia de irresponsabilidad y ligereza, siendo ésta una obligación que alcanza a todos los representantes cualificados de la Iglesia, y, aunque en menor grado, pero también, a los curas en sus sermones dominicales.
Por último “esa” Iglesia, la Iglesia Católica,, diré a esa comentarista, es la Iglesia de Jesucristo y la institución que hace más en el mundo por los pobres y marginados. Me siento orgulloso de ser miembro de ella.
Pedro Trevijano, sacerdote