La decisión de conceder el premio Nobel de la paz a Barack Hussein Obama parece, cuando menos, precipitada. El testamento de Alfred Nobel decía claramente que este rubro debía ser asignado “a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos paz”.
Y es comprensible que ese “más y mejor” lleven, por lo regular, tiempo; que empeñen una vida; que un premio de la envergadura que tiene éste debiera reconocer, efectivamente, una trayectoria avalada no por la pleitesía de quienes sucumben al encanto de lo novedoso sino por la integridad de personas capaces de tender puentes de paz auténticos y consumados.
Las motivaciones aducidas por el Comité Nobel Noruego del parlamento de aquel país fueron: “por sus extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”, por haber creado un "clima nuevo para la política internacional”, por su “visión de un mundo sin armas nucleares” que “ha estimulado el desarme y las negociaciones para el control de armamento” y “hacer frente a los retos del cambio climático que afronta el mundo".
Llama la atención que hayan bastado 12 días en la Casa Blanca para que el Comité lograra percibir tantos avances en el actual presidente de los Estados Unidos. Hussein Obama tomó posesión de su cargo el 20 de enero de 2009 y la fecha límite que el Comité Nobel Noruego ponía para la presentación de candidatos fue el 1 de febrero del mismo año.
Llama la atención que se reconozca y premie en la categoría de “paz” a quien no es capaz de reconocer y defender la de los bebés que padecen violencia y muerte en el seno de sus propias madres, en Estados Unidos.
Llama la atención que se valoren los esfuerzos de Hussein Obama para el control de armamentos y se olvide la financiación que hace para investigaciones que usan seres humanos en sus primeras fases de desarrollo en pro de supuestos y dudosos progresos médicos.
Llama la atención que en la mismísima página de la organización que concede el premio los visitantes estén manifestándose en contra de la concesión de este reconocimiento a esta persona y que en las encuestas de los más grandes grupos mediáticos del país donde Hussein Obama gobierna esté reflejado un amplio desacuerdo popular al respecto.
Llama la atención que se use la sencilla nota de la sala de prensa de la Santa Sede para dar un peso moral y una justificación posterior al premio que le dieron al inquilino número uno de la White House: “Se augura que este importantísimo reconocimiento aliente ulteriormente este compromiso difícil pero fundamental para el futuro de la humanidad, para que pueda traer los resultados esperados”, decía el padre Federico Lombardi, portavoz, cuando en definitiva, no hace sino alentar a lo que se pueda hacer después.
Sin embargo, la concesión del Nobel de la paz a Obama es un signo de esperanza para muchos. Un amigo decía que si a Hussein Obama le han otorgado este galardón, en cualquier momento podría llegarle a él el de física o química. Aunque sólo haya cursado ambas asignaturas en bachillerato.
Jorge Enrique Múijica, LC