Queridos Hermanos y amigos: Paz y Bien.
Una de las cosas que me han impresionado positivamente de la peregrinación reciente a Polonia, ha sido la solidez de la identidad cristiana del pueblo polaco. Ellos han tenido que vivir en medio de situaciones políticas y culturales complicadas y adversas, viendo cómo tantas veces les descoyuntaban su territorio o su historia, de tanto tirar de uno o de otro lado, dependiendo de quién fuera el estirador. Últimamente, durante el periodo 1939 a 1989, lo han vivido de modo extremo desde el abuso nazi y desde el abuso comunista.
Pero en medio de estos avatares tan duros, ellos han sabido conservar su identidad como pueblo cristiano. No es un dato cualquiera este que apunto. Porque vemos en nuestra vieja Europa, incluyendo lógicamente el caso de España, cómo la raíz hondamente cristiana de su historia, no logra sobrevivir a tantos acosos y no pocos derribos que se experimentan desde hace unos decenios. Nuestra música, nuestra literatura, nuestra pintura y escultura, nuestra arquitectura…, es decir, toda la expresión artística y creativa de un pueblo, rezuma por todos sus poros la fe cristiana que la ha inspirado, que la ha acompañado y que ha sido expresión del mejor talento de nuestra gente a través de veinte siglos.
No obstante, puede llegar un momento en el que todo ese bagaje cultural se haga no sólo incomprensible, sino también incomprendido, y se trate de censurarlo impunemente desde la ignorancia más iconoclasta. Lo estamos viendo en leyes y planes educativos, y en estrategias hábilmente diseñadas para arrinconar fatalmente todo lo que significa la clave cristiana en la comprensión de una historia y de una cultura europea.
Esto es lo que me sorprendió en la peregrinación a Polonia: ver que ellos eran celosos de sus raíces, de sus tradiciones religiosas, de su historia creyente y católica. Y de una manera abierta y dialogante, sin excluir a nadie, han acertado a convivir con otras culturas y religiones haciendo juntos un camino en donde la complementariedad hacía que mutuamente se enriqueciesen las personas.
La fe necesita ser educada. Es un don de Dios, como la misma vida, pero necesita ser nutrida y acompañada debidamente para que crezca y madure en su sazón. Y esto es lo que resaltaba el testimonio de feliz contrapunto a los horrores de Auschwitz: también estaba Czestochowa como corazón creyente del pueblo polaco. Y allí vimos esa fe recia, sencilla, capaz de afrontar los malos vientos de la izquierda o de la derecha, de arriba o de abajo, porque había una raíz profunda que permitía mantenerse en pie ante cualquier vendaval dañino.
Este domingo celebramos la jornada de la educación de la fe, y es hermoso poder asomarse a esta necesidad que centra la catequesis no en el tiempo de la infancia o juventud cuando nos preparamos para los primeros sacramentos, sino en todo momento,sea cual sea el tramo de nuestra andadura humana y cristiana, porque siempre necesitamos educar nuestra fe, desde la pertenencia a Cristo y desde la permanencia en la Iglesia. Ambas cosas, aún siendo distintas, son inseparables. Y nos dan la medida de nuestra fe bien educada, bien afianzada en la tierra nutricia que nos permite sobrevivir con alegría y esperanza, a los despropósitos ideológicos que vemos pasar sembrando la cultura de la muerte y la incertidumbre del relativismo. Una fe acompañada por la larga tradición cristiana que se deja educar por los santos y los testigos del Señor.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Jesús Sanz Montes, obispo de Huesca y de Jaca