Es bien conocida la presencia y la importancia que tiene la figura del ángel en la obra poética de Rainer Maria Rilke. Presento un ejemplo elocuentísimo. La primera de las Elegías de Duino (Duineser Elegien) comienza aproximadamente así (cito de memoria): «¿Quién me oiría en la multitud de los ángeles si yo gritara?». Y también, a continuación: «Si un ángel nos estrechara contra sí nos destruiría por su existencia más fuerte» (seine stärkeren Dasein). Allí afirma, entonces, que «todo ángel es terrible» (jeder Engel ist schrecklich). Terrible, es decir, que causa terror, difícil de soportar, atroz, muy grande. No se lo puede mirar, sino que ante él se baja la cabeza.
El poeta, con su obra, de una belleza sobrecogedora, nos invita a asumir hoy la realidad misteriosa del mundo invisible porque Dios, como confesamos en el Credo niceno, es el «Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible». Pero una antropología pretensiosa, en el pensamiento moderno, ha llevado al materialismo y al ateísmo. Solo existiría lo que se puede ver y tocar.
La Tradición bíblica, desde el Antiguo Testamento, y su desarrollo propiamente cristiano, ha llevado a creer sinceramente en los ángeles, y a dedicarles nuestra devoción como compañeros en la alabanza de Dios, tal como se expresa cabalmente en el final de los prefacios de las misas. Desde niños se nos ha inculcado (así lo ha hecho la Iglesia de siempre) la convicción de que un ángel nos acompaña, personalmente, a cada uno. Basta recordar la bella oración: Angele Dei qui custos es mei, me tibi commíssum pietáte supérna, illumina, custodi, rege et guberna. Al «Ángel de la guarda» le pedimos luz, protección y orientación. Esa cercanía no anula su terriblez, como que estamos tratando con habitantes de otro mundo, el superior, al cual solo podemos acercarnos temblando.
En la teología católica se puede justificar la afirmación poética: «Todo ángel es terrible». Santo Tomás de Aquino lo presenta en su tratado de los ángeles en la Suma Teológica. Sobre todo en la cuestión 50, artículo 4. Los ángeles no están constituidos por materia y forma, sino que son seres puramente espirituales, y difieren en la especie: cada uno de ellos es una especie. No hay dos ángeles de la misma especie, como los seres humanos; cada uno de nosotros no es la especie humana, sino un individuo de ella. Cada ángel es una especie, un mundo, ante el cual el hombre se pierde.
Rilke en su obra poética muestra la soledad humana, y su postura de admirada veneración de la realidad angélica, que es otro mundo, el invisible, otro modo de existencia en la creación. La fe bíblica –judeo-cristiana-, presenta como certeza la realidad angélica. San Agustín ha observado que estos seres creados por Dios para su servicio son espíritu, y solo corresponde llamarlos ángeles cuando son enviados a los hombres portando un mensaje divino, o según la misión recibida, para hacer presente a Dios. Así corresponde según el sentido del término griego ángelos (en realidad, en lugar de la n hay dos gamma). El verbo correspondiente es angélo, que significa «hacer oficio de mensajero», «llevar un mensaje», y también «declarar».
La tradición bíblica, continuada en la liturgia eclesial, establece que el universo angélico consta de nueve coros; varios de ellos son invocados al final de los prefacios de las misas, para aclamar al Dios tres veces Santo; el cristiano que celebra la Eucaristía se une a ellos para proclamar y adorar la santidad de Dios («¡Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios de los ejércitos; llenos están el cielo y la tierra de tu gloria!»).
Los serafines son los espíritus que constituyen el primer coro; su actividad es el amor contemplativo y ardiente de Dios, que es fuego abrasador.
Los querubines se caracterizan por la plenitud de la ciencia; también orientada a la contemplación. Se llaman tronos a los espíritus que conocen las razones de las obras divinas. Las dominaciones descubren que las cosas constituyen un sistema (lo cual permite reconocer la sabiduría del Creador). Los ángeles que ocupan o constituyen el último coro son los que están en comunicación continua con el mundo, al cual son enviados para manifestar los planes de Dios.
En el Antiguo Testamento, la presencia del ángel suele ser identificada como el ángel del Señor, que es el Señor mismo, a quien el ángel hace presente. No me es posible detenerme ahora en un estudio de la presencia angélica en la Primera Alianza; me limito a algunos textos del Nuevo Testamento, en especial los Evangelios, donde se expresa la relación de los ángeles con Jesús.
Es precisamente en el servicio de Cristo donde encontramos la terriblez de la naturaleza y del oficio de los ángeles. Los discípulos del Señor no pueden posar la mirada en ellos. Los ángeles anuncian la resurrección de Cristo; aparece en el relato de Marcos como un joven (neanískos) sentado a la derecha del sepulcro vacío, vestido de blanco (stolēn leukēn). Las mujeres que habían ido al sepulcro quedaron conmovidas y horrorizadas (ekthambeisthe). El ángel las tranquiliza: «no se asusten» (mē ekthambeisthe). En el Evangelio de Mateo la resurrección de Jesús se expresa como el descenso del ángel del Señor desde el cielo (angelos gar Kyriou katabas ex ouranou), que aparta la gran piedra que cerraba el sepulcro, y se sienta sobre ella (Mt 28, 2). La terriblez del ángel se expresa en su aspecto, que es como un rayo (ōs astrapē), y su vestido como la nieve, de una blancura deslumbrante. Según el relato joánico, la Magdalena vio en el sepulcro dos ángeles vestidos de blanco, sentados como en el lugar de la cabeza, y otro en el de los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús, como midiendo su ausencia. Solícitos le preguntaron: Mujer, ¿por qué lloras? (Jn 20, 13) (Gynai, ti klaieis?).
Además de los relatos de la resurrección, otros pasajes de los Evangelios presentan ángeles al servicio de Jesús. Por ejemplo, en el episodio de la tentación en el desierto. En la tercera tentación (según Mateo es la segunda), el diablo cita el salmo 90 (91): Invita al Señor a arrojarse al vacío desde el pináculo del templo de Jerusalén. El Salmo presenta la confianza de quien habita bajo la protección del Altísimo, a la sombra del Omnipotente. La promesa es: «Envió a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos». Jesús sabe, por supuesto, que eso puede cumplirse, pero tal espectáculo sería contrario a su condición encarnada de obediente al Padre.
En Mateo 4, 11 se dice que acabadas las tentaciones, los ángeles se acercaron para servirlo (angeloi prosēlthon kai diēkonoun auto). El breve relato marcano afirma que en el desierto, durante las tentaciones, Jesús «vivía entre las bestias y los ángeles le servían» (kai ēn meta tōn thēriōn, kai hoi angeloi diēkonoun autō). La oración en el huerto de Getsemaní, después de la Última Cena es, según Lucas, una agonía, con sudor de sangre (ōsei thromboi aimatos katabainontes epi tēn gēn), pero se le apareció un ángel que lo confortaba (ōphthē de autō angelos ap ouranou enischuōn auton) (Lc 22, 43). Por último, me interesa citar la escena de la Ascensión del Señor, que puede leerse en los Hechos de los Apóstoles. Jesús se despidió de los once, les dio el mandato de la evangelización universal: «ser testigos» suyos (la martyría) y, ante sus ojos se fue elevando al cielo hasta que una nube lo ocultó a su mirada. Entonces dos varones vestidos de blanco (la clásica presentación de los ángeles) les dicen que dejen de mirar hacia arriba, que el Jesús que acaba de serles arrebatado, volverá como lo vieron subir (eléusetai) (Hch 1, 11).
Muchas otras manifestaciones angélicas preparan o rodean el misterio de la Encarnación. Por ejemplo, la aparición a Zacarías para comunicarle el nacimiento de Juan, el futuro Bautista. No deja de observarse la reacción de Zacarías ante la terriblez del ángel: «Se turbó» y quedó con gran temor (etarachthē zacharias idōn kai phobos epepesen ep auton) (Lc 1, 12). El anuncio a María registra simplemente la perplejidad de la jovencísima Virgen: se turbó (dietarachthē) ante el saludo del ángel Gabriel que la declaraba kecharitōmenē, perfectamente agraciada, llena de gracia. Se quedó, así, pensando en el significado del saludo (dielogizeto) (Lc 1, 29). El ángel la tranquilizó: «no tengas miedo» (mē phobou) (Lc 1, 30). Todavía la lúcida Virgen plantea una objeción al anuncio angélico de que sería la Madre del Hijo del Altísimo: «¿cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». Traducción correcta, popularmente comprensible del hebraísmo: «no conozco varón» (andra ou ginōskō) (Lc 1, 34). Entonces, el ángel Gabriel le revela el misterio de la concepción y nacimiento virginales, por obra del Espíritu Santo. Sigue la humilde aceptación: «que se cumpla en mí lo que has dicho» porque «soy la servidora (esclava) del Señor» (Idou hē doulē Kyriou) (Lc 1, 38).
En el contexto del nacimiento de Jesús, hay que señalar el papel de los ángeles en el anuncio a los pastores: el ángel del Señor, en toda su terriblez, apareció de pie junto a ellos y la gloria (dóxa) del Señor los rodeó con su luz; como correspondía, se espantaron (ephobēthēsan phobon megan) (Lc 2, 9). Los calma la clásica fórmula: «no teman» (mē phobeisthe); entonces se precipita la presencia, junto al ángel mensajero, del ejército celestial, plēthos stratias ouraniou (Lc 2, 13), para alabar a Dios con el ¡Gloria!, que nosotros repetimos en la Misa. Esa alabanza nuestra, cuando la recitamos en la celebración eucarística según está indicado, se une a la terriblez de los ángeles que se asoman a la tierra (Lc 2, 13s). No es mi intención –no cabría en los límites de un artículo- citar exhaustivamente los textos que indican la mensajería angélica a la Tierra. Solo me permito, y me complazco, en una cita más tomada de los Hechos de los Apóstoles. Allí se registra una persecución de Herodes a la Iglesia naciente. Buscando complacer a los judíos, encarceló a Pedro. La escena presenta al jefe de los Apóstoles durmiendo entre dos soldados que lo custodiaban. El ángel del Señor (ángelos Kyríou) se hizo presente en el calabozo, y lo llenó de luz, sacudió a Pedro, lo hizo vestir y calzar mínimamente, y le mandó seguirlo; el Apóstol lo hizo, creyendo que todo era una visión subjetiva suya. Pasaron los puestos de guardia y, al llegar a la puerta que llevaba a la ciudad, esta se abrió automatē (Hch 12, 10). Ya fuera, Pedro reconoció que todo era real, y se dirigió a la casa de María, madre de Marcos, donde la comunidad reunida oraba por él. Llamó a la puerta, y salió a abrir una muchacha llamada Rodé, que al reconocer la voz de Pedro no abrió la puerta, sino que llena de alegría volvió al interior para anunciar la presencia del Apóstol. Los que estaban adentro le dijeron: «estás loca; debe ser su ángel» (ho angelos estin autou) (Hch 12, 15). Traigo a consideración este dato porque vale para afirmar la doctrina: cada discípulo tiene su ángel, la doctrina del Ángel de la Guarda. En el mismo contexto se narra la muerte de Herodes, que se presentaba como un dios, usurpando la gloria divina: epátaxen autón ángelos Kyríou (Hch 12, 23), lo hirió el Ángel del Señor, y murió comido por gusanos.
Santo Tomás, que conocía muy bien la Sagrada Escritura, se sintió obligado a interpretar las apariciones de los ángeles que se presentaban con aspecto humano; son vistos por todos según una visión corporal, que está fuera del vidente, como una presencia objetiva; lo que los videntes ven no es otra cosa más que un cuerpo. Ahora bien, los ángeles son seres puramente espirituales, no tienen un cuerpo naturalmente unido a ellos. La solución que el Aquinate encuentra y expone en su tratado de los ángeles, en la Suma Teológica (I. q.52 a.2c) es que asumen un cuerpo. Asumen cuerpos por nosotros, para que conversando familiarmente con ellos (habría que añadir; una vez superada la conmoción que causa la terriblez) demuestran la sociedad inteligible que los hombres esperan alcanzar, con ellos, en la vida futura. En la respuesta a la primera objeción responde que en el Antiguo Testamento los ángeles asumieron cuerpos como un indicio en figura de que el Verbo de Dios asumiría, realmente, un cuerpo humano.
¿Cómo puede explicarse la asunción de un cuerpo por el ángel? En la respuesta a la segunda objeción que se plantea, I. 52, 2 ad 2, Tomás aventura: por el poder divino se forma en los ángeles un cuerpo sensible, que sea útil para representar las facultades inteligibles. ¿De dónde sale, o cómo se forma el cuerpo asumido? Lo asumen del aire, que condensado por el poder divino puede adquirir figura y color, como las nubes. Los sentidos de un cuerpo representan las facultades espirituales del ángel; por ejemplo, por los ojos se designa el poder cognoscitivo del ángel, y por los otros sentidos, otras facultades. En la respuesta a la cuarta dificultad (ad 4) dice que, propiamente, los ángeles no hablan por medio de los cuerpos asumidos, sino que se trata de algo semejante al hablar; se forman en el aire sonidos que son semejantes a las voces humanas. Por supuesto, no estamos obligados a aceptar estas curiosas explicaciones del siglo XIII, pero es de admirar el esfuerzo por explicar, dar razón de los datos de la Escritura.
Los ejemplos que he presentado de los Evangelios, y los otros textos, muestran que la afirmación de Rilke: «todo ángel es terrible» procede no sólo de una arbitraria imaginación poética, sino que tiene su base bíblica, en la fe cristiana.
¿Quién habla hoy en la Iglesia de estas realidades misteriosas? ¿No están ausentes de la predicación y la catequesis? ¿Quién cree en ellas? El Símbolo de la fe afirma que un solo Dios, Padre Omnipotente, es el «Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible»; es decir, también del mundo de los ángeles. La Iglesia actual continúa entrampada en el dominio de la Razón Práctica, en un moralismo jesuítico de inspiración kantiana. Agradezcamos a Rilke la penetración y actualidad de su poesía.
+ Héctor Aguer
Buenos Aires, lunes 4 de julio de 2022.
Memoria de Santa Isabel de Portugal.-