Si preguntásemos a cualquier persona razonablemente bien informada sobre cuáles son los dos textos morales más importantes de la Biblia, nos respondería con: en el Antiguo Testamento, el Decálogo (Éxodo 20,2-17), y en el Nuevo, las Bienaventuranzas (Mateo 5,3-12). Pero, dado que el Decálogo forma parte del Antiguo Testamento, ¿el Decálogo puede servir como base para una teología y catequesis moral adaptada a las necesidades y a la sensibilidad de la humanidad hoy en día? Dicho de otro modo, ¿los valores del Decálogo son universales, es decir aplicables a todos los hombres de todos los tiempos y naciones, porque se trata de un texto al servicio de la libertad del ser humano, tanto individual como colectivamente, o bien se trata de un documento limitador y opresor?
De todas las leyes del Antiguo Testamento, el Decálogo moral (Ex 20,2-17; Dt 5,6-21) es el que mejor ha resistido el paso del tiempo, puesto que en él hay un notable equilibrio entre los deberes para con Dios y los deberes para con el prójimo.
Tres valores verticales atañen a las relaciones de la persona humana con Dios: 1. rendir culto a un único Absoluto; 2.Respetar la presencia y la misión de Dios en el mundo; 3. Valorar la dimensión sacra del tiempo.
Siete valores horizontales que tocan a las relaciones entre las personas humanas: 1. honrar la familia; 2. promover el derecho a la vida; 3. mantener la unión de la pareja marido y mujer; 4. defender el derecho de cada uno a ver la propia libertad y dignidad respetada por todos; 5. preservar la reputación de los otros; 6. respetar las personas (que pertenecen a una casa, una familia, una empresa); 7. dejar al otro sus propiedades materiales.
Analizando los diez valores presentes en el Decálogo, se nota que ellos siguen una orden de progresión decreciente (del valor prioritario al menos importante). Dios en el primer lugar y las cosas materiales en el último; y, dentro de las relaciones humanas, se encuentra al comienzo de la lista familia, vida, matrimonio estable. Analizando los diez valores presentes en el Decálogo, se nota que ellos siguen una orden de progresión decreciente (del valor prioritario al menos importante). Dios en el primer lugar y las cosas materiales en el último; y, dentro de las relaciones humanas, se encuentra al comienzo de la lista familia, vida, matrimonio estable.
Pero el hecho que el Decálogo se encuentre en el Antiguo Testamento nos lleva a preguntarnos qué valor conservan hoy las leyes del Antiguo Testamento. Por sus contenidos concretos se suelen dividir en prescripciones cultuales, disposiciones jurídicas y mandamientos morales. Con la venida de Cristo las dos primeras han perdido todo su valor, mientras los mandamientos morales conservan su validez como normas de derecho natural y como normas reveladas que son, si bien reciben su carácter obligatorio, su interpretación y sanción no ya de la Antigua, sino de la Nueva Alianza. Pero este valor de los mandamientos morales hay igualmente que saber matizarlo. Nadie puede defender el crimen o la mentira como comportamientos dignos y aceptables, pero el precepto de no matar, uno de los más universales y evidentes, admite excepciones como la legítima defensa y la guerra justa, o el de no mentir tampoco me obliga cuando no es faltar a la fidelidad debida p. ej. si alguien me hace sin derecho por su parte una pregunta impertinente o intenta hacerme violar un secreto.
Así se ofrece, a una humanidad que desea con afán aumentar su autonomía, una base legal y moral que podría verificarse como fecunda y persistente. Sin embargo es difícil de promover en el contexto actual, dado que la escala de valores más seguidos en nuestro mundo, tiene un orden de prioridad opuesto al de la propuesta bíblica: primero el hombre, después Dios; e incluso, al comienzo de la lista, los bienes materiales, esto es, en un cierto sentido, la economía. Cuando, abiertamente o no tanto, un sistema político y social se funda sobre valores supremos falsos (o sobre una concurrencia entre valores supremos), cuando el intercambio de bienes o el consumo es más importante que el equilibrio entre las personas, este sistema está roto desde el comienzo y destinado tarde o temprano a la ruina.
En cambio, el Decálogo sigue siendo actual porque abre ampliamente la vía a una moral liberadora: dejar el primer puesto a la soberanía de Dios sobre el mundo (valores nn 1 y 2), dar a cada uno la posibilidad de tener tiempo para Dios y de gestionar el propio tiempo de un modo constructivo (n. 3), favorecer el espacio de vida de la familia (n 4), preservar la vida, también la sufriente y la aparentemente improductiva, de las decisiones arbitrarias del sistema y de las manipulaciones sutiles de la opinión pública (n. 5), neutralizar los gérmenes de división que vuelven frágiles, sobre todo en nuestro tiempo, la vida matrimonial (n. 6), detener todas las formas de explotación del cuerpo, del corazón y del pensamiento (n. 7), proteger la persona contra los ataques a la reputación y contra todas las formas de engaño (n. 8), de explotación, de abuso y de coerción (nn. 9 y 10).
Interrogado sobre cuál es el mandamiento más grande, Jesús nos recuerda que el mandamiento más importante es el del amor (Mt 22,34-40 y paralelos). El valor amor a Dios reasume los tres primeros mandamientos y el amor al prójimo los siete últimos. Y son las palabras Cristo y amor las que resumen en sí toda la moral cristiana.
Pedro Trevijano, sacerdote.