La prostitución es el hecho de que una persona practique por causa de retribución, cuando generalmente no dispone de ningún otro medio de subsistencia, relaciones sexuales habituales, constantes y repetidas, con todo el que viene y a la primera petición, sin escoger ni rechazar su socio, teniendo como objeto principal la ganancia y no el placer. Otra definición dice que prostitución es la relación sexual en la que media el dinero como motivo y se realiza con más de una persona. Generalmente la ejercen las mujeres, pero también hombres y menores, tanto niños como niñas, en forma heterosexual o bien homosexual.
Hay quien afirma que para un joven el ir de prostitutas supone un progreso en el desarrollo de su sexualidad y personalidad. Se trataría de un período transitorio con una sexualidad anónima, porque no interesa una mujer determinada, sino que en sociedades deformadas por concepciones machistas, es un medio de iniciación sexual. Para quienes así piensan sería un progreso porque inicia al joven en la técnica amatoria, y si no lo hace así se pone en peligro de no adquirirla, lo que sería fuente en el futuro de tensiones matrimoniales.
Esta opinión es una atrocidad, no sólo en el aspecto moral, sino también en el psicológico. Las relaciones sexuales nunca se deben reducir a algo meramente biológico, y cuando se hace así, es una depravación. En el acto prostitucional se trata a la otra parte como un mero objeto de placer. Para bastante gente, la sexualidad es una mercancía que se puede comprar. Es evidente que con ello se deshumaniza a las prostitutas, abusando de ellas al considerar su sexualidad como una mera mercancía, sin respetarlas en su dignidad de ser humano. Estas personas que se hacen a sí mismas mercancías o se ven obligadas a ello, quedan arruinadas afectiva y también en muchas ocasiones sanitariamente. La prostitución es una actividad mala en sí misma, porque trivializa el sexo y convierte la relación íntima en un mercado, en lugar de una entrega amorosa entre dos personas.
Pero también es mala para el que se abandona a una sexualidad meramente instintiva. Lo fundamental es siempre el amor y el acto sexual realizado con prostitutas es un acto en el que éste está ausente y por tanto es una relación despersonalizada que no sirve para que dos se encuentren realmente. Aunque el acto físico sea idéntico, sin embargo pocas cosas hay más distintas que un acto sexual en el que está presente el amor de aquél en el que no lo está. Muchos, cuando empiezan a tener relaciones sexuales, lo único que buscan es pasárselo bien, sin pensar en las consecuencias. Además no todo se puede comprar y hay riquezas que están fuera del comercio, como el don de mi cuerpo en una relación amorosa, de la que la prostitución o la relación sexual genital sin entrega amorosa son sólo imitaciones groseras. El acto sexual se degrada y se pervierte sin amor, haciéndose sexo animal en el sentido más bajo de la palabra.
Por otra parte, el ir de prostitutas es una grave regresión, porque al separar radicalmente sexo y amor, fija al joven en su inmadurez afectiva y en su egoísmo, mientras la sexualidad matrimonial debe ser altruista, sin contar además con el peligro de las enfermedades venéreas. Actualmente, además, muchas prostitutas son drogodependientes y están afectadas por el virus del Sida u otras enfermedades de transmisión sexual, pues no es raro que practiquen las relaciones coitales y el sexo oral sin protección, por lo que no es difícil contagien a sus clientes, pues ni siquiera el uso del preservativo es del todo seguro. Y no sólo es esto, sino que también queda degradada la personalidad del cliente, en cuanto que no ve en la prostituta una persona, sino una cosa que se compra y se vende y al degradar y tratar una persona como cosa, él mismo se degrada. Como dice san Pablo: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?, ¿y voy a tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de meretriz?, ¡no lo quiera Dios!, ¿no sabéis que quién se allega a una meretriz se hace un cuerpo con ella? Pues está dicho: los dos se harán una sola carne” (1 Cor 6,15-16). Además, la prostitución no es precisamente una escuela de fidelidad, ni creo que a ninguna chica con un mínimo de sentido común le agrade el saber que su novio o marido va o ha ido de prostitutas.
En España, desde 1978 la prostitución ha dejado de ser delito. Desde entonces no tiene ningún marco legal: es alegal, no existiendo regulación sobre el ejercicio de la prostitución en la vía pública, por lo que podemos decir está legalizada por omisión. Sólo es delito si se emplea a menores, así como el proxenetismo y las bandas o redes de explotación.
El Tribunal de Justicia europeo avaló en otoño de 2001 la consideración de la prostitución como “actividad económica”, lo que en realidad supone regular una actividad perversa y, si se recaba dinero en concepto de impuestos, convierte al Estado en proxeneta, siendo desde luego indiscutible que no es una actividad laboral normal y que nadie con sentido común y posibilidades desea que su hija abrace esa actividad. Hay una Convención de la ONU para la supresión de la trata de los seres humanos y explotación de la prostitución del 2-XII-1949. Igualmente el Parlamento Europeo en junio de 1986 publicó un extenso documento sobre agresiones a la mujer, en donde en el apartado dedicado a la prostitución se invita a los Estados a prevenirla con medidas sociales y a sancionar severamente a quienes induzcan a ella a niñas y adolescentes.
Vivimos en una sociedad consumista, dominada por las leyes del mercado y la banalización de la sexualidad, circunstancias aprovechadas por personas sin escrúpulos para organizar este vergonzoso tráfico, tráfico que está adquiriendo con la inmigración dimensiones cada vez más preocupantes. La prostitución es un grave problema social y, más aún, una fuente de criminalidad, pues genera violencia y vejación. Actualmente, la emigración de mujeres jóvenes de países pobres, como los del Este o los latinoamericanos, a ricos, es una de sus principales fuentes. Es difícil a la prostituta escaparse de sus amos, pues con frecuencia han sido engañadas con promesas de trabajo y además no reparan en amenazas. La primera causa de este tráfico es la pobreza, así como las situaciones de conflicto y violencia que hace que muchas personas se vean privadas de sus derechos y entregadas a las redes que controlan el negocio de la prostitución.
Para que una profesión sea normal, tiene que ser libremente elegida y ejercida, siendo la realidad que muy pocas prostitutas la escogen libremente, aunque es muy difícil demostrar que una mujer ha sido forzada a ella contra su voluntad. La vida cotidiana de estas mujeres es, en muchos casos, peor que la antigua esclavitud. Al engaño en la captación hay que añadir muy frecuentemente los malos tratos y las inhumanas condiciones de vida, así como la pérdida de libertad que llega a quitarles la documentación.
Dos datos muy significativos abogan contra su reglamentación: uno, incluso donde la prostitución está tolerada, el número de prostitutas clandestinas es superior al de las legales; otro, la inmensa mayoría de los especialistas que han dedicado su vida a combatir este azote social, están de acuerdo en que las casas de prostitución son una de las formas más odiosas de esclavitud humana. En ellas, por ejemplo, el cliente paga y hace lo que quiere, mientras en la calle ella puede hasta cierto punto decir no. Además, las muchachas quedan encerradas no sólo físicamente, sino también psicológicamente, con menos contactos con el exterior. Con la reglamentación, de hecho lo que se hace es proteger la prostitución. Necesitamos mentalizarnos en la idea de que la prostitución, más que delito contra la honestidad, es delito contra la libertad de las personas y que el prostituirse no es un acto libre, sino de esclavitud, y que por lo tanto también el cliente debiera poder ser perseguido jurídicamente, aunque evidentemente el peso principal de la ley debe recaer sobre los proxenetas.
Si entrar en la prostitución es fácil, salir resulta muy difícil, por la conexión de la prostitución con la delincuencia organizada. No bastan las medidas legislativas, sino que se necesita además la aportación de muchas buenas voluntades. Prevención y reinserción son los dos mejores modos de lucha contra la prostitución. Las Comunidades Autónomas están creando centros específicos de información, orientación y apoyo a la mujer con problemas, atendidos por personal cualificado, por ejemplo, asistentes sociales y abogados.
Es de justicia señalar la gran labor que realizan diversas congregaciones religiosas femeninas, atendiéndolas e intentando su recuperación, actuación debida no a un mero humanismo, sino a la fe. Las acogen en casas de rehabilitación, generalmente pisos, y procuran darles atmósfera de familia, cuidados corporales, alegría sana, ambiente de paz y serenidad, y un período de estancia suficientemente largo (como término medio un año) para lograr el resultado que se desea: mujeres equilibradas, purgadas de sus vicios y dueñas de sí mismas. Se intenta capacitarlas para el trabajo. Las muy superiores ganancias de la prostitución y la dificultad de encontrar trabajo, son las mayores dificultades para su reinserción. Muchas de ellas están también enganchadas a las drogas, que ha atrapado sobre todo a las más jóvenes. Todo ello hace que el camino hacia la rehabilitación y hacia una vida normal sea una carrera de obstáculos.
La Iglesia tiene la responsabilidad pastoral de promover la dignidad humana de las personas explotadas por la prostitución y trabajar por su liberación defendiendo los legítimos derechos de estas personas, denunciando las injusticias y violencias que sufren y dándoles apoyo en lo económico, educativo y formativo.
La prostitución es evidentemente un grave problema social del que hemos de tomar conciencia, y en el que la sociedad podría hacer bastante más, especialmente en su fase preventiva.
Pedro Trevijano, sacerdote