El Sumo Pontífice ha convocado para octubre de 2023 la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, para tratar el tema «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Y, para ello, ha establecido que desde este año, en todas las diócesis del mundo, se convoquen asambleas para «escuchar al pueblo de Dios». En otras palabras: la Iglesia ha entrado en un estado deliberativo permanente, de tres años, a escala planetaria. ¿Se persigue, acaso, relativizar la composición jerárquica de la Iglesia, para darle poder ejecutivo «a las bases»? ¿Se están analizando «nuevos ministerios» laicales; que compitan con los ministerios ordenados, los limiten y hasta, eventualmente, se constituyan en sucedáneos de ellos? ¿Va camino la «Iglesia sinodal» de transformarse en una democracia liberal?
Causa, como mínimo, sorpresa que en los últimos años se haya insistido tanto en cuestionar la supuesta «autorreferencialidad» de la Iglesia, ¡y ahora se convoque a un sínodo para potenciar lo que se supone fuera de lugar! ¿No ha llegado la hora de releer, y llevar a la práctica, lo que enseña el libro de los Hechos de los Apóstoles? Sería una oportunidad inmejorable para que la «Iglesia en salida» imitase aquel ardor misionero de Pentecostés; con la conmovedora confesión de la fe, y el martirio de los apóstoles y los primeros discípulos.
Desde hace más de seis décadas, hablamos del aggiornamento eclesial. Etimológicamente, la palabra significa poner al día (giorno). ¿Existe, acaso, algún día que dure varios lustros? Y, además, ¿se ha profundizado, en este tiempo, en el mandato que nos da Jesucristo: Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado (Mt 28, 19-20)? ¿Y, también: Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará (Mc 16, 15-15)? Cumplir con lo que nos pide el Señor, evangelizar, y hacer nuevos hijos suyos no es proselitismo, sino un acto de obediencia, y de justicia; y fuente de verdadero gozo. Da mihi animas caetera tolle (Dadme almas, y llévate todo lo demás), repetía San Juan Bosco; en tiempos no menos difíciles para la Iglesia.
En distintos artículos publicados por InfoCatólica sostuve que en estos días nuestros, muchos temen la división de la Iglesia. Desde una perspectiva relativista se apunta como responsables a los grupos de conservadores y progresistas, como si fueran igualmente ideologizados; ambos deberían sumergirse en el gran río que es la Iglesia, donde caben todos (no nos engañemos: en realidad, para el relativismo unos más que otros), o considerarse cada uno cara de gran poliedro, que es la figura eclesial. En esa visión quienes molestan son quienes adhieren, por razones históricas y teológicas, sobrenaturales, a la Gran Tradición católica, y se resisten a adoptar los «nuevos paradigmas» propuestos y sostenidos oficialmente. Conservadores y progresistas (quizás estos nombres no sean los adecuados), si no endurecen e ideologizan su posición, podrían ser matices respetuosos de la ortodoxia doctrinal, y compartir pacíficamente la tarea pastoral.
Lo puse de relieve en mi trabajo «Lamentable retroceso», a propósito de Traditionis custodes: El actual Pontífice declara que desea proseguir todavía más en la constante búsqueda de la comunión eclesial, y para hacer efectivo este propósito, ¡elimina la obra de sus predecesores poniendo límites arbitrarios y obstáculos a lo que aquellos establecieron con intención ecuménica intraeclesial y de respeto a la libertad de sacerdotes y fieles! Promueve la comunión eclesial al revés. Las nuevas medidas implican un lamentable retroceso. La pax litúrgica que, con sabiduría y excelsa caridad, buscó Benedicto XVI con Summorum Pontificum, ha sido barrida de un plumazo. Un nuevo Papa deberá restablecer la plena y absoluta libertad de todos los sacerdotes, sin necesidad de tener que pedir permiso a su obispo, para celebrar la «Misa de antes».
Resulta sorprendente la dureza de la reacción del Vaticano frente a lo que denomina una moda; especialmente, entre los más jóvenes. ¿Acaso una moda no es de por sí pasajera y, con frecuencia, muy fugaz? Está claro que, en la práctica, no la considera como tal; y, por eso, se dio esta respuesta desproporcionada.
Me consta que muchos jóvenes de nuestras parroquias están hartos de los abusos litúrgicos que la jerarquía permite sin corregirlos; desean una celebración eucarística que garantice una participación seria y profundamente religiosa. No hay en esta aspiración nada de ideológico. Esos jóvenes –y algunos que ya no lo son- no van a Misa para ver un espectáculo, o a celebrarse a ellos mismos; van para darle gloria a Dios, santificarse, y llevar luego a todas partes el dulce aroma de Cristo. Por otra parte, ya que hay que estar bien atentos a los signos de los tiempos, y a la escucha, ¿no deben ser escuchados estos hermanos nuestros; enraizados en lo más puro de la Tradición y la Ortodoxia?
Hace nueve años, en 2012, convocado por el entonces Papa Benedicto XVI, tuve el honor de participar en el sínodo de la Nueva Evangelización. Me conmovió, especialmente, la exposición de Tomasso Spinelli, joven catequista, de 23 años, de la Diócesis de Roma. Yo cuando lo escuché me dije: leeré este mensaje a los seminaristas. Sus palabras fueron rubricadas con el aplauso más importante del Sínodo. «Ustedes los sacerdotes (dirigiéndose a los Obispos) –dijo- han hablado sobre el papel de los laicos. Yo, que soy laico, quiero hablar del papel de los sacerdotes.
«Nosotros los jóvenes –añadió Tomasso- tenemos necesidad de guías fuertes, sólidos en su vocación y en su identidad. Es de ustedes, sacerdotes, de quienes nosotros aprendemos a ser cristianos, y ahora que las familias están más desunidas, su papel es todavía más importante para nosotros. Ustedes nos testimonian la fidelidad a una vocación, nos enseñan la solidez en la vida, y la posibilidad de elegir un modo alternativo de vivir, siendo éste más bello que el que nos propone la sociedad actual.
«Mi experiencia –remarcó el joven- testimonia que allí donde hay un sacerdote apasionado, la comunidad, en poco tiempo, florece. La fe no ha perdido atractivo, pero es necesario que existan personas que la muestren como una elección seria, sensata y creíble. Lo que me preocupa es que estos modelos se han convertido en una minoría. El Sacerdote ha perdido confianza en la importancia de su propio ministerio, ha perdido carisma y cultura. Veo sacerdotes que identifican ‘dedicarse a los jóvenes’ con ‘disfrazarse de joven’; o, peor aún, vivir el estilo de vida de los jóvenes. Y lo mismo en la liturgia, ya que en el intento de hacerse originales se convierten en insignificantes. Les pido el coraje de ser ustedes mismos. No teman, porque allí donde sean auténticamente sacerdotes, allí donde propongan sin miedo la verdad de la fe, allí donde no tengan miedo de enseñarnos a rezar, nosotros los jóvenes los seguiremos. Hacemos nuestras las palabras de Pedro, ‘Señor, ¿a quién iremos? Solo Tú tienes palabras de vida eterna’. Nosotros tenemos hambre de lo eterno y de lo verdadero».
Tomasso nos dejó una hermosa lección de amor a Cristo y la Iglesia. Casi una década después sus palabras son de una enorme actualidad. Jóvenes como él son parte de la solución, y no del problema. Está en nosotros, los pastores, constituidos como tales por el mismo Jesucristo; y no por ningún consenso humano, ni desviaciones antropocéntricas, guiarlos, enseñarles y conducirlos al encuentro con Dios. Les advierte San Pablo a los Corintios: Que cada cual se fije bien de qué manera construye. El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo (1 Cor 3, 10-11). Esa es la verdadera salida que nos pide el único Señor de la Historia. La que siempre va hacia adelante; hacia el encuentro definitivo en la Eternidad…
+ Héctor Aguer.-
Buenos Aires, miércoles 10 de Noviembre de 2021.
Memoria de San León Magno, Papa y Doctor de la Iglesia.
En Argentina, Día de la Tradición.-