Diócesis y laicos

El Papa dijo lo que no cabía menos que esperar: que ambas partes debían hacer un esfuerzo por entenderse -los movimientos tienen que insertarse en la pastoral diocesana y las diócesis tienen que aceptar a los movimientos-.

El sábado, Benedicto XVI recibió, en la antigua y preciosa sala de los Sínodos, a 120 obispos y representantes de 16 movimientos de espiritualidad. Habían participado en el seminario organizado por el Pontificio Consejo para los Laicos, dedicado a reflexionar sobre la inserción de los movimientos en las Diócesis. Todo el encuentro, en el que participé representando a los Franciscanos de María, estuvo marcado por el esfuerzo del Pontificio Consejo para que los obispos se abran a las nuevas realidades eclesiales, así como por un clima de gran madurez, superadas ya las tensiones de otras épocas. Hoy son pocos los obispos -no se puede decir lo mismo, por desgracia, del clero- que ponen dificultades a los movimientos, conscientes de que son un don del Espíritu y un instrumento eficacísimo para hacer frente al secularismo.

Pero precisamente porque el seminario de estudio había sido tan positivo, todos estábamos pendientes de las palabras que el Santo Padre nos dirigiría y que, intuíamos, tendrían una relevancia histórica. El Papa dijo lo que no cabía menos que esperar: que ambas partes debían hacer un esfuerzo por entenderse -los movimientos tienen que insertarse en la pastoral diocesana y las diócesis tienen que aceptar a los movimientos-.

Pero, quizá, lo más destacable de las palabras de Benedicto XVI fue la exhortación a los obispos a «conocer adecuadamente la realidad de los movimientos sin impresiones superficiales o juicios reductivos... No son un problema o un riesgo... Son un don del Señor... Las dificultades o incomprensiones sobre cuestiones particulares no justifican el rechazo». Y si esto vale para todos, con más razón, como el Papa subrayaba, sirve para aquellos que ya han obtenido la aprobación pontificia. Algunos -cada vez menos, afortunadamente- siguen sin darse cuenta de que el problema está fuera, está en el alejamiento de los hombres de Dios y de la Iglesia. Toda ayuda es poca y es buena si sirve para la evangelización. O entendemos esto o, simplemente, cerramos las puertas al Espíritu y, con él, al futuro. (La Razón)

Santiago Martín

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