A través de un mensaje grabado, el próximo 15 de septiembre el papa Francisco se dirigirá a los 193 representantes de los países miembros en la apertura de la Organización de Naciones Unidas (ONU), presidida por el embajador de Turquía Volkan Bozkir. Según se ha podido saber, el mensaje de Francisco gravitará sobre una doble necesidad: trascender los modelos socioeconómicos empleados hasta ahora con el fin de salir de la crisis creada por la pandemia y condonar la deuda externa de los países periféricos.
Desde su elección en 2013, el papa Francisco no ha dejado de intervenir en el debate mundial sobre las causas de la exclusión social y la crisis ecológica padecida, considerando la hegemonía del paradigma tecnocrático, sostenido en un antropocentrismo desviado que reduce el ser humano a la condición de mercancía, como la principal de ellas. Surgirá así lo que el Papa califica como la «cultura del descarte».
La filósofa Adela Cortina denunciaba el pasado 15 de abril en el diario El País el peligro del taylorismo, un entramado donde el hombre queda subordinado a un sistema dominado por la eficiencia, creando la utopía de una sociedad perfecta, cuando en realidad lo que se impone hacer es justamente lo contrario si no queremos que la transformación digital de nuestra sociedad colonice nuestras mentes y nuestra cultura, es decir, hay que subordinar cualquier avance tecnológico al bien del hombre.
El paradigma económico imperante, fundado en la supuesta superioridad de la economía de mercado, el poder de la tecnocracia y la lógica de la racionalidad instrumental, lejos de prometer un lugar para todos exalta la ideología de la competencia y la eficiencia abstracta, creando un mundo de ganadores (winners) y perdedores (losers). Este «orden» repudia cualquier referencia al ser humano concreto como fuente de legitimidad, poniendo en peligro y socavando las condiciones de posibilidad de la vida humana, natural y social.
En estos términos lo expresaba el papa Francisco el pasado 27 de marzo en su Homilía en tiempos de pandemia: «En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y transformar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo».
Frente a la crisis socio ambiental existente, esta epidemia provocada por el COVID-19 puede transformarse en una oportunidad por la recuperación del ser humano en cuanto sujeto corporal, de la vida humana concreta en las relaciones humanas y en las instituciones. Esta pandemia revela la importancia del cuidado de la vida y de la naturaleza, de la dignidad de la persona y de los vínculos humanos. Pero también manifiesta la posibilidad de construir una racionalidad fundada en el bien común, capaz de subordinar las preferencias del consumidor y la mentalidad hedonista imperante a las necesidades de las personas, y los cálculos humanos a una ética donde la primacía se encuentre en la dignidad y el bien de la persona humana.
El paradigma tecnocrático denunciado por el papa Francisco, una ideología según la cual el poder de la ciencia y de la técnica aplicado a la vida económica y social conducirá al progreso y estado final de la evolución humana, arrastra, según el Pontífice, a la exclusión social y a la degradación ambiental. Esta tecnocracia, donde el ser humano deja de ser el fin y se convierte en instrumento de la misma, fue algo denunciado en sus orígenes por Pablo VI y secundado por Benedicto XVI, para quien se ignora que la naturaleza «lleva en sí una gramática que indica finalidad y criterios para su uso inteligente, no instrumental ni arbitrario». Según el papa Francisco, como señala en la encíclica Laudato si, el ser humano vive imbuido en el paradigma tecnocrático que constituye «un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla». Esta desviación significa la imposición de la concepción de la técnica como «elemento de una libertad absoluta, que desea prescindir de los límites inherentes a las cosas».
Francisco reconoce que el ser humano siempre ha intervenido en la naturaleza. Pero antes su actitud era la de recibir «lo que la realidad natural de suyo permite, tendiendo la mano. En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma que tiene delante (…) De ahí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito e ilimitado que ha entusiasmado tanto a economistas, financieros y tecnólogos. Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a estrujarlo hasta el límite y más allá del límite». Este antropocentrismo desviado se vuelve contra el propio hombre porque legitima el juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil, y cuya consecuencia será la exclusión de grandes masas de población sin horizontes, considerando al ser humano como un bien de consumo que se puede usar y tirar.
El antropocentrismo desviado, fundamento del paradigma tecnocrático, tiene dos consecuencias: la idolatría del dinero, en el ámbito económico y social, y el consumismo, en el ámbito de las existencias individuales. Es decir, la crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: la negación de la primacía del ser humano. Francisco acusa al capitalismo global, dominado por el primado de las finanzas, de los graves males sociales y ambientales que padece el mundo. En su Discurso en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, no escatimó juzgar con severidad al mundo financiero y a las autoridades políticas: «Cuando el capital se convierte en un ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y pone en riesgo nuestra casa común».
El papa Francisco no perderá la ocasión para defender la vida humana en uno de los foros de mayor relevancia mundial como la Asamblea General de Naciones Unidas, algo que ya hiciera en su Discurso en Nueva York el 25 de septiembre de 2015: «La casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana». En la apertura del 75 periodo de sesiones de la Organización de Naciones Unidas, Francisco advertirá sobre la difícil salida del bucle pandémico si no comenzamos por invertir una mentalidad utilitarista donde el verdadero humanismo consiste en conocer el significado del ser humano y de sus límites: un eficientismo sin teleología conduce a olvidar que la persona es un fin, nunca un medio, conduce por tanto a la autodestrucción.
Ahora bien, al ser humano sólo hay una manera excelente de recuperarlo: rescatando un Bien trascendente que justifique su existencia en la tierra. Si la grandeza de la razón consiste en reconocer objetivamente los propios límites, es decir, la verdadera condición humana, esa finitud es la condición de posibilidad de la infinitud, el recurso existencial más poderoso para poner nuestra existencia y su cumplimiento en las manos de Dios. Sólo entonces la pandemia se convertirá en una ocasión para recuperar al ser humano.
Roberto Esteban Duque