Percibir la mirada del Corazón de Cristo
Sta. Teresita del Niño Jesús. Infancia espiritual

Percibir la mirada del Corazón de Cristo

El corazón de piedra del hombre moderno necesita ser «ablandado» por la mirada amorosa del Corazón de Dios. Para poder percibir esa mirada, el hombre tiene que contemplarlo desde su ser criatura. Sentir y conocer la propia pequeñez y la propia limitación es una de las condiciones previas para «sentir» y vivir la devoción al Sagrado Corazón.

Los bienes que se derivan del culto al Corazón de Cristo

Los bienes que se siguen de la devoción y el culto al Corazón de Jesús son de todo orden. Decía D. Francisco Canals que tendríamos que esforzarnos constante y conscientemente en convencernos de que si somos fieles al propósito de ser fieles a la devoción y culto del Corazón de Cristo, de querer ser apóstoles del Corazón de Jesús, se darán en nosotros las bendiciones y gracias que el Sagrado Corazón de Jesús prometió a santa Margarita.

Si nos entregamos al Corazón de Cristo, Cristo cuidará de nuestras cosas y velará por nuestros intereses. (Es una cuestión de la generosidad de Cristo que no se deja «ganar» en generosidad). Pero estos intereses no deben ser únicamente entendidos como bienes externos. Son ante todo bienes de orden espiritual, pero también bienes de orden psicológico. Sin duda pertenece también a nuestro interés y se corresponde con el fin propio de nuestra naturaleza el saber quién somos, la memoria sobre nosotros mismos, y el saber para qué vivimos. La respuesta a esas cuestiones tan tremendamente existenciales y concretamente personales se encuentra definitivamente en la contemplación y la entrega al Corazón de Jesús.

«Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así –y ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador– sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo».1

Es desde la mirada del Corazón de Cristo que el corazón del hombre se ablandará. No es tan sólo que sea la contemplación de la infinita bondad y amor de nuestro Señor que nuestro corazón se elevará, sino que, antes que nada, es la mirada amorosa del Corazón de Cristo la que nos desvela, a cada uno, el misterio y la profundidad de nuestra vida personal, ablandando nuestros corazones.

Ser pequeños para vivir la devoción al Corazón de Cristo

El corazón de piedra del hombre moderno necesita ser «ablandado» por la mirada amorosa del Corazón de Dios. Lo que sea el verdadero amor humano, cuáles son sus causas y sus efectos son cuestiones que la psicología, bajo ningún concepto, puede desatender. Del amor sabemos que lo que le es más propio, que a lo que con más fuerza tiende es a la unión del amado con el amante. El amor es como «vida que enlaza o desea enlazar otras dos vidas, al amante y al amado».2

El Amante, Jesús mismo, busca y persigue la unión con lo amado, con nuestras almas. A este Amor vehemente de Jesús se le pueden atribuir, ya inmediatamente en el orden psicológico, una serie de efectos próximos, uno de los cuales es lo que santo Tomás de Aquino llama la licuefacción o derretimiento.3 Es decir, un ablandarse del corazón del amado. En efecto, se trata de «un reblandecimiento del corazón, que le hace hábil para que en él penetre el bien amado».4 Mirando y contemplando el Corazón de Jesús, abierto y palpitando por mi amor, el mismo amor vehemente de Cristo ablanda nuestro corazón y lo prepara amorosamente para que en él penetre el mismo Amor de Dios.

Desde una consideración psicológica, esta mirada del Amor de Cristo supone para el hombre, antes que nada, la confirmación en su mismo ser. ¿Qué misterio insondable significará que el Sagrado Corazón de Jesús nos mire y nos diga, a la vez que lo «siente» y lo «vive»: «¡He aquí mi Corazón que tanto te ha amado y que tanto necesita de tu amor!»? Es exactamente la confirmación en el ser. Es exactamente la confirmación del saberse querido, «aprobado» y confirmado de una forma única y absoluta, como es la que proviene de Dios.

Claro que para poder percibir esa mirada del Corazón de Jesús, el hombre tiene que contemplarlo, pero contemplarlo desde su ser criatura; desde la pequeñez y la indigencia de quien todo lo necesita y espera de quien le ama. Francisco Canals insistía constantemente en que hemos de pedir sin cesar que Dios nos haga «sentir» la devoción a su Sagrado Corazón. Y en este «sentir» lo que primeramente se incluye es «el ser pequeño». Sentir y conocer la propia pequeñez y la propia limitación es una de las condiciones previas para «sentir» y vivir la devoción al Sagrado Corazón.

Es muy misterioso considerar que todo el secreto de la devoción al Sagrado Corazón reside en la pequeñez, en la infancia espiritual. Como decía Canals, ¿cómo se entiende si no que toda la perfección de la obediencia a Dios, de la aceptación de su Amor misericordioso, del dejarnos querer por Él y del corresponderle de la forma con la que Él desea ser correspondido, consisten en algo que es expresamente preceptivo tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y que es el «hacerse como niños» 5 y el «dejarse llevar a las faldas del Padre»?

La perfección del Amor de correspondencia al Sagrado Corazón consiste en aquello que santa Teresita con tanta sencillez explica: «en dejarse llevar, en sentarse en el regazo del Padre y dejarse acariciar por Él». Consiste en algo que gusta a los niños y que, sin embargo, el hombre moderno, herido y fragmentado y desorientado, pero lleno de autosuficiencia, de falsa autoestima y de vanidad, no puede acabar de aceptar: ser deudor de nadie, ser querido «gratis». El pecado original, la soberbia de la vida y el espíritu mundano deforman incluso la misma inclinación de la sindéresis natural, por la que el hombre lo que quiere y ansía es amar y ser amado.

¿Por qué será que al hombre actual le cuesta tanto entender que todo se unifica poniéndonos como niños en las manos de Dios? ¿Por qué le cuesta tanto al hombre moderno aceptar que el remedio a su fragmentación personal, social y espiritual es la confianza en el Corazón de Jesús?

Sólo en la vida eterna seremos perfectos, como nuestro Padre celestial quiere que seamos perfectos. En la vida presente hemos de esforzarnos, con la gracia de Dios, en la perfección. Pero la perfección no consiste en la imitación de Dios en su Omnipotencia, o en su Omnisciencia. ¿Cómo podría entonces el hombre llegar a ser semejante a Dios? La cuestión debe ser planteada de otra manera: ¿cómo puede el hombre dejarse llevar por Dios para que Dios le haga semejante a Él?

La confianza en el amor del Corazón de Jesús

Francisco Canals decía que hay dos caminos que llevan a la perfección querida por Dios, pero que por su sencillez y simplicidad son rechazados y despreciados por ese hombre de nuestros días tan herido pero tan envanecido. Son dos caminos que en cuanto son aceptados y amados por el hombre le llevan a la perfección del Padre Eterno que Jesús quiere para nosotros. Encontramos estos dos caminos delicada y magníficamente expuestos en la obra de la santa doctora de nuestros tiempos: santa Teresita del Niño Jesús. Estos dos caminos son la simplicidad y el amor.

La plenitud de la ley es el amor, dice san Pablo; servir a Dios por puro amor. Y si amamos a Dios, también le querremos obedecer. Pero, ¿cómo llegaremos al amor?, ¿cómo llegaremos a la sencillez? ¡Es tan difícil llegar a ser sencillos, pequeños y simples! Lo único conducente al amor es la entrega, sencilla e infantil. Santa Teresita del Niño Jesús dice algo que puede parecer sorprendente –o incluso pietista y no lo es–: «Sólo la confianza y nada más que la confianza nos ha de llevar al amor».6

Pero para simplificarse, para ser sencillo, decía Canals, lo más importante no es hacer el propósito de hacerse sencillo, sino hacerse el propósito de aceptar el infinito amor de Dios en su Sagrado Corazón. Y eso es lo verdaderamente difícil, porque esta aceptación supone la inmolación de sí mismo. Porque no hay amor sin dolor, no hay amor sin entrega. El amor verdadero dispone a la entrega y al sacrificio por los hermanos, de lo contrario no es amor.

¿Y quién puede llegar a alcanzar ese amor por sí mismo?: ¡nadie! No está en las fuerzas humanas. No consiste el amor en que nosotros nos propongamos y nos empeñemos en ello. Porque el amor, la caridad, no consiste en que nosotros amemos a Dios, sino en que Dios nos ha amado primero. No se trata de que nosotros alcancemos la caridad, sino que la caridad nos alcance a nosotros. El hombre no podría jamás llegar a amar a Dios, si Dios no le amara primero. Nosotros podemos amar a Dios, si nos dejamos primero amar por Él, si aceptamos el don de su amor, y si tenemos puestas todas nuestras esperanzas en Él y si tenemos en Él confianza «vivida».

«Sé a quien me he confiado –dice el Apóstol– y estoy cierto de que es poderoso para guardar mi depósito» (2 Tim 1, 12). La confianza es la esperanza robustecida, fortalecida, por una opinión firme basada en las palabras y las obras de quien nos promete ayuda.7

En la devoción y culto al Corazón de Jesús no puede, pues, olvidarse este elemento fundamental de confianza que abarca todos los niveles y aspectos de la vida concreta personal. Atendiendo a las promesas del Sagrado Corazón a santa Margarita María parece incluso que Cristo da a entender a santa Margarita que bastaría con que las almas se enfervorizasen con el culto y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, para que éste las colmara con toda clase de bendiciones y gracias para su vida personal, familiar, profesional, social y espiritual.

En un mundo en el que la pequeñez es inaceptada, pequeñez entendida como falta de un éxito debido; en un mundo en el que la falta de reconocimiento social, el fracaso profesional o matrimonial o en el que tan solo el no ser un «tipo genial» es causa de tanta «baja estima», de tantos cuadros aparentemente depresivos y de tanto malestar psicológico, de tanto miedo y desorientación, se hace urgentísimo comprender que nuestra gloria y nuestro consuelo es precisamente eso, el ser pequeños y limitados.

Nuestro Señor se complace en los pequeños, en los fracasados, en los humillados y en los tullidos psíquica y espiritualmente. La devoción al Corazón de Jesús entendida como lo hacía el padre Ramón Orlandis es justamente la que nos puede ayudar a comprenderlo ¡Cuán verdad es que solo ella, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, puede curar de sus «enfermedades» al hombre de hoy!

Ya en 1930 veía el padre Orlandis una legión de almas pequeñas, instrumentos y víctimas del Amor misericordioso que tendrían una compresión íntima de la devoción genuina al Corazón de Jesús y de los designios que ha tenido Jesús al pedirla. A estas almas, pequeñas, pobres, débiles y humilladas, miopes y enfermizas, quiere que llegue también su llamamiento misericordioso el bondadoso Corazón de Jesús que invita a su banquete a los enfermos, a los cojos, a los tullidos, a los despreciados.

Por la comprensión «sentida» –que es siempre un regalo gratuito de la gracia libérrima de Dios– de la devoción y por el culto al Sagrado Corazón de Jesús estas almas arderán en celo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas y, conocedoras de la realidad, profundamente desengañadas de sus propias fuerzas y de su propio valer y desengañadas también de la eficacia de los medios semihumanos y ordinarios que nuestra pobre razón puede excogitar para hacer frente a las circunstancias y dificultades extraordinarias de nuestros tiempos, pondrán para su apostolado toda la confianza en el medio que el mismo divino Redentor nos ha dado para vencerlas: la práctica y la difusión de una sincera devoción al Sagrado Corazón de Jesús, según las normas y caminos que Jesús se ha dignado señalarnos.8

¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!

 

Publicado en Cristiandad. Núm. 1067-1068, junio-julio 2020. Centenario de la canonización de santa Margarita María de Alacoque


 

  1. Juan Pablo II, Carta sobre el culto al Corazón de Jesús al prepósito general de la Compañía de Jesús, entregada en Paray-le-Monial el 5 de octubre de 1986.
  2. Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 28, a. 1, in c., citando a san Agustín, De Trinitate VIII, C. 10 ML 42, 960.
  3. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 28, a. 5, ad.
  4. Ibíd.
  5. «Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos» Mateo 18, 3
  6. Santa Teresita del Niño Jesús y de la Sanparata Faz. Ver por ejemplo: «¡Qué dulce es el camino del amor!» ¡Cómo deseo guiarme con el más absoluto abandono a cumplir la voluntad de Dios! (M.A f. 84) Mi camino es todo de confianza y de amor… Veo que basta reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios (carta 203). Este camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en los brazos de su padre (Manuscrito B 1). El abandono es el fruto delicioso del amor (poesía 42).
  7. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 129, a. 6, ad.3.
  8. Cf. Ramón Orlandis, S.J., Pensamientos y ocurrencias, Cristiandad, n.269, 1 de junio de 1955

 

2 comentarios

Lucía Victoria
Sólo cuando un@ empieza a ser consciente de que está correspondiendo al amor de Dios con un amor que ni siquiera es suyo, porque es el amor del amado, y que por eso mismo le excede, es cuando verdaderamente es capaz de comprender eso de "nosotros amamos a Dios, porque Él nos amó primero" (1 Juan 4, 19).

Sagrado Corazón de Jesús, ¡en Vos confío!
8/07/20 1:40 AM
Forestier
Mercedes cita con frecuencia a Francisco Canals. Era un buen hombre y un buen filósofo, sobre todo de San Anselmo y de Spinoza. Pero no tenía demasiada habilidad para ganarse la confianza y la estima de sus alumnos.
9/07/20 6:30 PM

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