En una entrevista en el 2008 el cardenal Cafarra contaba que había recibido una carta de la vidente Sor Lucía de Fátima en la que le decía: «La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás pasará por el matrimonio y la familia». Y la verdad es que si uno se pone a pensarlo es algo totalmente lógico.
Ya en el primer capítulo del Génesis, en la narración de la creación del ser humano se nos dice: «Y creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios diciéndoles: - Creced y multiplicaos» Gén 1,27-28). Dios nos destina a crecer por la procreación de hijos, siendo esta procreación a la vez un mandato y una bendición que supone que Dios crea al ser humano como familia. Venimos ciertamente de nuestro padre y de nuestra madre y somos sus hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos. En el origen de la humanidad está la familia. Esta aparición de la primera pareja creada a imagen y semejanza de Dios, es presentada como teniendo su sitio en la obra de la creación y como corona de ésta.
La clave para interpretar la conducta sexual humana es el amor. Iniciado a la existencia como consecuencia de un acto de amor, el ser humano tiene suma necesidad de una relación de amor, siendo la familia el lugar ideal para vivir el amor, pues la familia es el lugar donde somos queridos y queremos sin tener demasiado en cuenta las cualidades de sus miembros. Ahora bien, es el ser humano completo, es decir tanto el varón como la mujer y precisamente como complementarios, pues es el conjunto de sus cualidades masculinas y femeninas, lo que está hecho a imagen y semejanza de Dios y lo que debe alcanzar su perfección en una comunidad de vida y amor abierta a nuevas vidas. En cuanto a los mandamientos de Decálogo, lejos de devaluar la vida conyugal y sexual, ayudan a su perfeccionamiento.
En pocas palabras, Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, siendo el amor la palabra clave para entender lo que da sentido a la vida humana. El varón y la mujer, aunque iguales en dignidad, son entre sí complementarios y, ordinariamente, están llamados a quererse entre sí formando familias abiertas a engendrar nuevos seres humanos.
Si éste es el plan de Dios, ¿cuál será el plan del Diablo? La respuesta es fácil: todo lo contrario. Se trata por tanto de destruir la familia, la igualdad entre el hombre y la mujer y la procreación. ¿Cómo? Muy fácil, con la Ideología de Género. Recordemos que ésta se basa en un relativismo individualista, donde la lucha de clases del marxismo es sustituida por la lucha de sexos, y como él amamantada también por el odio. Se trata de desarticular la natural sociabilidad humana, rechazando la sexualidad natural y estable de la pareja humana, por lo que no existen ni límites morales ni diferencias sexuales por naturaleza, sino sólo roles o papeles sociales opcionales en la conducta sexual del individuo. Se trata de conseguir la liberación sexual mediante la destrucción de la familia y eliminando la distinción de sexos. Esto tiene consecuencias hasta en el vocabulario. Así la palabra pareja sustituye a matrimonio, progenitores en vez de padre y madre, violencia de género en vez de violencia doméstica y la palabra familia ha de incluir los distintos modos de convivencia más o menos estables.
Lo que está en juego es nada menos que la supervivencia de la familia, así como el desarrollo espiritual y moral de los niños, a quienes se trata de privar de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre. Lo que hay es un rechazo frontal de la Ley de Dios grabada en nuestra naturaleza y en nuestros corazones. No es una simple lucha política, es la pretensión del Diablo de destruir el plan de Dios sobre la Humanidad, contando para ello con el apoyo de Gobiernos, como los de la mayor parte de países occidentales, de Organizaciones multinacionales como la Organización Mundial de la Salud, y de Fundaciones muy multimillonarias, como Ford, Rockefeller, Soros o el Nuevo Orden Mundial.
La laucha en defensa de la Familia va a ser encarnizada y supongo tendremos unas cuantas derrotas, pero no nos olvidemos ni de la promesa de Jesucristo «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos» (Mt 28, 20), ni del triunfo final del Bien sobre el Mal.
Pedro Trevijano