Estamos acostumbrados a creer que el panorama político solo cabe graficarlo en clave económica, con una línea horizontal entre extrema izquierda, izquierda, centro, derecha y extrema derecha. Algunos, más creativos, han descubierto que la Tierra es redonda y afirman astutamente que «los extremos se tocan», como lo hacen el extremo oeste de EEUU y el extremo este de Rusia.
Otros, más versados en algún texto de politología moderna, han profundizado que la gráfica no tiene sólo una dimensión horizontal sino además otra vertical, que refiere los aspectos morales, graficándolo en un sistema de coordenadas X/Y, donde arriba se pone el progresismo y abajo el conservadurismo. Así, habría cuatro cuadrantes que se configuran en la sumatoria de si eres moralmente conservador o progresista y si eres económicamente socialista o liberal.
Hay más gráficas, por supuesto, más complejas, por ejemplo jugando con cubos tridimensionales donde el vector Z hace referencia a si eres más democrático o totalitario, pero no es intención de este espacio resumir todas estas clasificaciones. El punto aquí es que todos, lo que hacen, es ubicar a alguien en una ideología específica y, como la base (el eje X) se limita a derecha e izquierda, esa ideología que te indican es inseparable del materialismo. El materialismo es el corazón de toda ideología moderna.
De este modo, todas las posturas tan aparentemente irreconciliables y opuestas son todas sinónimos de materialismo. Todas se evalúan si se han realizado bien o mal en virtud del capital, del dinero, que es el ídolo al que se postran. Por eso, los problemas del hombre y la sociedad no son solucionables con estas formas de hacer política: los países capitalistas más desarrollados y los socialistas más igualitarios acaban generando siempre hastío en sus poblaciones.
Sin embargo, existe una alternativa, un salir del Matrix, de la matriz materialista en la que se engranan todas estas posibilidades políticas y que nos engaña y nos encaja al obligarnos a elegir entre opciones sinónimas. Pero de este Matrix no se sale con una pastilla, se sale con la certeza de que el alma es más que el cuerpo, que estamos llamados a mejorar el mundo pero que nuestra vida no termina en la tierra sino en el Cielo, que el materialismo es una lápida aplastante que nos impide pensar en una política auténticamente católica: no una «laica con inspiración católica», no una «de católicos en sus vidas pero con políticas aconfesionales», no.
Estas últimas tentaciones, que denominan a su pensamiento con nombres del tipo de ‘democracia cristiana’, ‘partidos de inspiración cristiana’ y otros, pretenden ciertamente huir del materialismo, pero solo desde una vida personal de fe y, normalmente, doctrina personalista, con aspiración íntima espiritual, ciertamente defendiendo la primacía de esta por sobre lo material, pero solo a nivel personal. Estos no son sino hijos del liberalismo de tercer grado que León XIII tan evidente y claramente condenó, porque esa primacía la relegan al orden doméstico, privado y personal; y su actuar político es, por tanto, aconfesional, realizándose por medio de partidos y políticas materialistas, llevados a este error por una mala comprensión de tolerancia y respeto, de libertad y responsabilidad.
Si amo a mi esposa y me entero que mi secretaria está enamorada de mí, ¿sería justo para con mi matrimonio quitarme el anillo de bodas en el trabajo, solo para no ofender a mi secretaria? Si amo a Dios por encima de todas las cosas y al frente tengo un opositor o un potencial votante que no cree, ¿sería justo esconder mi fe solo para no ofenderle? Hacerlo, ¿no sería más bien una tremenda ofensa a Dios? Si creo en Dios, no basta con defender la libertad religiosa entendida tanto como libertad para la verdad como para el error o defender los valores no negociables de la familia y la vida sin defender el origen de todo esto, que es Dios, su santa doctrina y «su real dignidad y potestad» (Quas Primas 25).
En definitiva, si creo que lo mejor para todos los hombres y para cada hombre es su salvación en un entorno santo, un orden natural subordinado al sobrenatural e iluminado por él, ¿no será la política, justamente, el arte de posibilitar este orden de vida social virtuosa? Lo que propongo no es una utopía, y los santos reyes son la prueba veraz de que es algo realizable: una política que busque el bien común y ame la justicia, que procure el desarrollo de todos, por supuesto, pero que no se venda, literalmente, por un plato de lentejas. Por encima de todas estas ideologías y sus esquemas está la Verdad y, frente a ella, todo son sinónimos materialistas y, en el fondo, artificios y mentiras.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Su Sagrado Corazón!
Javier Gutiérrez