El periodista Edward Pentin del National Catholic Register tuvo la amabilidad de solicitar mis primeras impresiones sobre el Instrumentum laboris para la próxima Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, divulgado en el día de ayer. Lo hago con mucho gusto como editorial para el sitio internet panamazonsynodwatch.org.
En mi opinión, el Instrumentum laboris representa la abertura, de par en par, de las puertas del Magisterio a la Teología India y de la Ecoteología, dos derivados latinoamericanos de la Teología de la Liberación, cuyos corifeos, después del derrumbe de la URSS e del fracaso del «socialismo real», atribuyeron a los pueblos indígenas y a la naturaleza el rol histórico de fuerza revolucionaria, en clave marxista.
Al igual que la TL, el Instrumentum laboris toma como base de sus elucubraciones, no la Revelación de Dios contenida en la Biblia y en la Tradición, sino en la realidad de la supuesta «opresión» a la que estaría sujeta la Amazonia la cual, de simple área geográfica y cultural, pasa a ser «interlocutor privilegiado», «lugar teológico», «lugar epifánico» y «fuente de revelación de Dios» (n°2, 18 y 19).
Desde el punto de vista teológico, el Instrumentum laboris no sólo recomienda la enseñanza de la Teología India «en todas las instituciones educativas», para «una mejor y mayor comprensión de la espiritualidad indígena» y para que «se tomen en consideración los mitos, tradiciones, símbolos, ritos y celebraciones originarios» (n° 98), sino que, a lo largo del documento, repite todos sus postulados. O sea, que las «semillas del Verbo» no sólo están presentes en las creencias ancestrales de los pueblos aborígenes sino que ya han «crecido y dado frutos» (n° 120), por lo que la Iglesia, en lugar de la evangelización tradicional que busca su conversión, debe limitarse a «dialogar» con ellos ya que «el sujeto activo de la inculturación son los mismos pueblos indígenas» (n° 122).
En ese diálogo intercultural, la Iglesia debe además enriquecerse con elementos claramente paganos y/o panteístas de tales creencias, como «la fe en Dios Padre-Madre Creador», las «relaciones con los antepasados», la «comunión y armonía con la tierra» (n° 121) y la conectividad con «las diferentes fuerzas espirituales» (n° 13). Ni siquiera la curandería queda al margen de ese «enriquecimiento». Según el documento, «la riqueza de la flora y de la fauna de la selva contiene verdaderas ‘farmacopeas vivas’ y principios genéticos inexplorados» (n° 86). En ese contexto, «los rituales y ceremonias indígenas son esenciales para la salud integral pues integran los diferentes ciclos de la vida humana y de la naturaleza. Crean armonía y equilibrio entre los seres humanos y el cosmos. Protegen la vida contra los males que pueden ser provocados tanto por seres humanos como por otros seres vivos. Ayudan a curar las enfermedades que perjudican el medio ambiente, la vida humana y otros seres vivos» (n° 87).
En el plano eclesiológico el Instrumentum laboris es un verdadero terremoto para la estructura jerárquica que la Iglesia tiene por mandato divino. En nombre de la «encarnación» en la cultura amazónica, el documento invita a reconsiderar «la idea de que el ejercicio de la jurisdicción (potestad de gobierno) ha de estar vinculado en todos los ámbitos (sacramental, judicial, administrativo) y de manera permanente al sacramento del orden» (n° 127). Resulta inconcebible que el documento de trabajo de un Sínodo pueda cuestionar una doctrina de fe, como es la distinción, en la estructura de la Iglesia, entre clérigos y laicos, afirmada desde el Primer Concilio de Nicea en adelante y basada en la diferencia esencial entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial de los clérigos, que tiene su raíz en la sucesión apostólica y está dotado de una potestad sacra. Se inserta en esa esa dilución del sacerdote católico en algo similar a un pastor protestante el llamado a reconsiderar la obligatoriedad del celibato (n° 129 § 2) y, más aún, el pedido de identificar qué tipo de «ministerio oficial» puede ser conferido a la mujer (§ 3). El Cardenal Joseph-Albert Malula, de Zaire, y Mons. Samuel Ruiz de Chiapas deben estar agitándose en sus tumbas al ver que los proyectos que trataron de implementar (y que fueron rápidamente interrumpidos por el Vaticano) ahora están siendo propuestos en un Sínodo que, según sus organizadores, tiene valor universal.
Desde el punto de vista ecológico, el Instrumentum laboris representa la aceptación por parte de la Iglesia de la divinización de la naturaleza promovida por las conferencias de la ONU sobre el medio ambiente.
En efecto, ya en 1972, en Estocolmo, sus actas oficiales decían que el hombre ha mal administrado los recursos naturales sobre todo por causa de «una determinada concepción filosófica del mundo». Mientras «las teorías panteístas ... atribuían a los seres vivos una parte de la divinidad ... los descubrimientos de la ciencia condujeron ... a una especie de desacralización de los seres naturales», la cual retira su mejor justificación «en las concepciones judeo-cristianas, según las cuales Dios habría criado el hombre a su imagen y le habría dado la tierra para que la someta». Al contrario, decía la ONU, las prácticas del culto a los ancestros «constituían un baluarte para el medio ambiente, en la medida en que los árboles, o los cursos de agua eran protegidos y venerados como reencarnación de los ancestrales» (Aspects éducatifs, sociaux et culturels des problèmes de l’environnement et questions de l’information, ONU, Asamblea General, Estocolmo, 5-6 junio 1972, A/CONF.48.9, p. 8 y 9).
Y en el discurso conclusivo de la Eco92, de Rio de Janeiro, el Secretario General de la ONU, Boutros Boutros-Ghali, declaró que «para los antiguos, el Nilo era un Dios que se venera, así como el Rhin, fuente infinita de mitos europeos, o la selva amazónica, madre de todas las selvas. En todas partes, la naturaleza era la habitación de las divinidades. Ellas confirieron a la selva, al desierto, a la montaña, una personalidad que imponía adoración y respeto. La Tierra tenía un alma. Reencontrarla, resucitarla, tal es la esencia de [la Conferencia Intergubernamental] de Rio» (A/CONF.151/26, vol. IV, p. 76(.
¡Esa agenda neopagana de la ONU ahora es propuesta por una Asamblea Sinodal de la Iglesia Católica!
El Instrumentum laboris, citando un documento de Bolivia afirma que «la selva no es un recurso para explotar, es un ser o varios seres con quienes relacionarse» (n° 23) y prosigue afirmando que «la vida de las comunidades amazónicas aún no afectadas por el influjo de la civilización occidental [¡sic!] se refleja en la creencia y en los ritos sobre el actuar de los espíritus, de la divinidad – llamada de múltiples maneras – con y en el territorio, con y en relación a la naturaleza. Esta cosmovisión se recoge en el ‘mantra’ de Francisco: ‘todo está conectado’» (n° 25).
Desde el punto de vista económico-social, el Instrumentum laboris es una apología del comunismo, disfrazado de «comunitarismo». Y de la peor forma de comunismo, que es el colectivismo de las pequeñas comunidades. En efecto, según el documento, el proyecto de «buen vivir» (sumak kawsay) de los aborígenes supone «que hay una inter-comunicación entre todo el cosmos, en donde no hay excluyentes ni excluidos». La nota explicativa del vocablo indígena envía para una declaración de varias entidades indígenas, intitulada «El grito del sumak kawsay en la Amazonia», la cual afirma que dicho vocablo «es una Palabra más antigua y más actual» (con mayúscula en el texto; o sea, una Revelación divina) que nos propone «un estilo de vida comunitaria con un mismo SENTIR, PENSAR y ACTUAR» (también aquí las mayúsculas son del texto).
Esta frase nos recuerda la denuncia hecha por Plinio Corrêa de Oliveira, en 1976, del tribalismo indígena como una nueva etapa, todavía más radical, de la Revolución anárquica: «El estructuralismo ve en la vida tribal una síntesis ilusoria entre el auge de la libertad individual y del colectivismo consentido, en la cual este último acaba por devorar la libertad. En tal colectivismo, los varios ‘yo’ o las personas individuales, con su pensamiento, su voluntad, su sensibilidad y sus modos de ser, característicos y discrepantes, se funden y se disuelven, según ellos, en la personalidad colectiva de la tribu generadora de un pensar, de un querer, de un estilo de ser densamente comunes».
Lo que el Instrumentum laboris propone no es en definitiva sino un convite a que la humanidad dé el último paso rumbo al abismo final de la Revolución anticristiana: el anarco-primitivismo de John Zerzan y del terrorista Unabomber.
José Antonio Ureta