Al día siguiente del parte del general Franco que declaraba el final de la guerra, comenzó la Semana Santa: el 2 de abril fue Domingo de Ramos. Las procesiones y los servicios religiosos, prohibidos en gran parte de España por las autoridades del Frente Popular, contaron con la asistencia ferviente de millones de españoles.
Las autoridades republicanas y los milicianos de los partidos de izquierdas acompañaron el genocidio de sus compatriotas católicos con el destrozo y el robo de docenas de miles de objetos: retablos, esculturas, cálices, cuadros, vestiduras, tumbas, campanas, iglesias, colegios, bibliotecas… Se llamó el «martirio de las cosas». El caso más conocido fue el del relicario que contiene una mano de Santa Teresa de Jesús, custodiado en el convento de carmelitas de Ronda. Los milicianos que saquearon el edificio lo robaron y lo encontraron las tropas nacionales entre el botín personal de José Villalba Rubio, jefe militar de Málaga que huyó sin podérselo llevar. Entonces pasó a la posesión de Franco, con permiso de la comunidad carmelita, y unas semanas después de su muerte se devolvió a Ronda.
El Gobierno del socialista Negrín, con permiso del patético presidente de la República, Manuel Azaña, vació el museo del Prado y amontonó gran parte de sus obras junto a la frontera francesa; otra parte se sacó de España, lo que, a la vista del comportamiento de los políticos republicanos en el exilio, abona la idea de que éstos pretendían vender parte del tesoro artístico nacional para «forrarse el riñón». Entre las obras de arte robadas figura la imagen del Cristo de Medinaceli, que regresó a España hace ahora 80 años.
Rescatada de Marruecos
La imagen se talló en Sevilla a principios del siglo XVII por encargo de los frailes capuchinos, miembros de la orden franciscana, para una iglesia de La Mamora, una ciudad marroquí dominada por los españoles entre 1614 y 1681. Cuando el sultán Muley Ismaíl recuperó la plaza, el Cristo se quedó y fue profanado por los musulmanes. Los mercedarios pagaron su rescate y así llegó a Madrid en 1682, donde se le recibió con una inmensa procesión. Como la iglesia en que se acogió estaba bajo el patronato de los duques de Medinaceli, la figura acabó llamándose Cristo de Medinaceli.
En el siglo XIX el templo, situado junto al Congreso de los Diputados, sufrió saqueos por la soldadesca francesa y el abandono por la desamortización. En 1890, se instalaron en él los capuchinos, que se hicieron cargo de la imagen, cuya devoción, sobre todo entre las clases más populares, no paraba de crecer.
En los festejos izquierdistas por la conquista del poder en las elecciones amañadas de febrero de 1936, el templo estuvo a punto de ser asaltado por una chusma el 13 de marzo, a la que detuvieron los vecinos y los fieles. En cuanto estalló la guerra, los frailes embalaron la imagen y la escondieron en los sótanos. La iglesia fue ocupada por el batallón llamado Margarita Nelken en honor a la diputada socialista que en las Cortes se opuso a la concesión del voto a las mujeres.
A punto de ser quemada
En el invierno de 1937, los milicianos, descubrieron la imagen cuando buscaban maderas para quemar y calentarse. Por fortuna, el jefe del batallón no permitió que sus hombres la destrozasen y la entregó a la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico. Así comenzó un nuevo periplo del Cristo de Medinaceli como prisionero: primero se llevó a Valencia, luego a Barcelona y a principios de febrero, en la desbandada republicana de Cataluña, a Francia y a Ginebra, a donde llegó el 12 de febrero. En la ciudad suiza se depositó en el edificio de la Sociedad de Naciones.
El nuevo régimen español se afanó en recuperar los bienes sacados ilegalmente por el Frente Popular: las toneladas de oro del Banco de España depositadas en Francia; los camiones, el ganado y el armamento requisados también en Francia; las sacas llenas de acciones, dinero y joyas de los bancos bilbaínos llevadas por el PNV a Inglaterra; los buques de la armada de guerra refugiados en el puerto de Bizerta; el dinero ingresado en las cuentas privadas de los jerarcas republicanos; y, por supuesto, las obras de arte.
El director del Museo del Prado nombrado por Franco, el pintor Fernando Álvarez de Sotomayor, se trasladó a Suiza para reclamar las obras. Aparte de conseguir la devolución de ese tesoro, organizó una Exposición de Obras Maestras del Museo del Prado, que mostró no sólo la magnitud del expolio sino la belleza de la pintura española. Concluida la exposición, el 10 de mayo ese tesoro se cargó en un tren y volvió a España.
El Cristo de Medinaceli se depositó primero en Pozuelo de Alarcón y luego en el monasterio de la Encarnación, en la plaza de Oriente. La víspera de la fiesta de San Isidro Labrador, la imagen se trasladó en procesión a su iglesia, donde está expuesta a la devoción del pueblo todos los días, en especial los viernes y sobre todo el primer viernes de marzo, cuando acuden cientos de miles de personas al besapiés.