El tiempo de Adviento, que comienza el próximo Domingo, renueva la esperanza cristiana con ocasión de la celebración del nacimiento de Jesús, en la espera de su segunda venida. El don de la esperanza tiene un fundamento seguro porque Dios es siempre fiel a sus promesas. Así como el Mesías prometido vino en el tiempo determinado por Dios, también tenemos la esperanza que Cristo volverá en gloria al final de los tiempos.
Adviento nos invita a pedir la gracia de crecer en la virtud teologal de la esperanza, que nos dispone a vivir en relación con Dios y que tiene como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino. «La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo» (Catecismo 1817).
Adviento tiene que hacernos caer en la cuenta de la importancia de la esperanza cristiana. La felicidad en la tierra y la eterna en el cielo depende de cómo se vive la esperanza junto con la fe y la caridad. El hombre que lo espera todo de Dios vive en paz y alegría porque sabe por la fe que Él es amor y «que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8,28).
La esperanza debe ser una característica de los cristianos. Hemos de creer en la bondad del Señor aún en medio del dolor y las dificultades «para que no nos entristezcamos como los demás, que no tienen esperanza» (1 Tes 4,13). La esperanza de los cristianos es un testimonio de la certeza de nuestra fe respecto a la existencia de Dios y de la confianza en su Providencia que es capaz de sacar de los males grandes bienes.
El nacimiento de Jesús en Belén y la promesa de la segunda venida del Mesías renuevan nuestra esperanza, porque nos muestran la voluntad de Dios de hacer nuevas todas las cosas y cambiar la actual situación de pecado y angustia en una realidad de vida en plenitud. En efecto, así nos lo dice el Señor: «Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocen? Sí, pongo en el desierto un camino, ríos en el arenal» (Is 43,19).