Fray Francisco de Alvarado, nacido en Marchena en 1756 y muerto en 1814 es una gran figura intelectual del pensamiento católico español. Denostado por muchos, intencionadamente ignorado por otros, y muy apreciado por grandes figuras como Menéndez Pelayo, se trata de uno de los pensadores españoles más interesantes, que llama la atención además por su transgresor sobrenombre con el que le recuerda la historia.
Fray Francisco de Alvarado fue un religioso andaluz dominico, que escribió una voluminosa obra en tono combativo y polémico contra las liberales Cortes de Cádiz y su masónica influencia. Los políticos liberales como Agustín Arguelles entre otros, que dominaban las Cortes le llegaron a considerar su enemigo intelectual público número uno. Le criticaron muy duramente y pusieron todo tipo de trabas a la publicación de sus escritos. Y es que, ya entonces, quienes decían representar la libertad y los derechos del hombre mostraban una fuerte intolerancia ante cualquier crítica.
Alvarado fue un dominico que huyendo del avance de las tropas francesas napolénicas se instaló en Tavira (Portugal) y desde allí se comprometió intelectualmente con la resistencia patriótica contra los franceses. Pero muy pronto advirtió también que esta resistencia popular que en toda España se manifestaba y que tenía una clara connotación católica contra las ideas de la Revolución Francesa corría un grave riesgo de ser desnaturalizada por los políticos liberales que controlaban la Cortes de Cádiz entre 1810 y 1812, cuyas ideas en muchos casos estaban muy influenciadas por las de la propia Revolución Francesa.
Efectivamente, las Cortes de Cádiz, cuyo fruto político fue la Constitución de 1812. Era la primera vez que se establecía un corpus legislativo de claro sentido anticatólico en la historia de nuestra patria. Las Cortes de Cádiz partían de una clara contradicción política e intelectual. Por un lado querían representar la voluntad de resistencia patriótica contra el invasor francés pero por otro se inspiraban en las ideas políticas de la Revolución Francesa y establecían un régimen que anunciaba un estricto laicismo y una clara subordinación de la Iglesia al gobierno.
Es cierto que la Constitución de Cádiz establecía oficialmente el catolicismo como religión oficial y hacía una alabanza de la Religión en su preámbulo. Este dato ha engañado a muchos que, con mayor o menor buena fe han pretendido que la Constitución de Cádiz era plenamente compatible con la Religión. Pero los estudios académicos más solventes sobre la Carta Magna gaditana, como los de don Juan Rico y Amat, dejan claro que la legislación de las Cortes de Cádiz en materia religiosa estaba claramente inspirada en la Constitución revolucionaria francesa de 1792. La Inquisición era suprimida, la enseñanza secularizada, el gobierno daría el visto bueno previo a las encíclicas papales, a los documentos de los obispos e incluso a muchos sermones de los sacerdotes. Se abría la puerta a la confiscación y desamortización de los bienes eclesiáticos, entre otras medidas.
Se conjugaban así las ideas de los «ilustrados» del XVIII, con la influencia de la Revolución, todo ello en un claro sentido anticatólico. Asi pues, las alabanzas a la Religión en el preámbulo de la Constitución eran un mero truco retórico para atraer y tranquilizar a los sectores católicos, todavía claramente mayoritarios en España, a la obediencia al nuevo Régimen liberal. En nombre de la Constitución de Cádiz tendrían lugar grandes matanzas de religiosos en las décadas de 1820 y 1830.
Casi tan importante como todo eso fue la evidente intolerancia de los liberales de Cádiz contra todo lo que sonara a conservador y católico. Multas, censura y detenciones (como la del obispo de Cádiz), incluso asesinatos. Periodistas y diputados antiliberales fueron maltratados en numerosas ocasiones. Todo ello en nombre de la libertad y el patriotismo español. Se ha dicho que las Cortes de Cádiz representaron el nacimiento del nacionalismo español liberal. Se pretendía construir un nuevo patriotismo español basado en el liberalismo y el rechazo a todo lo tradicional y a la influencia religiosa, calcado del patriotismo francés revolucionario.
Todo ello fue denunciado por numerosas voces, la más importante de las cuales fue la de Fray Francisco de Alvarado. Fue un religioso de amplia cultura y muy dotado para la polémica. Empezó a escribir numerosas cartas críticas contra las Cortes (que precisamente se recopilaron más tarde en 2 gruesos tomos con el nombre de «Cartas Críticas»). En ellas acusaba a los liberales de aprovecharse de la lucha del pueblo español contra los franceses para imponer sus ideas fraudulentamente. Les recordaba que la elección de los diputados de Cádiz había sido totalmente fraudulenta para aparentar una inexistente mayoría liberal en España. Que la inmensa mayoría de los españoles luchaba contra los franceses en defensa de la Religión y no contra ella y que pese a presentarse como patriotas habían adoptado las ideas de los invasores franceses.
Ello le acarreó grandes críticas de los liberales algunos de cuyos argumentos tanto recuerdan a los del PSOE de hoy en día. Así, por ejemplo la gaceta «El Conciso», próxima a los liberales, acusaba a Alvarado y a los católicos coherentes de «hipócritas» y fanáticos y les ridiculizaba acusándoles de amenazar con el infierno a sus oponentes mientras que los liberales eran, por el contrario, «tolerantes» y respetuosos con todos, por lo que representaban el verdadero espíritu evángelico.
Los textos de Alvarado sirvieron de guía a los diputados conservadores de la Cortes a pesar de ser marginados por la artificiosa mayoría liberal parlamentaria. Ya entonces los liberales empezaron a usar términos como «rancio» despectivamente para referirse a los católicos. Fueron los propios diputados católicos amigos de Alvarado los que como desafío empezaron a publicar sus cartas con el apelativo de «El Filosofo Rancio» como seudónimo de Alvarado. A éste no le gustaba al principio pero después lo asumió con orgullo. Al principio tuvieron que ser publicadas algo «maquilladas» para esquivar la fuerte censura liberal pero más tarde fueron publicadas en su versión íntegra y sin censuras.
Más tarde escribió más textos, las llamadas «Cartas Aristotélicas» y las «Cartas inéditas» en las que defendía el tomismo contra las ideas «ilustradas». En ellas propugnaba un estado tradicional donde la Monarquía gobernaría asesorada por las Cortes pero sin que el rey quedara sometido a las Cortes. Defendió unas Cortes cuyos diputados fueran elegidos por sufragio a nivel local pero en ningún caso a nivel nacional pues ello provocaría la dictadura demagógica de los liberales. (Curiosamente algunas de las ideas de Alvarado tendrían su reflejo en parte del sistema institucional del Régimen de Franco, sobretodo en lo relativo al funcionamiento de las Cortes).
Es llamativo que Alvarado achacara los progresos y la extensión de las ideas liberales en España a la infiltración de estas ideas entre muchos religiosos y advertía que los ateos españoles dejaban muy atrás en cuanto a fanatismo anticatólico a los propios revolucionarios franceses. Se le ha considerado un precursor intelectual del carlismo. Alvarado se refería al famoso código legislativo de las Partidas de Alfonso X el Sabio como la auténtica Constitución tradicional española y reivindicaba su vigencia. En ningún caso defendía el absolutismo sino el régimen tradicional español. No fue un simple reaccionario. En sus escritos fustigó a la nobleza a la que exigió que pagara impuestos. Se mostró muy crítico con reyes ineptos o vagos como Carlos IV.
Su estilo era periodístico, a veces de una sorprendente modernidad estilística por su agilidad y sentido del humor irónico en el uso del lenguaje si bien también en ocasiones usa recursos más barrocos e incluso demuestra su influencia de clásicos como Cervantes o Gracián.
Fray Francisco de Alvarado murió en agosto de 1814. Se trata de una importante figura intelectual que merece ser recordada. Muchas de las batallas que libró se parecen mucho a las que debemos librar los católicos en el mundo de hoy. Un mundo que no sorprendería a Fray Francisco,«el Filósofo Rancio». Él fue un precursor en advertir la deriva de la Europa contemporánea. Él ya padeció en sus carnes la intolerancia de los «demócratas» defensores de las «libertades» y los «derechos humanos», algo que hoy nos suena muy familiar a los católicos.
Javier Navascués