Chile tiene proporcionalmente el récord del mayor número de nacimientos de niños con síndrome de Down, pues nacen más o menos 500 de ellos al año. Estas personas se caracterizan por su vitalidad y alegría de vivir, por ser cariñosas y agradecidas, lo que hace que se ganen el afecto y la ternura de todos.
¿Por qué Chile tiene un número tan alto de personas con síndrome de Down? La principal explicación es que sus padres las aman antes de que nacieran, porque ven en el niño por nacer a su hijo, es decir, a una persona. Nunca he conocido a unos padres que estuviesen arrepentidos de haber tenido a un hijo con estas características. Al contrario, son felices con su hijo, siempre tierno, amoroso y cercano.
Pero hay otra razón para tener este récord. Y es que en Chile no se asesinaba impunemente a estos niños a través del aborto legal. Con la ley de aborto, el derecho a nacer de estos niños corre peligro, mucho más todavía si se llegase a aprobar el aborto libre. De hecho, hay países europeos que matan a todos los niños con síndrome de Down, como acontece en Islandia. Hace poco se informó que Dinamarca mató al 98% de estos niños y que, por ejemplo, en el año 2013 nacieron solo 13, gracias a la insistencia de los padres y a pesar de la presión estatal de abortarlos. En Dinamarca se puede abortar libremente hasta las 12 semanas de gestación del niño o más tarde incluso, si viene enfermo.
Indigna constatar que el motivo de fondo que tiene el Estado para promover el aborto es económico. El Estado moderno no ve personas, sino individuos que generan recursos o generan gastos. Los primeros son útiles y hay que aprovecharlos. Los segundos son inútiles, y hay que descartarlos.
Tengamos presente el número de niños nacidos con este síndrome antes de la aprobación de la ley de aborto y comparémoslo con lo que pase en los años sucesivos. Chile no será la excepción. También aquí se matará a estos niños por esta razón y a otros por otras razones. Desde la aprobación del aborto hasta la fecha, ya van 400 niños asesinados legalmente y este número va en aumento. La legalización del aborto es la legalización de la peor de las discriminaciones posibles.
Todos somos criaturas de Dios, hechos a su imagen y semejanza (Gn 1,26), pecadores redimidos por Cristo y llamados a la vida eterna. Por eso, no hay personas de primera clase que merecen vivir y otras de segunda clase a las que se puede matar. Tomemos conciencia de lo que nos dice el Señor: «No derramen sangre inocente en este lugar» (Jer 22,3). Oremos y luchemos, para que en nuestra Patria no se siga derramando la sangre de los inocentes.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica