A partir del Evangelio, Teresa hace una defensa de las mujeres durante su peregrinación a Roma:
Yo no puedo todavía comprender por qué las mujeres son tan fácilmente excomulgadas en Italia, a cada instante nos decían: «¡No entre aquí… No entre allá, usted será excomulgada!...» ¡Ah! ¡las pobres mujeres, cómo son despreciadas!... Sin embargo ellas aman al buen Dios en mayor cantidad que los hombres y unidas a la Pasión de Nuestro Señor, las mujeres tuvieron más coraje que los apóstoles, porque ellas desafiaron los insultos de los soldados y se atrevieron a limpiar el rostro adorable de Jesús… Es sin duda por eso que Él permite que el desprecio sea su heredad sobre la tierra, porque Él lo ha elegido para Sí mismo... En el Cielo, Él sabrá mostrar bien que sus pensamientos no son los de los hombres, pues entonces los últimos serán los primeros (Ms A, 66v).
Teresa tiene un lugar entre las mujeres del Evangelio, caracterizadas por su amor a Jesús y por su coraje. Ella misma va a unirse, cerca de la cruz, a María la Virgen Inmaculada, a María Magdalena, la pecadora perdonada, y a todas las santas mujeres que a lo largo de la historia de la Iglesia se unieron a Jesús con la misma amorosa y valiente fidelidad (pensamos en Juana de Arco, particularmente querida por Teresa).
Importa en efecto reencontrar el verdadero rostro de Teresa como una mujer adulta, responsable y comprometida, pues una insistencia excesiva y unilateral sobre la «infancia espiritual» a menudo ha deformado este rostro hasta el punto de dar la impresión de que Teresa siempre permaneció una niña y nunca pasó a ser una mujer. Teresa es, sin embargo, una de las flores más bellas de nuestra humanidad, maravillosamente florecida en todas las más profundas dimensiones de su femineidad. Por sus fotos, conocemos la belleza de su rostro, y por sus escritos la belleza de su corazón, la belleza de un corazón humano, de un corazón femenino plenamente realizado en el amor. También conocemos sus expresiones sobre el sentido de su vida, de su vocación, de su misión: «Vivir de amor», «Mi vocación es el amor», «Amar a Jesús y hacerlo amar», «Jesús es mi único amor». Asimismo conocemos sus últimas palabras, referidas a Jesús en su último suspiro: «¡Mi Dios, yo te amo!».
El símbolo de la lira y de sus cuatro cuerdas
Mientras que Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, es teóloga del Cuerpo, Teresa es teóloga del Corazón. Ella nos dice la profunda verdad sobre el corazón humano, sobre el corazón femenino, gracias a un símbolo que emplea a menudo en sus escritos, el símbolo de la lira y de sus cuerdas: «¡Tú haces vibrar de tu lira las cuerdas / Y esta lira, oh Jesús, es mi corazón!» (PN 48/5). La lira es un instrumento de música a cuatro cuerdas (como el violín), y el estudio atento de los textos permite identificar claramente estas cuerdas que son las cuatro dimensiones esenciales del amor en el corazón de la mujer: el amor esponsal y el amor maternal, el amor filial y el amor fraternal. Teresa ama «con todo su corazón» de mujer, como esposa y madre, hija y hermana. Su experiencia ilustra una verdad antropológica universal: estas «cuatro cuerdas» son presentadas en el Corazón de toda mujer. De la misma manera, todo hombre tiene un corazón de esposo y de padre, de hijo y de hermano. Estas «cuatro cuerdas» caracterizan al ser humano, creado hombre y mujer, carne y espíritu, en las relaciones de amor que son la imagen y la semejanza de Dios-Amor, comunión eterna de las Tres Personas. Estas cuerdas han sido heridas por el pecado, ellas están «desafinadas», pero no pueden jamás ser destruidas. Por su Amor, Jesús las salva, «reafinándolas». Este simbolismo musical es una de las claves de la doctrina de Teresa. Sus escritos son «un canto de amor», el testimonio de una mujer que ama con todo su Corazón, que abraza toda la realidad de Dios y del hombre en el único amor de Jesús, este amor virginal que es la más bella síntesis de lo divino y de lo humano. Esta expresión tan justa, tan bella y tan poderosa de un Corazón humano plenamente realizado en el amor encuentra un eco muy profundo en todo otro Corazón humano que la acoge. Es seguramente ésta una de las razones profundas de la influencia de Teresa más allá de todas las fronteras culturales o religiosas.
Teresa tuvo unos padres santos, canonizados juntos en 2015. Ellos han sido para ella un ejemplo de santidad vivida en el matrimonio. Ella misma pasará a ser un ejemplo de santidad en la virginidad consagrada. Pero estas son claramente las mismas «cuerdas» del Corazón que el amor de Jesús hace vibrar en estas dos vocaciones diferentes.
Ensayemos trazar muy rápidamente las grandes etapas del itinerario espiritual de Teresa como mujer, en este desarrollo dinámico de las «cuatro cuerdas» de su Corazón: esposa y madre, hija y hermana.
Esposa y Madre
El gran giro de su vida tiene lugar en la Navidad de 1886, cuando tenía la edad de 14 años. Antes, «en la primera infancia», Teresa fue prisionera de un cierto infantilismo que la hacía llorar a cada instante. Según sus propias palabras, su «completa conversión» de Navidad la hace «salir de la infancia» y comenzar «una carrera gigante» (Ms A, 44v-45r) que va a durar una docena de años, hasta su muerte. ¿Qué sucedió? La niña se convirtió en una mujer, ya «esposa de Jesús y madre de las almas», antes de su entrada al Carmelo. Su amor por Jesús pasa a ser el amor apasionado de toda joven esposa: «Yo quería amar, amar a Jesús con pasión» (Ms A, 47v), y el continúa y florece inmediatamente en el amor maternal; Teresa entonces recibe de Jesús lo que ella llama «mi primer hijo»: al criminal Pranzini (Ms A, 46v).
En el Carmelo, Teresa va a vivir siempre más profundamente este Amor de esposa y de madre. En la educación de su Corazón de esposa, la Palabra de Dios (el Cantar de los Cantares) y San Juan de la Cruz (el Cántico Espiritual) van a tener un rol determinante. Lo vemos particularmente en sus Cartas a Céline. Su profesión religiosa, el 8 de septiembre de 1890, es un verdadero matrimonio por el cual ella pasa a ser para siempre la esposa de Jesús:
¡Que fiesta más bella que la Natividad de María para convertirse en la esposa de Jesús! Fue la pequeña Santa Virgen que ofrecía un día su pequeña flor al pequeño Jesús (Ms A, 77r).
Ese día Teresa escribió una muy bella oración (Pr 2) que es como el comentario de las primeras palabras: «Oh Jesús, mi divino Esposo…» Bien lejos de ser sentimentalismo, el amor esponsal de Jesús significa la absoluta fidelidad a la alianza, la radicalidad evangélica expresada por San Juan de la Cruz con las palabras «todo» y «nada». Jesús esposo significa: «Jesús solo»:
Que yo no busque y no encuentre nunca más que a ti solo, que las criaturas no sean nada para mi y que yo no sea nada para ellas, pero tu Jesús lo seas todo.
Una de las características esenciales del amor esponsal, es de ser exclusivo, no compartido. ¡Aquí todo compartir es infidelidad! Por lo tanto este amor celoso no es nada más que una cerrazón del Corazón. ¡Al contrario! Amando a Jesús, el Corazón se agranda al Infinito, a las dimensiones de su Corazón de Redentor. Y es así que en la misma oración, Teresa le pide a su Esposo el don del Amor Infinito, le pide ser toda pequeña y, finalmente, le pide la salvación de todos los hombres.
En sus escritos, nuestra santa expresa con una admirable claridad la significación esponsal del celibato y de la virginidad, casos en los que esta «cuerda esponsal» del Corazón humano está reservada y consagrada al único amor de Jesús. Ella le dice a sus hermanas, pero también a su hermano espiritual el seminarista Maurice Bellière: «¿Vuestra alma no es la novia del Cordero divino y no pasará a ser dentro de poco su esposa, el día bendito de su ordenación al subdiaconado?» (es decir al momento del compromiso definitivo en el celibato; LT 220). Hablándole a un hombre, Teresa recoge la expresión de San Juan de la Cruz: «el alma» como esposa. Hoy día, diríamos más bien la persona. El amor esponsal de Jesús se expresa pues por la vía del la castidad: «Por ella yo me convierto, oh felicidad indecible / en esposa de Jesús» (PN 48/3).
Este amor esponsal es el alma de la oración, que es un incesante «corazón a corazón» entre la esposa y su esposo:
Yo pienso que el Corazón de mi Esposo es para mí sola como el mío es para Él solo y yo le hablo en la soledad de este delicioso Corazón a Corazón esperando contemplarlo un día cara a cara (LT 122).
Y todavía:
A los amantes, hace falta la soledad
Un Corazón a Corazón que dure noche y día (PN 17/3).
Pero sobretodo, la unión virginal entre el Esposo y la esposa se realiza plenamente en la comunión eucarística, que Teresa no tiene miedo de expresar como un «beso» y una «fusión» (en el relato de su primera comunión, Ms A, 35r). En el mismo sentido ella escribe:
Mi Cielo, el está oculto en la pequeña Hostia
Donde Jesús, mi esposo, se cubre por amor
En este hogar divino yo voy a poner la vida
Y ahí mi dulce Salvador me escucha noche y día
¡Oh! qué feliz instante cuando en tu ternura
Tu vienes, mi Bien-Amado, a transformarme en ti
Esta unión de amor, esta inefable embriaguez
¡Aquí está mi Cielo para mí!... (PN 32/3)
A través de este testimonio tan fuerte y luminoso de Teresa, es evidente que el amor de Jesús-Esposo integra y transfigura toda la realidad del éros, de este amor apasionado que es inseparablemente deseo y don: deseo de la unión, acogida en sí del Otro que se dona, y al mismo tiempo don total de sí al Otro en un amor plenamente oblativo puesto que «Amar es donar todo y donarse a sí mismo» (PN 54/22). Nuestra santa nos muestra cómo la virginidad consagrada no excluye el éros --una tal exclusión sería «desencarnación» o «represión»- pero al contrario lo hace florecer maravillosamente en el Amor esponsal de Jesús, como Amor totalizante, exclusivo y definitivo, un Amor que compromete a toda la persona, alma y cuerpo (gracias a la Eucaristía). Así, el Amor virginal es la más bella síntesis del éros y del ágape, del Amor divino y del Amor humano. De esta manera, Teresa ilustra de forma espléndida la enseñanza de Benedicto XVI en su Encíclica Deus Caritas est: en Jesucristo, que es el «Amor encarnado de Dios» (nº12), nosotros podemos descubrir que «el éros de Dios por el hombre es al mismo tiempo totalmente ágape» (nº10). Totalmente enamorada de Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, Teresa no ha buscado otra cosa que responder a su Amor «dándole Amor por Amor» (Cf Ms B, 4r).
Con relación al condenado a muerte Pranzini por quien implora se arrepienta, Teresa se convirtió en madre, gracias a la fecundidad redentora de la sangre de Jesús. Ella lo repite de forma muy bella en su gran poesía ¡Jesús, mi Bien Amado, Acuérdate! (PN 24):
Acuérdate que tu rocío fecundo
Virginizando el cáliz de las flores
Las hizo enfrentar este mundo
Para darte un gran número de Corazones
¡Yo soy virgen, oh Jesús! ¡Sin embargo, qué misterio!
Uniéndome a ti soy madre de almas. (str 22)
¡No sabríamos expresar mejor el misterio de la maternidad virginal como fruto de la Redención!
Es por supuesto con María, la Virgen Madre, que Teresa descubre toda la misteriosa belleza de un «Corazón de madre», de su propio «Corazón de madre». Ella lo expresa de forma sublime en su pieza de teatro sobre la Huida a Egipto (RP 6), a través de un diálogo entre María, la madre de Jesús, y Susana, la madre de Dimas, el futuro «buen ladrón» del Evangelio. Este diálogo culmina en las palabras que María le dirige finalmente a Susana:
Tenga confianza en la misericordia infinita del Buen Dios; ella es suficientemente grande para borrar los más grandes crímenes cuando encuentra un Corazón de madre que pone en ella toda su confianza. Jesús no desea la muerte del pecador, sino que él se convierta y que él viva eternamente. Este hijo que, sin esfuerzo, viene de sanar a vuestro hijo de la lepra, lo sanará un día de una lepra mucho más peligrosa… Entonces, un simple baño ya no bastará, hará falta que Dimas sea bañado en la sangre del Redentor… Jesús morirá para dar la vida a Dimas y este entrará el mismo día que el Hijo de Dios en su reino celestial (10r).
¡Estas palabras que Teresa atribuye a María corresponden exactamente a las que ella había vivido con relación a Pranzini, con la misma confianza absoluta de un «Corazón de madre» en la «Misericordia Infinita de Jesús» para la salvación del hijo pecador, salvado por la sangre del Redentor!
Hija y hermana
El Corazón donde Jesús desea reposar, «es un Corazón de hija, un Corazón de esposa» (LT 144). Liberado de toda forma de infantilismo, la esposa de Jesús no ha entre tanto perdido este «Corazón de hija». ¡Al contrario, es más, Teresa pasa a ser esposa y madre, mientras también pasa a ser hija! Puesto en su debido lugar, el tema de la infancia es evidentemente uno de los grandes tema teresianos, bien testimoniado en sus escritos. Se expresa en él una total confianza y abandono: «Es el abandono de la pequeña hija que se duerme sin miedo en los brazos de su Padre» (Ms B, 1r). La infancia es la expresión privilegiada de la «cuerda filial», del amor filial hacia la Persona del Padre, pero también hacia la Madre que es María. El gran refrán de la última poesía ¡Por qué yo te amo, oh María! (PN 54) es «¡Yo te amo/Yo soy tu hija!». Teresa utiliza particularmente este símbolo de la infancia en sus últimos escritos (Manuscrito C y Cartas a Maurice Bellière), como uno de los principales símbolos de su «pequeña vía de confianza y de amor». Pero este desarrollo de su «Corazón de hija» no disminuye de ninguna manera el desarrollo de las otras dos dimensiones de esposa y de madre. El Manuscrito C termina con un espléndido comentario de una palabra de la esposa del Cantar de los Cantares: «Me atrae, nosotros correremos» (Ct 1, 3; Ms C, 34r- 37r). Entonces la esposa de Jesús puede apropiarse en la forma más audaz todo el misterio de su Amor Filial por el Padre, como se expresa en su gran oración sacerdotal (Jn 17).
Es igualmente en este último año de su vida que Teresa descubre plenamente el amor fraternal:
Este año.... el Buen Dios me ha hecho la gracia de comprender qué es la caridad, antes la comprendía, es verdad, pero de una manera imperfecta (Ms C, 11v).
Las páginas que siguen muestran que ella se refiere precisamente a la caridad fraternal, vivida en su relación con sus hermanas, y también con sus dos hermanos espirituales. Teresa toma entonces plenamente conciencia de la «cuerda fraternal» de su Corazón, y se convierte verdaderamente en «hermana universal», no solamente para los más cercanos, sino que también para los más lejanos. Al comienzo del mismo Manuscrito C, en el arduo relato de su prueba contra la fe, nuestra santa expresa su certeza de convertirse toda y particularmente en la hermana de los ateos del mundo moderno. En su sufrimiento, ella pasa a estar fraternalmente cerca de ellos. ¡Sentada a su mesa, ella los llama «sus hermanos»! ¡El Manuscrito C es sin duda el más bello tratado del Amor fraternal!
Así, toda la vida de Teresa nos aparece como la plena realización de su vocación: «¡Mi vocación, es el Amor!». Tal es la vocación de todo ser humano a la santidad, es decir a la plenitud del Amor, amando con todo su Corazón a Dios y al prójimo. Amar con todo su Corazón, para la mujer, es amar como esposa y madre, hija y hermana; para el hombre es amar como esposo y padre, hijo y hermano, ya sea esto en la vocación del matrimonio o en la del celibato. Estas «cuatro cuerdas» del Corazón son esenciales, igualmente importantes, ninguna debe ser rechazada, pero hace falta aprender a conocerlas, a hacerlas vibrar, a afinarlas, bajo la acción del Espíritu Santo, Espíritu de Amor, con la ayuda maternal de María.
Publicada originalmente en la Revista Humanitas.
Traducido del francés por Jaime Eduardo Antúnez Soza