El Partido Socialista ha hecho público que va a exigir a sus diputados disciplina de voto en la cuestión del aborto y que por tanto no va a permitir la objeción de conciencia a sus diputados en esta cuestión.
Teniendo en cuenta que los primeros que permitieron en su legislación el aborto fueron la Unión Soviética en 1920 y la Alemania nazi en 1935 no parece que el aborto haya tenido unos padrinos muy democráticos. Pero lo que hoy interesa es abordar este problema desde el punto de vista religioso y en concreto sobre si un diputado católico que vote una ley que favorezca el aborto puede o no seguir comulgando.
La objeción de conciencia, ampliamente ejercitada por los mártires a lo largo de toda la Historia está explícitamente mandada en el Nuevo Testamento en el libro de Hechos 4,19 y 5,29 donde se dice : “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres”.
En el Vaticano II la constitución pastoral “Gaudium et Spes” lo califica de crimen abominable (nº 51). El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral” (nº 2271). Juan Pablo II afirma categóricamente: “quien atenta contra la vida del ser humano, de alguna manera atenta contra Dios mismo”(Encíclica “Evangelium Vitae” nº 9), “confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral” (EV nº 57).
Los políticos son personas que tienen responsabilidades morales y es legítimo recordárselas, tanto más cuanto que “si las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana, sin embargo desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la promoción de una mentalidad y de unas costumbres” (EV nº 90). El aborto para la Iglesia Católica es un crimen, al menos mientras no se demuestre científicamente y sin sombra de duda que ahí no hay vida humana.
No nos extrañe por ello que Juan Pablo II nos diga que “la responsabilidad implica también a los legisladores que han promovido y aprobado leyes que amparan el aborto” (EV nº 59), porque “una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto, nunca es lícito someterse a ella, ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley semejante, ni darle el sufragio del propio voto” (EV nº 73).
Cito por su claridad la Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis” de Febrero del 2007 de Benedicto XVI, cuyo nº 83 dice así: “Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Corintios 11,27-29)”. Este texto de San Pablo citado por el Papa dice así: “Así, pues, quien come el pan y bebe del cáliz del Señor indignamente será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que sin discernir come y bebe el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación”.
Respondiendo a la pregunta planteada al inicio: ¿Puede un político católico comulgar tras votar a favor de una ley que favorece el aborto?: La contestación es no.
Pedro Trevijano, sacerdote