Pedro Sánchez ha sorprendido con un gabinete aseado, sin estridencias frentepopulistas y con la tranquilizadora presencia de la tecnócrata Nadia Calviño y la andaluza María Jesús Montero (enemiga de las rebajas fiscales, pero no más que su predecesor) en los ministerios económicos. El objetivo es claro: calmar a los mercados y lanzar una OPA sobre el electorado de centro-izquierda emigrado a Ciudadanos.
Ahora bien, el PSOE también venía desangrándose por su flanco izquierdo, mordisqueado por Podemos. Esa sangría aumentará si no compensa su «giro a la derecha» económico con un giro a la izquierda que sólo podrá ser moral-cultural. Preparémonos a una lluvia de medidas feministas, homosexualistas y laicistas. Por ejemplo, la liberticida ley de derechos LGTB presentada en diciembre por Podemos podría ahora salir del cajón.
La presencia de Carmen Calvo, y nada menos que en la vicepresidencia, es un guiño en esa dirección. Quien quiera ilustrarse sobre la visión del mundo de la número dos del gobierno haría bien en leer la entrevista que le publicó El Español hace un mes.
Carmen Calvo cree que «la violencia contra las mujeres es el principal problema de España«: «Al Estado democrático no le ocurre nada más grave que lo que les ocurre a las mujeres cuando nos asesinan, nos violan, cuando somos objeto de violencia específica». Y equipara la gravedad de la «violencia de género» con la del terrorismo de ETA. ¿Quiere decir nuestra vicepresidenta que existe en España un «terrorismo de género» dedicado a exterminar mujeres por el mero hecho de serlo? Sin embargo, me voy a las estadísticas de 2016 (las más recientes que he podido encontrar desglosadas por sexos) y descubro, no sólo que el nuestro es uno de los países más seguros del mundo –282 homicidios ese año– sino también que el 63% de los asesinados fueron… hombres. ¿Por qué a Carmen Calvo sólo le preocupan las víctimas femeninas, que representan poco más de un tercio del total?
Incluso si admitiéramos que los homicidios cometidos en el ámbito intrafamiliar son especialmente graves o más fáciles de evitar: he aquí que el 41’67% de las muertes en el espacio doméstico fueron causadas en 2016 por mujeres. La causación de violencia doméstica se reparte en una proporción de 60/40 entre varones y féminas. Si pasamos a los homicidios intrafamiliares en los que las víctimas son niños, ahí ya las mujeres ganan por goleada: por cada niño asesinado en el hogar por un hombre, dos perecen a manos de mujeres. Sin embargo, de toda esa violencia doméstica, el feminismo entresaca sólo una modalidad para configurar su concepto de «violencia de género»: aquélla en la que el agresor es hombre y la víctima es mujer. ¿Considera, quizás, que la vida de una mujer vale más que la de un varón o la de un niño? ¿O es que se trata sobre todo de aplicar una ideología de «guerra de sexos» que reserva al hombre el rol de opresor y a la mujer el de oprimida?
Sí, va a ser esto último. Porque, un poco más abajo, tras una nueva lamentación ritual del «machismo ancestral que soportamos las mujeres», la nueva vice arremete nada menos que contra Cupido: «Hay que acabar con el estereotipo del amor romántico, que es machismo encubierto. «Me tienes que querer, para siempre, con todas las consecuencias, tal y como a mí me cuadre…». Ahí hay ecos de Simone de Beauvoir, de Kate Millet, de Shulamith Firestone: el «amor romántico» como trampa para la mujer, que la encadena a una relación duradera y al rol alienante de esposa y madre. La mujer debe imitar el patrón sexual de los hombres libertinos (que no son todos, ni mucho menos): disociar sexo y amor; usar y tirar a los hombres en relaciones efímeras, afirmando así la propia independencia y sin atarse a nadie. Eso cuando no se condena toda relación heterosexual –incluso la efímera– como confraternización con el enemigo.
En realidad, esa sexualidad de «aquí te pillo, aquí te mato» –que se extendió mucho a partir de los 70– nos ha conducido a una sociedad en la que son más infelices tanto los hombres como las mujeres, pero especialmente estas últimas, frustradas en su anhelo de amor fiable y duradero. Las mujeres son las grandes perdedoras del eclipse del «amor romántico», al que Carmen Calvo quiere rematar. La volatilidad de relaciones vinculada a la revolución sexual es, por otra parte, una de las principales causas de la violencia doméstica que Calvo deplora (pero sólo cuando la víctima es mujer): la mayoría de los crímenes tienen lugar en la fase de ruptura de la pareja, o inmediatamente después de ésta. A menos capacidad de decir «te querré para siempre», más rupturas; a más rupturas, más violencia. Los hombres no asesinan a las mujeres «por odio al sexo femenino en cuanto tal» –como sostiene la alucinada ideología de género– sino por celos, en contextos de infidelidad o ruptura.
Pero la doctora Calvo conoce la medicina para curarnos de nuestro inadmisible romanticismo machista: un Estado adoctrinador nutrido con nuestros impuestos (no en vano «el dinero público no es de nadie»). Por ejemplo, hay que ajustarle las tuercas al poder judicial para que no puedan repetirse casos como el de «la manada», en el que magistrados más atentos a la letra de la ley y al examen riguroso de las evidencias que a los juicios mediáticos paralelos rehusaron someterse al «sano sentimiento popular» (el gesundes Volksempfinden, que decían los nazis): «Hay que trabajar por más y mejor formación de jueces y juezas y del ministerio fiscal para que comprendan las leyes con arreglo al contexto. […] Estamos elaborando un documento con especialistas, fundamentalmente mujeres, para que con criterios técnicos se acoten tanto los hechos como la calificación, con la correspondiente pena». Nos espera una justicia «de género». Anuncia también una nueva ofensiva educativa: «[habría que restablecer] la educación para la ciudadanía y las asignaturas que deben trabajar los valores igualitarios». Lloverán las subvenciones millonarias –¡aún más!– sobre las mil y una agencias de igualdad y de derechos LGTB. Se crearán comisarios políticos que vigilen el uso de la neolengua de género en dependencias administrativas, escuelas y documentos oficiales. Y la derecha social mirará para otro lado –pues lo importante son las cosas de comer– y tratará de histéricos alarmistas a los que intentemos resistir.
Francisco José Contreras
Publicado originalmente en Actuall