El triunfo de la moción de censura de Pedro Sánchez y la caída de Rajoy nos presenta a los españoles un panorama político diverso. Desde luego Rajoy no contaba con mis simpatías, porque llegó al poder defendiendo los principios del humanismo cristiano y una vez en él amparó toda la legislación de Zapatero, incluida la ideología de género y la Ley de Memoria Histórica, pero como todos los partidos con representación parlamentaria, salvo un pequeño Partido regional, UPN, van en la misma línea, la pregunta que muchos católicos nos hacíamos y seguimos haciéndonos, es ¿a quién votar? Hace ya algún tiempo, desde la crisis catalana de Octubre, en la oración de los fieles de mis Misas estoy haciendo esta petición: “Por España, por su recristianización y unidad”.
Con Pedro Sánchez, salvo enorme sorpresa, las cosas no van a ir a mejor. Ateo convencido, nos ha prometido una ley de eutanasia y nos esperamos una vuelta de tuerca más en la ideología de género con unas cuantas medidas que no van precisamente en la línea de protección ni de los derechos humanos ni de los valores morales y religiosos. Ante esta situación, creo que es importante que los católicos tengamos ideas claras no sólo en el campo doctrinal, sino también en el campo de lo político, con una Religión no a la Carta, sino con auténtica fidelidad a los evangelios y a la doctrina de la Iglesia que expresa el Magisterio.
En lo político la Iglesia aprecia la democracia. Para san Juan Pablo II: “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica” (san Juan Pablo II, Encíclica “Centesimus annus” nº 46).
El ideal democrático consiste en proteger y respetar los derechos humanos que posee el hombre por su dignidad intrínseca. La dignidad del hombre se especifica en sus derechos inalienables. Actuar contra la Declaración Universal de Derechos Humanos es negar la democracia, porque muchos de sus derechos son “valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables” (Benedicto XVI, Encíclica “Sacramentum caritatis” nº 83).
No basta con hablar de democracia, hay que practicarla. Una democracia sin valores no es sino un totalitarismo visible o encubierto, dado que “no puede haber verdadera democracia si no se reconoce la dignidad de cada persona y no se respetan sus derechos” (san Juan Pablo II, Encíclica “Evangelium vitae” nº 101).
El católico debe tutelar y promover los derechos humanos, considerando a la persona humana como fundamento y fin de la comunidad política. Ello significa trabajar, ante todo, por el bien común de la Sociedad, es decir la suma de las condiciones de la vida social por las que los hombres pueden conseguir con mayor plenitud y facilidad su propia perfección. La autoridad debe estar al servicio de la ley moral y sus prescripciones deben ser justas, no estando obligados los ciudadanos, más aún tienen el deber en conciencia de desobedecer, ante las disposiciones que, aunque admitidas por la ley civil, se oponen a la ley de Dios, y es que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29).
“Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del ‘bien común’ como fin y criterio regulador de los derechos del hombre” (Compendio de la doctrina social de la Iglesia nº 407).
Pienso que el cáncer actual de la democracia se llama relativismo, que al negar la existencia de una verdad objetiva, trata de imponer su propio interés u opinión, no respetando así los derechos de los demás, y es por ello la puerta al totalitarismo.
Pero tras todo lo dicho, ¿a quién votar? Respeto a aquéllos que van a ir a votar con la nariz tapada, y votan al mal menor. Personalmente creo que lo haré por aquél o aquéllos que respeten los valores humanos y cristianos.
Pedro Trevijano, sacerdote