De nuevo, como el Guadiana, el tema de la píldora del día siguiente sale a la luz del debate público. Ya me he ocupado en otras ocasiones del juicio bioético que merece con todas las matizaciones necesarias para ello. En esta ocasión creo que merece comentarse el uso político que de la medida de su dispensación sin receta médica se quiere hacer.
La cuestión se establece sobre las siguientes bases culturales. Los defensores de la cultura de la muerte han establecido el par de valores aborto = progreso; anticoncepción física o química = modernidad, y ¿quién se niega a lo moderno y al progreso? Quien lo haga aparecerá ante la sociedad como un retrógrado cavernícola. Sobre esta base cultural –entendiendo cultura en el sentido que lo hace la Evangelii Nuntiandi– se ha establecido la batalla política a la que asistimos con el anuncio de esta medida de dispensación gratuita del levonolgestrel.
El gobierno –amén de su agenda en pro de la cultura de la muerte y de su política aligerar gasto público sacando medicamentos de la cartera de la Seguridad Social– quiere arrinconar al Partido Popular en la esquina cultural de los más conservadores. La jugada es la siguiente: el gobierno es el más moderno y progresista por eso aprueba esta medida y con ello obliga al Partido Popular a tomar postura y, tome la que tome, le genera un problema.
Si no se opone radicalmente a esta postura pasa por sumarse al carro de la modernidad y progreso obteniendo algún puñado de votos en el caladero, mal llamado, moderado; pero enardeciendo a sus bases más defensoras de la cultura de la vida. Por otra parte, si se opone radicalmente a la medida de la dispensación libre de la llamada píldora del día después, el Partido Popular contentará a parte de sus bases, pero perderá votos en el caladero menos sensible a estos votos.
Se ve con claridad que la agenda de promoción del aborto, la eutanasia, la banalización del sexo que está llevando a cabo el Gobierno, además de formar parte de su ideología, tiene una segunda intención: generar un problema político al partido de la oposición. Lo vimos con el asunto del intento de reprobación al Papa por parte de la Cámara del Congreso. La vida y la muerte de inocentes, están siendo utilizadas como arma arrojadiza en el fragor de la batalla política.
Ahora bien, esta batalla no se gana para la cultura de la vida en la arena política, sino en la cultural. Se trata de que sepamos deshacer en los términos exactos y con las herramientas adecuadas esa pretendida unidad entre cultura de la muerte y modernidad y progreso. Hasta que los mejores comunicadores cristianos no se pongan a la tarea –nada fácil, por otra parte– estaremos asistiendo constantemente a jugadas culturales y políticas como ésta.
Rafael Amo Usanos, sacerdote