En el evangelio de san Juan encontramos estos textos sobre Jesús y la luz: «En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no lo recibió» (1,4); «El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo» (1,9); «Jesús les habló de nuevo diciendo: ‘Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida’» (8,12); «Jesús les contestó: ‘Todavía os queda un poco de luz; caminad mientras tenéis luz, antes que os sorprendan las tinieblas. El que camina en tinieblas no sabe adónde va; mientras hay luz, creed en la luz, ‘para que seáis hijos de la luz’» (12,35). La resurrección de Cristo, prenda y señal de la nuestra, es tan importante que, como nos dice San Pablo: «si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Cor 15,14). Nuestra fe no se apoya «en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1 Cor 2,5); «enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios» (1 Cor 2,7), pues Dios Padre nos «ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz» (Col 1,12).
En la ceremonia del Bautismo se pide a los recién bautizados, tanto niños como adultos que reciban la luz de Cristo, simbolizada en la vela encendida a fin que «caminen siempre como hijos e hijas de la luz, para que perseverando en la fe, puedan salir con todos los santos al encuentro del Señor», mientras que en la Vigilia Pascual pedimos que «la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu». En pocas palabras, Jesucristo es la luz que nos ilumina en este mundo y da respuesta a los grandes interrogantes de nuestra existencia, como de dónde venimos y a dónde vamos, y, sobre todo, cuál es el sentido de la vida, si hay algo más allá de la muerte, como sabemos por su resurrección, y fundamentalmente cómo alcanzar, si se puede, la felicidad y la eternidad. Pero Dios respeta de tal modo nuestra libertad que en el evangelio de San Juan se nos advierte: «vino a su casa, y los suyos no le recibieron» (1,11).
Llegados a este punto podemos preguntarnos si la luz masónica tiene algo que ver con la luz de Cristo. En la masonería, aunque el neófito esté bautizado, se le dice que está en las tinieblas y busca la luz, una luz que no es la que el bautizado ha recibido en el Bautismo, tanto más cuanto que poco a poco se le va alejando de la fe católica.
En el campo doctrinal y moral, las diferencias son claras: la Moral masónica es esencialmente relativista, lo que hace su moral incompatible con la católica, pues defienden entre otras cosas la ideología de género y los principios del laicismo. Además su doctrina, que supone el rechazo de todas las verdades contenidas en el Credo, es totalmente opuesta a la de la religión católica. Por otra parte, Cristo interrogado por el sumo sacerdote, le responde: «he hablado abiertamente al mundo… y no he dicho nada a escondidas» (Jn 18,20), mientras la masonería es una doctrina esotérica que se ampara en el secretismo y se considera a sí misma como la religión primordial de la Humanidad y la sola religión digna de los hombres. Incluso su doctrina sobre el Gran Arquitecto tiene poco o nada que ver con el Dios cristiano.
¿Es la masonería diabólica? El título del libro de Sergio Abad-Gallardo es bastante expresivo: «Je servais Lucifer sans le savoir». Para muchos masones Lucifer es el ángel portador de luz y aunque pretendió ser «igual al Altísimo, ha bajado al ‘seol’, a las profundidades del abismo» (Is 14,14-15). Lo que ciertamente es indiscutible que la masonería con su laicismo radical es totalmente opuesta a la Iglesia Católica, como se vio en las leyes anticatólicas de Francia de inicios del siglo XX, la persecución religiosa en Méjico, y desde luego jugó un papel importante en lo sucedido en España en los años treinta. Actualmente está claro su apoyo al relativismo y a la ideología de género, doctrinas que intentan subvertir los valores humanos y cristianos, tratando no sólo de corromper a la juventud, sino destruir el matrimonio, la familia, la maternidad y la religión, por lo que está claro la incompatibilidad de ambas pertenencias. Jesucristo dijo: «no se puede servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24), pero es todavía más claro que no se puede servir a Dios y al Demonio, porque la Moral que esta gente defiende es la misma que la Moral Católica, pero al revés, es decir la Moral del Diablo. Personalmente la única explicación medianamente lógica a este acuerdo de todos los Partidos políticos con representación parlamentaria es que el nexo secreto que los une se llama masonería.
Pero es que incluso en el campo científico enseñan barbaridades como que es imposible para un homosexual llegar a ser heterosexual, cuando cada vez hay más gente que lo consigue. El cerebro no es neutro, sino que ya desde el principio el trazado general de las conexiones entre las neuronas es diferente en el hombre y en la mujer, lo que aporta la identidad personal necesariamente sexuada y por supuesto varón y masculino no pueden significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino, así como mujer y femenino tampoco pueden significar tanto un cuerpo masculino como uno femenino.
Pedro Trevijano, sacerdote