El domingo después de Navidad y anterior a Año Nuevo, si no hay ese año es el 30 de Diciembre, la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia Este año el lema que acompaña esta celebración es: «La familia, hogar que acoge, acompaña y sana».
La familia es seguramente la institución natural más antigua que existe, pues los seres humanos de todos los tiempos nacen, crecen y se desarrollan habitualmente en el seno de una familia, que es la que les puede aportar la satisfacción a las dos necesidades básicas del ser humano, es decir comida y afecto. El hogar familiar es el mejor ámbito para la acogida de los hijos, donde además se responde mejor a las exigencias legítimas de la sexualidad, es decir la reciprocidad y la entrega mutua entre un varón y una mujer ya adultos que se integran en un proceso de humanización que les lleva a alcanzar su propia realización y a ayudar a que sus hijos aprendan lo que es el amor, pues experimentan el de sus padres y a vivir como corresponde a su identidad sexual de niño o niña, varón o mujer. El matrimonio y la familia son la respuesta más adecuada a las necesidades afectivas, sexuales y sociales del varón y de la mujer. La familia tiene un papel insustituible en el fomento de la cultura de la vida y de la solidaridad, en la transmisión de valores y en la educación de la afectividad. Los lazos familiares son muy necesarios para la realización del amor y de la educación de los hijos, constituyendo el compromiso social y el pacto más sólido de apoyo mutuo y de protección entre un grupo de personas.
Pero la familia cristiana va más allá. Todos estamos llamados a la santidad, pero Jesucristo ha querido que el matrimonio sea también un sacramento, es decir uno de los lugares privilegiados de encuentro entre Dios y el hombre. En el matrimonio cristiano, Dios, creador e inventor del amor, está presente y contribuye con su gracia, que los esposos reciben en el sacramento, a que éstos se amen y que descubran la familia como íntima comunidad de vida y amor, abierta a nuevas vidas y auténtica Iglesia doméstica por su participación en la misión de la Iglesia y en la vida de la sociedad. El matrimonio cristiano es el amor conyugal vivido según el espíritu de Cristo
Desde el inicio de su existencia, la Iglesia ha concedido gran importancia a la familia cristiana. La familia cristiana tiene una esencial dimensión eclesial, ya que necesita de la Iglesia para que ésta promueva sus ideales y les ayude a entender mejor su vocación, pero, a su vez, la Iglesia necesita de las familias cristianas, pues la vitalidad de la Iglesia está estrechamente vinculada a la vitalidad auténticamente cristiana de los matrimonios. En la medida en que la familia cristiana acoge el evangelio se hace signo vivo de Cristo y presencia de la Iglesia en medio del mundo.
Con lo dicho queda claro que el plan de destrucción de la Humanidad por parte de Satanás requiere necesariamente la destrucción de la familia, y en especial de la familia cristiana, siendo el instrumento a emplear la ideología de género, pero este proceso no se puede realizar repentinamente sino exige cambios paulatinos y discretos, como hemos visto por ejemplo con el aborto, que primero se despenalizó, para pasar a ser luego un derecho, a fin que la gente vea como normal, aquello que no deja de ser auténticas atrocidades y esperpentos, acompañado de constantes apelaciones a la libertad y a la democracia, así como de severas sanciones hacia aquéllos que se atrevan a discrepar. Se trata de terminar con los valores morales, favoreciendo a tope el feminismo radical, el abortismo y el homosexualismo.
La ideología de género es hija del relativismo y del marxismo. Por tanto no existen ni la Verdad ni el Bien objetivos, ni siquiera la Ley Natural. La libertad absoluta («La libertad os hará verdaderos»), la concupiscencia inmoderada de la carne y de los ojos, así como la arrogancia del dinero (cf. 1 Jn 2,16), pasa a ser la regla de actuar, con lo que se impone la ley del más fuerte y en consecuencia la tiranía, como bien nos ha enseñado las Historia, con los horrores de los totalitarismos. Pero como el pecado no deja de ser lo irracional, lo absurdo, así estamos llegando a esos disparates científicos que cada uno pueda tener la identidad sexual que le dé la gana, aun prescindiendo de su biología y abriendo la puerta a la promiscuidad más abyecta, en la que no está ausente ni la pederastia.
No nos engañemos: la ideología de género no es otra cosa sino una movida del padre de la mentira, que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios. Jesús nos dice que para defendernos de este acusador mentiroso, nos enviará el Espíritu de la Verdad. Hoy, España, ante esta situación, necesita de la asistencia especial del Espíritu Santo que ponga la luz de la Verdad en medio de las tinieblas del error, a fin que este Abogado nos defienda del encantamiento de tantos sofismas con los que se pretende justificar la ideología de género, y que confunden y engañan incluso a personas de buena voluntad.
Pedro Trevijano, sacerdote