EL Prior General de la Orden de san Agustín ha escrito una «Carta a las Hermanas y Hermanos de la Orden», con motivo de los 500 años de la así mal llamada «reforma luterana», en la que con una claridad meridiana, señala unas buenas luces para orientarse en el desconcierto que se ha originado en torno a ese acontecimiento:
«Sola Scriptura, sola gratia, sola fide. Las consecuencia de la percepción luterana llevan a la negación del libre albedrío, a la innovación dogmática de los sacramentos, al rechazo de la misa como sacrificio, a la negación del sacerdocio ministerial, a la demolición del magisterio y de la jerarquía eclesiástica, a la demonización del papado. Sin embargo, Lutero se muestra sorprendentemente servil a los príncipes protestantes y se manifiesta un apasionado defensor del legítimo orden social y político, incluso a un alto precio. Su postura en la Guerra de los Campesinos (1524-1525) nos ofrece buena muestra de ellos y constituye uno de los rasgos más discutido del reformador.»
Y en unos párrafos anteriores subraya : «Lutero no solo abandonó la Orden, sino que abominó de la vida religiosa con todas sus fuerzas, rechazó las prácticas ascéticas y de piedad, el rezo del breviario y otras obligaciones, modificó radicalmente la teología sacramentaria, condenó los votos y promovió el abandono (en algunos casos incluso con violencia, añado yo) y la fuga masiva de los consagrados. El daño causado a la Orden y a la vida religiosa en Alemania fue enorme».
En un artículo reciente en «La Nuova Bussola Quotidiana», el card. Gerhad L. Müller se lamente de la confusión que se está originando en diversos ámbitos, también eclesiásticos, en torno a Lutero. Y subraya con toda claridad, por si todavía fuera preciso aclararlo, que lo que hizo Lutero no fue, en absoluto, una reforma; fue una destrucción, una «revolución» y que, por lo tanto, no tiene ningún sentido afirmar, como alguno por desgracia ha hecho, que Lutero «fue un acontecimiento del Espíritu Santo»:
«Lutero ha negado la Eucaristía; el carácter de sacrificio del sacramento, y ha negado la real conversión de la sustancia del pan y del vino en la sustancia del Cuerpo y de la Sangra de Cristo. Además, ha definido el orden Episcopal, sacramento del Orden, un invención del Papa».
«Es inaceptable afirmar que la reforma de Lutero fue un acontecimiento del Espíritu Santo. Al contrario, fue contra el Espíritu Santo».
Nadie niega que Lutero promovió el acercamiento del pueblo fiel a la Sagrada Escritura, que desde entonces las versiones del Evangelio a las lenguas habladas en todos los países, que se había comenzado a hacer casi 100 años antes- se multiplicaron.
Como parte de ese desconcierto ante lo que se dice aquí y allá -quizá con muy buena voluntad de salvar barreras- señalo sencillamente unas frases que he encontrado recientemente en las páginas de un buen semanario católico.
Se habla de «luteranos que empiezan a volver a la piedad eucarística». Los luteranos que llegan a tener fe en la presencia real y sacramental de Cristo en la Eucaristía, se unen a la Iglesia. Ya lo han hecho varios grupos, y seguirán haciéndolo. Al cabo de algún tiempo de comenzar la revuelta, ni Lutero ni Calvino, ni Zwinglio, ni los he les han seguido han creído en esa «Presencia sacramental». Para ellos, a lo más era un «recuerdo de la cena del Señor»; un gesto que «significa una cierta presencia de Jesús en el pan consagrado». O sea, si unimos esto a la destrucción del sacerdocio, ese «pan consagrado» no es apenas algo más que un «pan bendito» Cristo no está allí «realmente presente con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma, con su Divinidad». No hay ninguna Eucaristía. Que ese movimiento luterano actúa hacia una mayor veneración del pan consagrado; bendito sea. Rezamos para que clamen al Señor y les conceda la Fe en la Eucaristía.
El prior de los Agustinos , después de afirmar que para Lutero «no es posible la retractación porque no asume la posibilidad de equivocación o de error», añade: «Es significativa su fijación en la figura del papa, que va evolucionando desde el acatamiento reverente hasta la animadversión y aborrecimiento, hasta desembocar en el odio de sus últimos años. Son verdaderamente tristes sus exagerados insultos y agresiones a la Iglesia de Roma (papista, según su particular terminología). Leer esos textos nos llena de dolor». Le llegó a llmar, incluso, «anticristo».
En el semanario se habla de una especie de peregrinación que lleva por título: «Con Lutero a casa del Papa»- Quizá les podría iluminar más el camino, si dijesen «Volvamos a la casa del Papa»; y dejar a Lutero en la tumba.
Y por último, para no hacer demasiado largas estas líneas, en un artículo de Roma, se insinúa que en este 500 aniversario del cisma herético -esa es la palabra, aunque él no lo dice, y parece que hoy se ha borrado del diccionario- sería oportuno avanzar en el diálogo con los protestantes, haciendo entre otras cosas: «revalorizar a los grandes personajes en la historia de la Iglesia, como Lutero», como si Lutero hubiese predicado la «verdad».
¿El camino para acercar a muchos pecadores a la Iglesia, a Cristo, es el de «revalorizar a Judas»?
Ni conmemoración, ni celebración alguna. Penitencia, y petición de perdón al Señor por todo el daño ocasionado en estos 500 años. Y oraciones. Yo uno las mías a las de toda la Iglesia pidiendo al Espíritu Santo que mueva el corazón de muchos protestantes, que ya han corregido los errores y las desviaciones dogmáticas y morales de Lutero, para que acojan todo el tesoro de Fe y de Tradición de la Iglesia Católica, y podamos así vivir en la unidad querida por el Fundador de la Iglesia, Nuestro Señor Jesucristo.
Ernesto Juliá, sacerdote
Publicado originalmente en Religión Confidencial