Pienso no equivocarme si afirmo que la institución humana más antigua y natural es la familia, que por otra parte ya existía y existe en el mundo animal. En la Biblia, ya en el primer capítulo del Génesis leemos: «Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó, y los creó macho y hembra» (Gén 1,27). Salvo algún posible caso aislado, que no conozco, nadie hasta el marxismo, ha discutido la institución familiar.
Leemos en el «Manifiesto del Partido Comunista» (1848): «Los comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: casi siempre ha existido… El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo se podría acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres hipócritamente disimulada, por una comunidad franca y oficial». Pero es Engels en so obra «El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado» (1884), quien estudia más concretamente esta cuestión: «La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica más o menos disimulada de la mujer»… «El hombre en la familia es el burgués; la mujer representa en ella el proletariado». Incluso expresa que es en el matrimonio monogámico donde se produce la primera manifestación de explotación social: la que se da entre el marido y la mujer. En el marxismo se encuentra por consiguiente, el objetivo de desaparición de la familia y del matrimonio, calificado como la sede de explotación y prostitución de la mujer.
Pero ha sido Simone de Beauvoir, compañera sentimental de Sartre, con su libro «El segundo sexo» (1949), quien ha dado alas a la lucha contra el matrimonio y la familia. Para ella la mujer es víctima de «la trampa de la maternidad que subordina a la mujer, constituyéndola en un segundo sexo subordinado al varón para complacer a su mujer. Entre sus aberraciones afirma que hay que liberar a la mujer de las «ataduras de su naturaleza» y de las funciones asociadas a ella, como la maternidad y el hogar, incluso contra su voluntad expresa: «no debe permitirse a ninguna mujer quedarse en casa para criar a sus hijos». Para ella no existe una naturaleza femenina, sino que ésta es una creación de la historia y de la cultura, «Una no nace mujer, la hacen mujer».
Los defensores de la ideología de género, como W. Reich, Simone de Beauvoir, H. Kentler, M. Sanger, Greer, Millet, Firestone y H. Marcuse, intentan llevar la libertad sexual al máximo. Para ellos no hay ningún criterio discriminante entre lo lícito y lo ilícito, lo normal y lo anormal, siendo, por tanto, permisibles y moralmente iguales todas las relaciones sexuales voluntarias, significando para ellos el ser responsable tan sólo el tomar precauciones contraceptivas a fin de evitar embarazos no deseados y siendo la obtención del placer el principal objetivo de la sexualidad,que cada uno puede tratar de alcanzar según le venga en gana. Curiosamente, como su objetivo es destruir la familia, pues ésa y no otra es la finalidad de la ideología de género, hay una única relación sexual que está mal: la que puedo tener con mi cónyuge, porque la lucha de clases propia del marxismo ser transforma aquí en lucha de sexos.
El gran éxito de la ideología de género es que ha penetrado en los estratos más profundos de nuestra Sociedad y de muchos otros países sin que una enorme mayoría se haya dado cuenta. Por ello don Federico Trillo, uno de los pioneros en dar la voz de alarma publicó en el 2007 un libro contra ella de título muy acertado: «La Revolución silenciosa», porque se nos ha infiltrado sin que apenas, y todavía muchos están así, nos diésemos cuenta. En España nuestro Parlamento ya ha dado su visto bueno con la aprobación de Podemos, PSOE y Ciudadanos, y con la abstención del PP, a una Proposición de Ley que establecerá el carácter obligatorio de la Ideología de Género, por otra parte ya Ley en la mayor parte de las Comunidades Autónomas.
¿Qué podemos hacer? La respuesta para mí es sencilla: plantar cara y difundir lo que no quieren que sepamos, es decir en qué consiste realmente la ideología de género, tanto más cuanto que viola descaradamente la Constitución y los Derechos Humanos. Tenemos el precedente de Paraguay: allí el gobierno aprobó la ideología de género e incluso editó los libros para enseñarla. Los maestros se plantaron y se negaron a enseñar semejante sarta de aberraciones. Hoy mismo he leído que el nuevo ministro de Educación ha retirado los libros incriminados.
Pedro Trevijano, sacerdote