Dios, en su eterna misericordia, conserva mi capacidad de asombro ante tanto absurdo, tanta ridiculez, y tanta embestida contra la inteligencia de este Nuevo desOrden Mundial, que nos impone la oligarquía globalista anticristiana y antihumana. En ciertas ocasiones, de cualquier modo, lo brutal de la realidad supera toda sorpresa.
Hace unas horas, uno de los productores agropecuarios más importantes de Argentina, especializado en criaderos de gallinas, me reveló que una importantísima multinacional con la que trabaja le pidió que terminara con la alimentación en cautiverio de las aves, para cumplir con el objetivo Gallinas felices, sin estrés ni angustias… Una estruendosa carcajada, ante lo que consideré una ingeniosa broma, fue mi respuesta inmediatísima.
«Es en serio lo que le digo, padre –continuó el azorado industrial-. Y me han dado un plazo perentorio para reconvertirme; pues, de lo contrario, buscarán otro proveedor. Les dije que es prácticamente imposible tener cientos de miles de gallinas al aire libre. Y que ello equivaldría a un notable aumento de los costos de los alimentos. Y que muchos pobres dejarían, entonces, de consumirlos. «No importa eso –fue toda la respuesta-. No faltarán otros mercados, y consumidores».
En otras palabras, tendremos en Argentina Gallinas felices, junto a millones de niños, jóvenes, adultos y ancianos con hambre. En nuestra tierra despoblada, con apenas 45 millones de habitantes, granero del mundo, que produce alimentos para quinientos millones de personas; y en que casi el treinta por ciento de las personas vive en la pobreza, estamos frente a un nuevo pecado que clama al cielo (Ex 3, 7 -10). Uno más de una larga lista; que muestra hasta qué punto nuestros gobernantes, de uno u otro signo, en apariencia irreconciliables, son impúdicos sirvientes del mismo amo mundialista.
La usura internacional, y sus aliados de siempre, como la masonería, las Naciones desUnidas, y el narco-porno-liberal-socialismo del siglo XXI, muestran todo su encarnizamiento contra Hispanoamérica, África y Asia. Todo vale para que, con el cuento del calentamiento global, la Carta de la Tierra, y los nuevos derechos, se busque eliminar a seis mil millones de habitantes de todo el mundo. No es una lucha contra la pobreza, sino una guerra declarada contra los pobres más pobres. Un sistemático plan de exterminio, disfrazado de libertades sin límites.
La confusión, duele decirlo, ha llegado incluso a importantes niveles de decisión de la Iglesia. Se habla muchísimo de cuidar la casa común, y poco y nada del Padre común; que nos dio la Tierra, como trampolín para el Cielo. Endiosar al planeta como tal, sin ninguna referencia a su único Creador, lleva inevitablemente a la destrucción de las personas. El hombre, la única criatura sobre la tierra a la que Dios amó por sí misma (Gaudium et spes, 24), pasa a ser el enemigo a destruir por la Pachamama, el imperio de las mascotas, la ideología de género y todos los nuevos disfraces del liberalismo y el marxismo.
Nunca estuvo el hombre tan esclavizado, como en estos patéticos días del globalismo sin Dios y, por lo tanto, sin hombre. Durante los siglos de trata de esclavos, las víctimas de tan cruel sistema se sabían esclavos y, muchos de ellos, murieron luchando por su libertad. Hoy vivimos en un mundo de esclavos, que se creen absolutamente libres.
Quienes manejan ese mundo para pocos nos invadieron de celulares, redes sociales, droga, libertinaje sexual, injusticia social y otras cadenas más o menos invisibles para que no pensemos en clave de auténtica libertad. Y la consecuencia es inevitable: Gallinas libres, y millones de hombres encerrados en la opresión, la miseria y las antesalas del patíbulo…
Gracias a Dios, y pese a tantos obstáculos, de adentro y de afuera, el movimiento provida y profamilia sigue creciendo en nuestra Iberoamérica. El cristianismo que nos trajo España, nuestra nunca bien ponderada Madre Patria, corre inevitablemente por nuestra sangre. Y aunque intoxicada con tanta basura, sabe lavarse con aquella Sangre que hace nuevas todas las cosas (Ap 21, 5). No en vano George Soros, uno de los multimillonarios que sostienen la perversa ideología de género, acaba de expresar su preocupación por el «aumento del movimiento conservador en América del Sud».
Claro que sí, señor Soros, somos absolutamente conservadores de lo que Dios nos dio. Y debemos enseñar, porque así lo ordena Cristo, «a cumplir todo lo que yo les he mandado» (Mt 28, 20). Inevitablemente, usted y las gallinas felices pasarán. Él está con nosotros hasta el fin del mundo…
P. Christian Viña, sacerdote