Hace unos días me senté en un banco frente a un edificio oficial en el que ondeaban las tres banderas: la de España, la de la Comunidad Autónoma y la de Europa. Viendo esta bandera, no pude por menos de pensar que estaba ante una bandera en honor de la Virgen No fue una casualidad, porque esa bandera surgió de la mente de los padres de Europa Adenauer, De Gasperi, Schumann, que eran profundamente católicos. De su catolicismo surgió esa bandera azul con doce estrellas, inspirada en la vidriera de la Virgen de la catedral de Estrasburgo, y de la que por tanto podemos decir que es una bandera mariana. La fe es invisible, pero sus obras no.
El mensaje cristiano se ha presentado desde siempre acompañando a la enseñanza. Jesucristo nos dice: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). Evangelización y cultura siempre han ido juntas, desde los Santos Padre, a los monasterios y Universidades medievales, y no hay que olvidar que quien fundó y mantuvo durante siglos todas las Universidades importantes de Europa, como París, Oxford, Cambridge, Salamanca, fue la Iglesia Católica, hasta tantas Escuelas, Colegios y Universidades actuales.
Es indudable que cuando pensamos en Europa y sus valores, pensamos en Atenas y su aportación, que fue la Filosofía, en Roma, con su Derecho, que sigue siendo un modelo en tantas ocasiones, pero también en los valores cristianos, que nos ha aportado Jesucristo y Jerusalén y que ha conducido a Europa a una concepción de la dignidad y de los derechos del hombre, basados en la Ley Natural, también como consecuencia de los ho0rrores de la Segunda Guerra Mundial, y plasmados en la Declaración Universal de Derechos del Hombre, que no ha tenido parangón en otras civilizaciones y culturas. Con razón se ha podido hablar de la civilización occidental y cristiana.
La importancia del Cristianismo en Europa es tal que basta con visitar cualquier país europeo, empezando por nuestra propia ciudad o pueblo, donde seguramente su edificio más importante, del que nos sentimos más orgullosos, es su iglesia principal. En las Bellas Artes, Arquitectura, Pintura, Escultura, Música, incluso en Literatura el influjo ha sido enorme. ¿Qué decir de nuestro Museo del Prado? ¿Se podría entender sin unos serios conocimientos religiosos?
En cambio, hoy, parece que Dios produce alergia. En todos los Partidos, la gran mayoría procura no citarle, olvidarse de él o combatirle abiertamente. Las palabras de advertencia de la Encíclica “Mit brennender Sorge” de Pío XI contra los nazis, han resultado desgraciadamente proféticas, no sólo para la época en que fueron escritas, sino también para hoy: “Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. “El necio que dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción moral” (Sal 14,1). Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión.”(nº 27). Creo que en España la gran mayoría estaremos de acuerdo en decir que la mejor clase política que hemos tenido en la Democracia, fueron los primeros, los de la Transición. Muchos de ellos estaban en Política sobre todo para servir a su País. No eran sólo unos profesionales de la Política, y tenían suficiente categoría personal para no tener que decir: “Sí, bwana”.
Desgraciadamente la categoría de la clase política ha descendido notablemente. Se niega el Derecho Natural, se defiende la Ideología de Género, carente del más mínimo sentido común, e inspirada en el odio contra el matrimonio y la familia, tampoco se respeta la vida humana con el aborto y la eutanasia, en educación se defiende lo mismo que defendían los nazis y ya ni se sabe distinguir entre Verdad y Mentira, Bien y Mal, hasta el punto que los Papas han tenido que llamar a esta mentalidad cultura de la muerte, opuesta a la civilización de la vida, que es lo que teníamos hasta no hace mucho. Indudablemente con estas ideas no podemos hablar ni de civilización occidental y cristiana, ni de superioridad frente a otras civilizaciones y culturas.
Volvamos, pues, a las raíces cristianas, para que seamos otra vez una civilización y no una panda de salvajes sin principios.
Pedro Trevijano, sacerdote