Ante la actuación de algunas personas de la Iglesia, especialmente algunos eclesiásticos, obispos, sacerdotes, monjas y monjes, etc., me viene a la cabeza la pregunta que encabeza estas líneas.
Y me hago la pregunta porque se habla bastante, por no decir mucho, de que la Iglesia tiene que estar «en salida». Tiene que ir a buscar a las personas en medio de las situaciones más complicadas que puedan presentarse; también, cuando se trate de situaciones que se pueden considerar «`pecados», aunque esa palabra no se use.
Efectivamente, la Iglesia ha vivido así, siempre en «salida», porque su misión es anunciar a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre; su Encarnación para redimir al hombre del pecado; para invitar al hombre a que se arrepienta de su pecado y pida perdón. Y esta misión siemp0re es «en salida». De esta manera, podrá enriquecerse con la «misericordia» de Dios, y clamar para que se le abran las puertas del Paraíso.
Pero algunos eclesiásticos, especialmente, y no pocos laicos, entienden lo de «en salida», de manera muy diferente. Por ejemplo: un obispo alemán, hablando de la defensa de la familia, a propósito de la equiparación legal de las uniones de personas del mismo sexo al matrimonio, unión de hombre y mujer, ha comentado: «Diferenciación no es discriminación, y la cohabitación puede ser valiosa, junto a otros acuerdos institucionales, sin necesidad de cambiar el instituto del matrimonio».
¿Qué valor puede haber descubierto en semejantes relaciones homosexuales, que hasta el mismo Freud las veía con bastante malos ojos?. Y aclaro que no estoy refiriendo a las personas que viven esas uniones, a quienes hay que respetar como personas, hijos de Dios como todas criaturas.; sino al dato objetivo de la «unión».
A otro eclesiástico, y en este caso, español, se le ocurre «señalar» el valor que puede haber en las así llamadas «uniones de hecho»: Y lo hace sin la mínima referencia a la diversidad de »uniones» de este tipo que puede haber. Por ejemplo, entre dos personas no creyentes, incluso no bautizadas, que quieren formar una familia, tienen hijos, etc.; o las que se dan entre compañeros de universidad que se deciden a «vivir juntos»; o entre católicos, que quieren «probar» con una de esas uniones a ver si están en condiciones de casarse, vayan por la cuarta o quinta «prueba», etc.
A lo largo de su historia, la Iglesia se ha enfrentado a situaciones semejante, de personas que quieren acomodar la Verdad de Cristo al «espíritu del tiempo», que cada uno tiene el suyo. Con claridad de doctrina, La Iglesia no ha tenido el mínimo inconveniente en tratar con personas que pudieran estas en esas circunstancias, y siempre ha señalado la necesidad de salir al encuentro de las personas, tratarlas con todo afecto humano y cristiano, y decirles, a la vez, la situación de pecado en la que estaban viviendo y animarles a salir de ellas, haciéndoles conocer el amor con que Cristo les buscaba.
He recordado unas palabras de Juan Pablo II que nos pueden ayudar para dejar esa situación que nos ha tocado vivir. Y la necesidad perentoria de que ese «en salida» sea un claro testimonio de nuestra fe, con palabras y obras.
Así lo recordaba Juan Pablo II.- «la situación actual, marcada gravemente por la indiferencia religiosa y por una difundida desconfianza en la verdadera capacidad de la razón para alcanzar la verdad objetiva y universal, así como por los problemas y nuevos interrogantes provocados por los descubrimientos científicos y tecnológicos, exige un excelente nivel de formación intelectual, que haga a los sacerdotes capaces de anunciar –precisamente en ese contexto- el inmutable Evangelio de Cristo y hacerlo creíble frente a las legítimas exigencias de la razón humana» (Pastores dabo vobis, n. 51).
Y estas otras palabras del papa Francisco a propósito del sentido sacramental y sobrenatural de las familias, del matrimonio:
«De aquí viene la gran responsabilidad de la Iglesia, de todos los creyentes y ante todo de las familias creyentes, para redescubrir la belleza del designio creador que inscribe la imagen de Dios también en la alianza entre el hombre y la mujer» (Francisco 15-IV-2015).
«Imagen de Dios» que ninguna otra «unión» no fundada en la familia, entre hombre y mujer, puede llegar a reflejar.
Acercarse a todos, porque todos tenemos necesidad de Dios, de Cristo; y al acercarse, transmitir el inmutable Evangelio, la «belleza creadora y redentora» de Cristo, es estar en «salida». Es tener Fe en que el inmutable Evangelio de Cristo puede llenar de luz, y convertir cualquier civilización, cualquier cultura que el hombre desarrolle.
Acercarse a todos, «dialogar» con todos, y dejarles en un «discernimiento» que les diga que «todo vale», y que ya vendrá la «misericordia» a arreglar las cosas; es estar claramente «en retirada», es convertir la Iglesia en una Ong y de muy poco valor, y es dejarles en la oscuridad.
Ernesto Juliá Díaz, sacerdote
Publicado originalmente en Religión Confidencial