En su «Introducción a la vida devota» escribe San Francisco de Sales: «Es un error, por no decir una herejía, el pretender excluir la devoción de los regimientos militares, del taller de los obreros, del palacio de los príncipes, de los hogares y familias», y aunque el santo no lo diga, seguramente porque era tan obvio que ni se le ocurrió, de las escuelas y centros de estudio. Y sin embargo hay muchos, que amparándose en el artículo 16 de la Constitución española, que dice: «2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias» y «3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal» pretenden, muy especialmente en la enseñanza pública, expulsar de ella a todo lo que huela a valor religioso. Quienes así piensan, ¿tienen razón?
Los laicistas han constituido en España una Asociación llamada Europa laica: «Europa laica es una asociación laicista española que asume el laicismo como condición indispensable de cualquier verdadero sistema democrático y que defiende el pluralismo ideológico en pie de igualdad como regla fundamental del Estado de Derecho y el establecimiento de un marco jurídico adecuado y efectivo que lo garantice y lo proteja frente a toda interferencia de instituciones religiosas que implique ventajas o privilegios». Creen en «el laicismo como condición indispensable de cualquier verdadero sistema democrático». En efecto, en el campo relativista algunos afirman que si no se es agnóstico o relativista, no se es un verdadero demócrata, porque el pensar que hay una Verdad y un Bien objetivos imposibilita el diálogo sincero entre las personas. La postura laicista tiene al menos el mérito de la claridad: para ser demócrata hay que ser laicista y el que no opina así sencillamente no es demócrata, con lo que estamos ante el pensamiento único obligatorio y políticamente correcto.
Pero los laicistas se olvidan de la continuación del artículo 16-3, que dice: «Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones», así como el artículo 27-3 de la Constitución, que en línea con el artículo 26-3 de la Declaración de Derechos Humanos afirma: «Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.» Ello significa que los laicistas confunden el Estado aconfesional con la laicidad total, que sí viola el derecho humano y constitucional de los padres a la educación religiosa de sus hijos, aunque también los padres que desean una educación laica, es decir no religiosa, tienen derecho a que se respeten sus convicciones. Ello supone que ni la escuela única laica, ni la escuela única religiosa, son defendibles
Existe, según nuestra Constitución art. 27-6, el derecho «a la libertad de creación de centros docentes». Muchos de ellos tienen un ideario que permite a los padres conocer la orientación ideológica del centro educativo y que quien entra en ese centro tiene el deber de lealtad de respetar sus normas. El problema es que los laicistas tratan de imponernos una escuela única, pública y laica. Contra ello hay que afirmar que creyentes y no creyentes tenemos idéntico derecho a expresar en la Escuela Pública nuestras ideas. Puedo decir que en los diversos Institutos que he enseñado me he encontrado en alguno con un total respeto por ambas partes hacia las ideas de los otros profesores, pero en algún otro ese respeto brillaba por su ausencia.
El problema de los laicistas es que tratan de imponernos su modo de pensar: «Hay que ser librepensador, y si piensas por tu cuenta con cabeza propia algo distinto, eres un fascista». Los laicistas no reconocen los derechos educativos de los padres, porque como me dijo uno de ellos: «Los padres no saben educar. Por tanto somos nosotros quienes debemos hacerlo», es decir lo mismito que los nazis alemanes. Y es que el problema es que no pretenden educar, sino adoctrinar. Recuerdo que ese mismo individuo no le gustaba nada que yo hablase de familia natural, y quería exigirme que emplease la expresión de familia tradicional. Puede parecer intranscendente, pero tiene gran importancia, pues ya los romanos decían «questio de nomine, quaestio de re». Es decir la cuestión de cómo llamar las cosas, ya es discutir sobre el fondo del asunto. Dos ejemplos: «interrupción voluntaria del embarazo» suena mucho mejor que aborto criminal, pero es lo mismo, y «educación afectivo sexual interactiva y libre de tabús» parece distinto de pederastia, pero es la misma realidad.
En mi opinión educar es, ya desde la infancia, sembrar ideales, formar criterios y fortalecer la voluntad, pues todo aprender supone un esfuerzo. La educación ha de ser integral, es decir, afecta a todas las dimensiones humanas, como lo racional y afectivo, lo intelectual, religioso y moral, lo temporal y lo transcendente. La función de la educación no es sólo instruir o transmitir unos conocimientos, o preparar para el trabajo, sino la formación completa de la persona, siendo preciso para educar saber quién es la persona humana y conocer su naturaleza. Separar de la educación los valores religiosos y morales conduce a las aberraciones marxistas, nazis, relativistas y de la ideología de género, pues sin Dios el ser humano se encamina hacia la necedad y la corrupción moral. El educador debe amar, y ésta es la única receta que me atrevo a dar, pero por ello mismo debe exigir y corregir, para así formar el carácter capacitando para el sacrificio, así como enseñar los valores y comportamientos, es decir los principios y actitudes, inculcando el sentido del deber, del honor, del respeto, convenciendo y persuadiendo gracias a un diálogo abierto y permanente, mejor que imponiendo. La educación consiste en que el hombre llegue a ser cada vez más hombre, que pueda ser más y no sólo que pueda tener más.
Pedro Trevijano, sacerdote