Dios mediante, el próximo sábado 21 de enero de 2017, el admirado padre Alfredo Sáenz, SJ, cumplirá 85 años. Al adelantarme a los saludos por este acontecimiento, ciertamente, lo hago sin temor de esa superstición argentina que cree de «mala suerte» los festejos anticipados; aunque, hace unos días, hasta casi se la consagró como magisterial… Gracias a Dios, la vida y el destino de nuestro gran jesuita argentino, digno hijo no modernista de San Ignacio de Loyola, y de la Compañía de Jesús, no dependen en absoluto de mi adelanto en las felicitaciones… Si lo hago hoy, horas antes de que concluya este 2016, es simplemente porque ese día estaré ausente de internet; en el receso de verano, entre el Retiro espiritual, y las misiones…
La limitación de este trabajo me impide, como quisiera, rendirle un homenaje lo más completo posible. Se le hizo con la publicación del volumen «Lucidez y coraje», de Editorial «Gladius»; publicado como tributo, con motivo de sus 50 años de Sacerdote, en 2012. Ahí puede consultarse, en autorizadísimas fuentes, su monumental trabajo pastoral, teológico, docente, y literario. Y, por supuesto, su testimonio sin dobleces como hombre de Dios.
Como jesuita se tomó en serio el buen combate paulino (2 Tm 4, 7). Y tomó decidido partido por el «Rey eternal» ignaciano. Bien lejos está de mal entendidas culturas del encuentro; que solo parecen rejuntes voluntaristas, y hasta absolutos disparates… El único encuentro posible –lo sabe perfectamente- es en la Verdad; y no en el amontonamiento mediático, para las fotos y las cámaras, sin intenciones de darle «gloria a Dios y con eso salvar el alma»…
Me referiré, aquí, a ciertos aspectos poco conocidos de él; y que fui descubriendo en estos casi 25 años que llevamos de amistad… Ha sido mi confesor, Director Espiritual, maestro, consejero, y entusiasta animador para que publicase libros… Varios años antes de ingresar al Seminario, y teniendo en cuenta mi experiencia profesional, me alentó a que aprovechara la frescura y rapidez del lenguaje periodístico, para retratar personas y situaciones que luego se reflejaran en obras impresas; libres de la fugacidad de la prensa –por entonces- «radial, escrita y televisiva». Al principio me abrumó el desafío. Pero, generosamente, me puso en contacto con la editorial Vórtice, del común amigo Alejandro Bilik; y ahí comenzó esta aventura de los libros, que está a punto de cumplir veinte años.
Su nutridísima agenda, llena de clases, conferencias, y cursos, en Argentina y en el exterior, hace que no sea fácil ubicarlo… Sabe, perfectamente, de cualquier modo, que cuando se lo busca es por algo importante. Y, por eso, se hace tiempo en donde no lo tiene; especialmente, tratándose de sacerdotes y consagrados.
Una anécdota lo pinta de cuerpo entero. En enero de 1997, hace veinte años, siendo yo todavía laico, y en pleno trabajo periodístico en la televisión porteña, le comenté que viajaría, por primera vez, a España, para visitar el pueblo donde nació mi abuelo paterno, Avelino, en Colunga, Asturias. Me preguntó si, también, iría a Madrid… Ante mi respuesta afirmativa me dijo, entonces: «No dejes de visitar el Museo del Prado, y de detenerte un buen momento, en oración, ante el cuadro La Anunciación, de Fra (hoy beato) Angélico. Con esa imagen de la Santísima Virgen, llena del Espíritu Santo, quisiera que se cerraran mis ojos, en la hora de mi muerte». Efectivamente, cumplí su consejo. ¡Y vaya si me fue de provecho!… No dudo de que, ese momento, fue un hito importante en la historia de mi vocación sacerdotal.
La cercanía de la casa familiar, con su residencia en Buenos Aires, hace que una y otra vez lo encuentre por la calle. Por lo general, es en medio de sus caminatas diarias; prescritas por el médico. ¡Treinta cuadras sí o sí; que cumple con incondicional obediencia…!.
Esta tarde volví a cruzarlo. Sé que, cuando es así, no debo interrumpirlo demasiado; para no alterar su ritmo aeróbico… De cualquier modo, le di mis saludos de Navidad; y, como no lo encontraré ese día, me adelanté a las felicitaciones por sus 85 eneros… Gracias, me dijo; con esa sonrisa sobria que lo caracteriza, mezcla de gratitud, asombro y hasta casi de espanto… Supe entender que me decía todo es regalo de Dios, queda mucho por hacer, y falta poco para el encuentro definitivo… Fuerte apretón de manos, y siguió su marcha…
Cuando se iba quise seguirlo con la mirada. Con vestimenta no eclesiástica, pero tampoco deportiva; con humilde y traspirada ropa común, emergía de su camisa, sobre su nuca –seguramente trasladado a ese sitio por los movimientos- un gastado escapulario de la Virgen del Carmen… Como gesto definitivo de su absoluta confianza en María Santísima, para llegar al Cielo… Con la «sabiduría e inteligencia de doce profesores universitarios, y la piedad de un niño de Primera Comunión», como dijera el lúcido y valentísimo cardenal Joachim Meisner, del papa Benedicto XVI.
¡Gracias, muchísimas gracias, querido padre Alfredo! ¡Gracias por todo lo que nos deja a sus tantísimos hijos sacerdotes, hoy destinados en distintas partes del mundo…!. ¡Siga caminando hacia la meta! ¡Hacia la corona de gloria que no se marchita (1 Pe 5, 4)…!
P. Christian Viña, sacerdote