Como dijo recientemente el Papa Francisco, en su viaje al Cáucaso, estamos asistiendo a una ofensiva contra la familia, reflejada en muchos ataques contra ella. Voy a hacer referencia a dos de ellas. Una, la encontré en mi periódico local, “la Rioja”, con el siguiente titular: “25 colectivos políticos y sociales llevan al fiscal el folleto homófobo de ‘Hazte oír’” (entre esos esos 25 colectivos no estaban ni el PP, ni el sindicato ANPE. A cada uno lo suyo. Firman en cambio los otros tres grandes Partidos políticos y los demás sindicatos importantes). Esta gente afirma “no se puede hablar de curar a personas homosexuales porque no es una enfermedad”. No voy a discutir esto, pero lo que es evidente es que en todo el mundo, incluida España, cada vez hay más personas que eran homosexuales y han logrado llegar, en buena parte ayudados por médicos, a la heterosexualidad. Y es este hecho el que molesta a esta gente, porque para ellos contra el dicho filosófico “contra el hecho no valen argumentos”, es la realidad la que debe acomodarse a la ideología y no la ideología a la realidad. Al fin y al cabo para relativistas y partidarios de la ideología de género las palabras Verdad, Mentira, Bien y Mal no significan lo mismo que para nosotros.
Creo que una de las cosas que más puede molestar a los defensores de la ideología de género es que se les recuerde y se ponga a la luz que pretendan terminar con el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones y creencias, que quieran liquidar la libertad de enseñanza, que traten de imponer a los niños la diversidad sexual, tal como la entienden ellos, es decir, que pueda haber niñas con pene y niños con vulva, lo que me parece una solemne majadería, que discriminen a la familia natural y traten de imponer modelos familiares a padres, maestros y centros de enseñanza, así como privilegiar el lobby LGTBI entregándoles la educación afectivo sexual y una financiación pública de sus actividades, absolutamente desproporcionada y discriminatoria.
El segundo ataque fue contra doña Alicia Rubio Calle, por presentar en San Fernando (Cádiz) su libro ‘Cuando nos prohibieron ser mujeres… y os persiguieron por ser hombres’. Podemos presentó en ese Ayuntamiento una moción de reprobación por haber permitido la presentación del libro. Y es que cuando uno no piensa lo mismo que ellos se encuentra con la acusación de fascista. Cuando uno lee el libro se da cuenta que la autora tiene razón, y por eso hay que perseguirla. Resulta curioso que el ideal de las feministas radicales sea ser varones y que los comportamientos masculinos se pongan como ejemplo de lo que debe hacer una mujer, mientras se nos miente u oculta la verdad descaradamente, como cuando no se nos dice que un tercio de las víctimas de la violencia de género, según el lobby, violencia doméstica según otros, sean varones, o la sentencia unánime del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo en este verano que el matrimonio homosexual no es un derecho humano fundamental.
El error de doña Cristina Cifuentes y demás fans de la ideología de género, al redactar la Ley de Protección integral contra la LGTBIfobia y la discriminación por razón de orientación e identidad sexual fue no darse cuenta que Madrid es una caja de resonancia y que lo que sucede allí no pasa inadvertido, aparte que ha llegado el momento que muchos católicos y no sólo católicos se sentían interpelados en su conciencia para ponerse a la obra contra una ideología implacable y anticientífica que atenta contra la libertad. Por ello ha surgido una Plataforma por las Libertades en defensa de ellas y Rajoy ha de ser consciente que ha pisoteado demasiadas líneas rojas señaladas por Benedicto XVI y que si quiere no perder el voto católico tendrá que rectificar ampliamente en el Congreso de su Partido. Matrimonio, Familia, Maternidad y Religión son asuntos suficientemente serios para que quien los ataca cuente con mi aprobación. Yo, desde luego, no pienso votar a un Partido que defienda la diabólica ideología de Género. Los textos de los tres últimos Papas son suficientemente contundentes.
Pedro Trevijano