Basta con ver cualquier programa televisivo para darnos cuenta que uno de los grandes problemas que afecta a nuestra Sociedad es el de la corrupción. Es cierto que todos los Partidos se hartan de denunciar la corrupción e incluso la emplean como arma arrojadiza contra los demás, aunque suelen ser muchísimo más tímidos si afecta a los del propio Partido.
Tengo un hermano, fallecido en el 2007, que pocos días antes de su muerte publicó un libro titulado “Contra la corrupción en la Administración. Defensa de los accionistas minoritarios frente a las grandes corporaciones”. El libro lleva esta dedicatoria: “A los que luchan en defensa del Derecho y de la Justicia, sin admitir que la decepción que produce el que los que deben actuar permitan su atropello, degenere en resignación”. Recuerdo que un nieto suyo me decía: “El abuelo se equivocó. Él creía que era una sociedad sana con algunos elementos corruptos, cuando la realidad es que estamos ante una sociedad corrupta, con algunos elementos sanos”. Pero si hay algo que no podemos hacer nunca es descorazonarnos. Muchas veces he contado la anécdota que se atribuye a san Juan XXIII, que ante una persona que le decía: “El mundo está muy mal. La sociedad está podrida” le contestó: “Tiene Vd. razón, pero vamos a hacer una cosa, Vd. y yo vamos a ser dos buenas personas. Así habrá dos sinvergüenzas menos”. Lo que hagan los demás, me interesa relativamente poco, yo con quien debo estar en paz, como creyente que soy, es con Dios y con mi propia conciencia, pero san Juan XXIII nos enseña el camino: ser yo una persona decente e intentar que alguien más también lo sea.
Debo decir que, aunque oigo hablar mucho de que hay que luchar contra la corrupción, sin embargo apenas escucho mencionar la regeneración moral, que es necesaria para combatir la corrupción. Para muchos, entre ellos buena parte de nuestra clase política, la corrupción atañe sólo al séptimo mandamiento, mientras que afecta o puede afectar a todos los sectores de la vida, dado que dicen que no hay una Verdad absoluta, ni valores permanentes, sino sólo relativos. Me preocupa igualmente que se está siguiendo una línea radicalmente equivocada a la hora de educar en valores, tratando incluso de destruir la familia, olvidándose que la educación afectivo sexual ha de ser una educación para el amor, y no simplemente para el placer. Pero estas doctrinas equivocadas cuentan con la complicidad de buena parte de la clase política, así como de poderosos lobbys, habiendo conseguido elevar a la categoría de ley la doctrina anticristiana y anticatólica, condenada por los tres últimos Papas, de la ideología de género.
No hace mucho me decía una maestra que la regeneración moral debía empezar por los niños, vacunándoles contra aquéllos que intentan corromperles. El verano pasado el Papa Francisco, en una visita a una parroquia de Roma, elogió a una familia que cuando los hijos llegaban de la escuela, les preguntaban qué les habían enseñado, por si había que recatequizarlos. Una madre se me quejaba que a su hija de doce años, le habían regalado un condón y enseñado a masturbarse. Los padres deben darse cuenta que la tarea de educar a sus hijos es algo que les incumbe principalmente a ellos, y que deben estar muy en contacto con la escuela, para apoyar a los maestros que sí creen en una educación en valores humanos y cristianos, y saber contrarrestar a aquéllos que, con buena voluntad o sin ella, intentan desviar del camino recto a los chavales. La educación tiene por objeto crear personas libres y responsables, siendo la fe en Dios muy importante para vivir los valores humanos y cristianos, es decir los del Decálogo y de las obras de misericordia, aunque estemos sujetos a debilidades humanas, como nos recuerda el refrán popular: “Delante de la casa del creyente no dejes el trigo, y en la del no creyente, ni el trigo ni la cebada”. Por ello cuando se plantea el problema del último porqué del dinamismo que hay en el mundo y de su sentido final, son los problemas del Derecho Natural y el de Dios los que se plantean. Ante esta cuestión uno no puede quedarse neutral y se van a deducir consecuencias transcendentales para la Moral o Ética, puesto que "separados de Mí no podéis hacer nada"(Jn 15,5), y no es lo mismo para nuestro actuar el estar abiertos hacia la esperanza y la Trascendencia y la vida más allá de la muerte o el permanecer en la Inmanencia de quien piensa no existe el más allá.
Pedro Trevijano, sacerdote