Pueden ser considerados como los postulados del pensamiento del papa Francisco, desde el momento que, además de resultar recurrentes en su enseñanza, son presentados por él como criterios generales de interpretación y evaluación.
Ellos son:
- el tiempo es superior al espacio;
- la unidad prevalece sobre el conflicto;
- la realidad es más importante que la idea;
- el todo es superior a la parte.
En «Evangelii gaudium», n. 221, Francisco los llama «principios». Personalmente, considero por el contrario que ellos pueden ser considerados «postulados», término que en el vocabulario Zingarelli de la lengua italiana designa una «proposición carente de evidencia y no demostrada, pero admitida igualmente como verdadera en cuanto necesaria para fundamentar un procedimiento o una demostración».
Siempre en «Evangelii gaudium», n. 221, el Papa afirma que los cuatro principios «brotan de los grandes postulados de la Doctrina Social de la Iglesia».
Pero los que en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia son señalados como «principios permanentes» y «verdaderos y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica» son más bien la «dignidad de la persona humana», el «bien común», la «subsidiaridad» y la «solidaridad», a los cuales están vinculados el destino universal de los bienes y la participación, además de los «valores fundamentales de la vida social» como la verdad, la libertad, la justicia y el amor.
Ahora bien, es difícil captar la derivación de los cuatro postulados de «Evangelii gaudium» de los llamados «principios permanentes» de la doctrina social de la Iglesia. O por lo menos tal derivación no es tan evidente: es necesario sacarla a la luz y no darla por descontada.
El hecho es que ellos han sido siempre los principios primeros del pensamiento del papa Francisco. El jesuita argentino Juan Carlos Scannone nos informa que «cuando Jorge Mario Bergoglio era provincial, en 1974, ya los usaba. Yo formaba parte con él de la congregación provincial y lo he escuchado mencionarlos para iluminar distintas situaciones que se trataban en ese foro».
Hay que tener presente que en 1974 Bergoglio tenía 38 años, era jesuita desde hacía dieciséis años (1958), se había graduado en Filosofía una década atrás (1963), era sacerdote desde cinco años antes (1969), era provincial desde hacía un año (1973-1979) y todavía no había estado en Alemania (1986) para completar sus estudios. Parecería entonces que esos cuatro postulados son el resultado de las reflexiones personales del entonces joven Bergoglio.
En la exhortación apostólica «Evangelii gaudium» Francisco los vuelve a proponer, «con la convicción de que su aplicación puede ser un genuino camino hacia la paz dentro de cada nación y en el mundo entero» (n. 221).
Primer postulado: «el tiempo es superior al espacio»
Entre los cuatro postulados, éste parecería ser el más apreciado por el papa Francisco. Lo encontramos enunciado por primera vez en la encíclica «Lumen fidei» (n. 57). Lo volvemos a encontrar, junto con los otros tres principios, en «Evangelii gaudium» (nn. 222-225). Posteriormente es retomado en la encíclica «Laudato si’» (n. 178). Por último, es citado, dos veces, en la exhortación apostólica «Amoris laetitia» (nn. 3 y 261).
Pero es el menos inmediatamente comprensible en su formulación. Se torna claro sólo cuando se lo explica. «Evangelii gaudium» lo aclara de la siguiente manera:
«Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad» (n. 223).
Es más concisa la exposición de «Amoris laetitia»: «Se trata de generar procesos más que de dominar espacios» (n. 261). Pero en esta última exhortación apostólica se hace una sorprendente aplicación del principio en cuestión:
«Recordando que el tiempo es superior al espacio, quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales. Naturalmente, en la Iglesia es necesaria una unidad de doctrina y de praxis, pero ello no impide que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella. Esto sucederá hasta que el Espíritu nos lleve a la verdad completa (cf. Jn 16,13), es decir, cuando nos introduzca perfectamente en el misterio de Cristo y podamos ver todo con su mirada. Además, en cada país o región se pueden buscar soluciones más inculturadas, atentas a las tradiciones y a los desafíos locales» (n. 3).
Debemos reconocer sinceramente que la derivación de esa conclusión a partir del principio examinado no es tan inmediata y evidente como el texto parecería suponer. Parece dar a entender que la esencia del primer postulado está en el hecho que no se debe pretender uniformar todo y a todos, sino dejar que cada uno recorra su propio camino hacia un «horizonte» (nn. 222 y 225) que permanece más bien indefinido.
En la entrevista publicada por el padre Antonio Spadaro en «La Civiltà Cattolica», el 19 de setiembre de 2013, Francisco expone el principio en una perspectiva más teológica:
«Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. El tiempo inicia los procesos, el espacio los cristaliza. Dios se encuentra en el tiempo, en los procesos en curso. No necesita privilegiar los espacios de poder respecto a los tiempos, también largos, de los procesos. Debemos comenzar procesos más que ocupar espacios. Dios se manifiesta en el tiempo y está presente en los procesos de la historia. Esto hace privilegiar las acciones que generan dinámicas nuevas. Requiere paciencia y espera» (p. 468).
En la revista «PATH», de la Pontificia Academia Teológica (n. 2/2014, pp. 403-412), don Giulio Maspero identifica las fuentes del principio en san Ignacio [de Loyola] y en Juan XXIII - citados por Francisco en la entrevista concedida al padre Spadaro -, y en el beato Pedro Fabro, citado en «Evangelii gaudium», n. 171, mientras que excluye como fuente a Romano Guardini, también citado en EG, n. 224. En el principio se reconoce «una profunda raíz trinitaria», mientras que su clave hermenéutica, de naturaleza puramente teológica, se encuentra en la afirmación de la presencia y de la manifestación de Dios en la historia. Francamente, cansa un poco seguir el razonamiento de don Maspero en este comentario apasionado suyo del principio de la superioridad del tiempo respecto al espacio.
Personalmente, en lugar de las raíces teológicas – que todavía hay que probarlas – no puedo no advertir en la base del primer postulado algunos filones de la filosofía idealista, como el historicismo, el primado del devenir sobre el ser, el surgimiento del ser a partir de la acción («esse sequitur operari»), etc. Pero es un discurso que debería ser profundizado por los expertos en el ámbito científico.
Segundo postulado: «La unidad prevalece sobre el conflicto»
También este principio fue enunciado por primera vez en la encíclica «Lumen fidei» (n. 55). Su tratamiento más extenso se encuentra en «Evangelii gaudium» (nn. 226-230). Lo encontramos por último en la encíclica «Laudato si’» (n. 198). EG parte de una constatación:
«El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad» (n. 226).
Y describe tres actitudes:
«Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso» (n. 227).
La tercera actitud se basa en el principio: «la unidad es superior al conflicto», que es calificado precisamente como «indispensable para construir la amistad social» (n. 228). Este principio inspira el concepto de «diversidad reconciliada» (n. 230), recurrente en la enseñanza del papa Francisco, sobre todo en el campo ecuménico.
El gran problema de este postulado es que supone una visión dialéctica de la realidad, muy similar a la de Hegel:
«La solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna» (n. 228).
Esta «resolución en un plano superior» recuerda mucho a la «Aufhebung» hegeliana. No parece casual entonces que después, en el n. 230, se hable de una «síntesis», que evidentemente supone una «tesis» y una «antítesis», los polos en conflicto entre ellos. También en este caso habría que profundizar el discurso.
Tercer postulado: «La realidad es más importante que la idea»
Éste está expuesto en «Evangelii gaudium» (nn. 231-233) y es retomado posteriormente en «Laudato si’» (n. 201):
«Existe también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría» (EG 231).
Podría parecer que este postulado es el más fácilmente comprensible y aceptable, el más cercano a la filosofía tradicional. La profundización que hace «Evangelii gaudium» es muy atractiva y, a primer vista, absolutamente compartible:
«La idea – las elaboraciones conceptuales – está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento. Hay que pasar del nominalismo formal a la objetividad armoniosa. De otro modo, se manipula la verdad, así como se suplanta la gimnasia por la cosmética» [Platón, «Gorgias», 465] (n. 232).
En la citada revista de la Pontificia Academia Teológica, el padre Giovanni Cavalcoli se deja llevar a un entusiasta comentario de este principio, asimilándolo, sin posteriores puntualizaciones, al tradicional realismo gnoseológico aristotélico-tomista.
Pero en mi opinión no tiene en cuenta dos aspectos importantes:
- el contexto en el que se expone el principio, que es un contexto sociológico con repercusiones de carácter pastoral. «Evangelii gaudium» no es un ensayo de filosofía del conocimiento: aunque se trata de un principio filosófico, el tercer postulado es utilizado en función del desarrollo de la convivencia social y de la construcción de un pueblo (n. 221);
- y el lenguaje utilizado, que no es un lenguaje técnico. Cuando en el documento se habla de «idealismos y nominalismos ineficaces» no se está refiriendo a las corrientes históricas del idealismo y del nominalismo, ya que es muy cierto que se usa el plural. Sobre todo los términos «idea» y «realidad» son entendidos en un sentido diferente de aquél en que podría entenderlos la gnoseología tradicional. La «realidad» de la que se habla en «Evangelii gaudium» no es la realidad metafísica, sinónimo de «ser», sino una realidad puramente fenoménica. La «idea» no es la simple representación mental del objeto, sino que – como señala el texto mismo – es sinónimo de «elaboraciones conceptuales» (n. 232) y, en consecuencia, de «ideología». Por otra parte, el uso de expresiones existenciales como, por ejemplo, el verbo «convocar» habría debido dar a entender inmediatamente que no se trata del lenguaje escolástico tradicional.
Estas observaciones tienen consecuencias importantes. El postulado «la realidad es más importante que la idea» no tiene nada que ver con la «adaequatio intellectus ad rem» [adecuación del intelecto a la cosa]. Esto significa más bien que debemos aceptar la realidad tal como es, sin pretender cambiarla en base a principios absolutos, por ejemplo, los principios morales, que son solamente «ideas» abstractas, que la mayoría de las veces corren el riesgo de transformarse en ideologías. Este postulado está a la base de las continuas polémicas de Francisco contra la doctrina. En este sentido, es significado cuanto afirmó el papa Bergoglio en la entrevista en «La Civiltà Cattolica»:
«Si el cristiano es restauracionista, legalista, si quiere todo claro y seguro, entonces no encuentra nada. La tradición y la memoria del pasado deben ayudarnos a tener el valor de abrir nuevos espacios en Dios. El que hoy busca siempre soluciones disciplinarias, el que tiende en forma exagerada a la 'seguridad' doctrinal, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, tiene una visión estática e involutiva. De este modo la fe se convierte en una ideología entre muchas» (pp. 469-470).
Cuarto postulado: «El todo es superior a la parte»
Encontramos este principio expuesto ampliamente en «Evangelii gaudium» (nn. 234-237) y retomado después sintéticamente en «Laudato si’» (n. 141):
«El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza» (EG 235).
Aquí se aprecia el intento de tener juntos los dos polos que están mutuamente en tensión – el todo y la parte – y que en EG se los identifica con la «globalización» y la «localización» (n. 234). La valorización de la parte, que no debe desaparecer en el todo, es representada por la figura geométrica, querida por el papa Francisco, del poliedro, en contraposición a la esfera (n. 236).
El problema es que el principio, tal como está formulado, no expresa ese equilibrio entre el todo y las partes. Habla abiertamente de la superioridad del todo respecto a las partes. Esto está en contraste con la doctrina social de la Iglesia, la cual declara efectivamente que la persona es un ser constitutivamente social, pero reafirmando al mismo tiempo su primado y su irreductibilidad en el organismo social (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nn. 125 y 149; Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1878-1885). Existe el riesgo que, al limitarse a repetir el cuarto postulado sin precisiones ulteriores, éste pueda ser entendido en sentido marxista y justificar así la anulación del individuo en la sociedad.
Hay que tener presente que también desde un punto de vista hermenéutico la relación entre el todo y las partes no es descrito en términos de superioridad sino de circularidad, el llamado «círculo hermenéutico»: el todo es interpretado a la luz de las partes; las partes a la luz del todo.
Conclusiones
Que en la realidad en la cual estamos viviendo existen polaridades es un hecho difícilmente discutible. Lo que cuenta es la actitud que asumimos frente a las tensiones que experimentamos cotidianamente en nuestra vida. De la consideración de los cuatro postulados en su conjunto parecería que se debe concluir que la actitud más acorde es la de poner juntos los polos que se oponen, pero suponiendo que uno de los dos es superior al otro: el tiempo es superior al espacio; la unidad prevalece sobre el conflicto; la realidad es más importante que la idea; el todo es superior a la parte.
Personalmente, he considerado siempre que las tensiones son más bien «gestionadas»; que es utópico pensar que ellas puedan ser, mientras estamos en esta tierra, definitivamente superadas; que por otra parte es un error tomar partido por uno de los dos polos contra el otro, como si el bien estuviera solamente en un lado y en el otro sólo hubiera mal (una visión maniquea de la realidad siempre rechazada por la Iglesia). El cristiano no es el hombre del «aut aut» [o...o], sino del «et et [y...y]». En este mundo hay – ¡debe haber! – espacio para todo: para el tiempo y para el espacio, para la unidad y para la diversidad, para la realidad y para las ideas, para el todo y para las partes. No se excluye nada, en caso contrario sufre el desequilibrio de la realidad, que puede llevar a conflictos devastadores.
Otra observación que se podría hacer al término de esta reflexión es que la exposición de estos cuatro postulados demuestra que, en el obrar humano, es inevitable dejarse conducir por algunos principios, que por su naturaleza son abstractos. No sirve para nada entonces polemizar sobre la naturaleza abstracta de la «doctrina», oponiéndole una «realidad» a la que debería simplemente adecuarse. Si no es iluminada, guiada, ordenada por algunos principios, la realidad corre el riesgo de desembocar en un caos.
El problema es: ¿cuáles principios? Sinceramente no se ve por qué los cuatro postulados de los que nos estamos ocupando pueden orientar legítimamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo, mientras la mismísima legitimidad no puede ser reconocida en otros principios, a los que se reprocha continuamente su naturaleza abstracta y su carácter al menos potencialmente ideológico.
No se puede negar que la doctrina cristiana corre el riesgo de transformarse en ideología. Pero el mismo riesgo se sigue de cualquier otro principio, incluidos los cuatro postulados de «Evangelii gaudium»; con la diferencia que éstos son el resultado de una reflexión humana, mientras la doctrina católica se basa en una revelación divina.
Que no nos suceda hoy lo que le ocurrió a Marx, quien, mientras acusaba de ideología a los pensadores que lo precedieron, no se dio cuenta que estaba elaborando una de las ideologías más ruinosas de la historia.
P. Giovanni Scalese
Publicado orignalmente en el blog de Sandro Magister en Chiesa