Una realidad que más o menos todos experimentamos, son las dudas de fe. La dimensión religiosa y la búsqueda de la verdad son connaturales al ser humano, pero no es un camino recto ni diáfano, sino lleno de oscuridades, avances y retrocesos. Lo religioso preocupa, y signo de ello es la cantidad de veces que, incluso en conversaciones ordinarias, surge el tema. Incluso quien se declara ateo, o trata de vivir ignorando el problema religioso, acabará diciéndote que tampoco él lo tiene del todo claro.
Como sacerdote me he tenido que enfrentar no sólo con mis dudas, sino también con abundantes consultas sobre este tema. A quien me habla del asunto, e incluso se confiesa de tenerlas, le digo que frente a ellas es posible adoptar dos actitudes: la primera, simplemente considerarlas como tentaciones del demonio. Pero en realidad se trata de una evasión del problema y, como me dijo en cierta ocasión un profesor, lo primero que hay que hacer para resolver un problema es planteárselo, por lo que se trata de una mala solución, pues la duda sigue corroyendo a la persona, pudiendo provocarle un auténtico desastre espiritual.
Por lo dicho está claro que prefiero la segunda actitud, que consiste en afrontar la duda y tratar de resolverla, sea por mis propios medios, sea por libros o solicitando ayuda a personas más competentes. Pienso que uno de los grandes problemas del ser humano actual, y el motivo para muchos de su alejamiento de la Religión y de la Iglesia, es el desnivel entre sus conocimientos y su formación religiosa. Mientras en estudios y cultura han seguido progresando a lo largo de su vida, su educación religiosa terminó el día de su confirmación o antes. Muchos se encuentran en una situación parecida a la de los adolescentes con la ropa que utilizaron hace cinco años y que ya no les sirve, porque se les ha quedado pequeña. O crecemos y maduramos en nuestra fe, o nuestro vestido religioso se nos queda raquítico y no nos sirve para nada.
Y aquí es donde juegan un positivo e importantísimo papel nuestras dudas de fe. Son un instrumento que Dios nos da para madurar en nuestra fe y cultura, y es que la fe que no se hace cultura no es plenamente vivida. Tenemos que hacer la síntesis entre fe, cultura y ciencia, resolviendo los interrogantes que la fe nos plantea. Es evidente que cuanto más profundicemos en nuestra formación y cultura religiosa, el círculo de nuestros conocimientos será cada vez mayor y sabremos responder a más interrogantes, pero he dicho círculo con toda intención, porque cuanto mayor es el círculo, mayor será la circunferencia y más nos damos cuenta de todo lo que no sabemos, como sucede igualmente en el campo de cualquier ciencia, donde cualquier especialista es el más consciente de todo lo que no sabe.
Por ello cuando alguien me plantea que tiene dudas de fe, procuro que me las concrete, porque a veces tienen fácil solución. Pero no debo olvidar que la fe es un don y una gracia de Dios que ayuda a quien la tiene a realizar su propia realización y perfección y a contribuir a la transformación positiva del mundo, como lo muestra el hecho que es la Iglesia la que más hace por los necesitados y marginados. Es muy posible que la fe sea compatible con algún problema no resuelto, como me sucedió con el mandamiento del Decálogo de no hacer imágenes, que no logré entender su derogación hasta que un día encontré en el Catecismo de la Iglesia la razón por la que ese mandamiento ya no obligaba. Pero el que la fe sea un don y una gracia me obliga a respetar profundamente a quienes carecen de ella, incluso a veces, deseándolo profundamente. En ese caso no puedo por menos de recordar el canon IV de la Misa: “tendiste la mano a rodos, para que te encuentre el que te busca”.
Pedro Trevijano Etcheverría