Ciudadanos y PSOE consideran necesario un pacto educativo que deje fuera de las aulas la Religión. Es Luis Garicano, ideólogo económico de Ciudadanos, quien se muestra pertinaz en reivindicar una vieja aspiración laicista: expulsar del sistema educativo la asignatura de Religión. Lo peor es que justifica su deseo desde un cinismo manipulador, al considerar que el debate sobre la Religión es «un debate cuña», generador de conflictos y divisiones políticas, como si nos encontrásemos en un estado de guerra suspendido por culpa de la Religión católica en España. Si la Religión es un «debate cuña» es por el intento de mutilar al hombre, de comprenderlo desde la razón secular, sin un origen y finalidad comunes.
Por su parte, el político y profesor Ángel Gavilondo no quiere que el socialismo vaya por detrás del liberalismo en cuanto a portador de «modernidad» y de «progreso», y considera que un acuerdo de mínimos garantiza «la equidad y la excelencia», como si su metafísica de la inmanencia, inmersa en el corazón del ateísmo y ajena a su pasado de fraile, produjera bienestar para España. En realidad, el socialismo sólo ha servido para quedar vinculados con modos de pensamiento que sólo celebran la utilidad y los deseos, la exaltación subjetiva de derechos, la demanda de bienes y necesidades de individuos autónomos y aislados.
El análisis comparado de la situación de la enseñanza de la Religión en Europa indica que, si exceptuamos a Francia, donde incluso se introdujeron cambios desde la reforma Fillon de 2005, la asignatura está perfectamente consolidada en el sistema escolar, siendo dominante la enseñanza confesional. Desde esta pequeña observación, la campaña «la religión fuera de la escuela», más radical que el actual laicismo francés, sólo puede significar un ideologismo que, lejos de buscar cualquier pacto, sólo quiere acabar abiertamente con la enseñanza de la Religión. Lo decía Gramsci: el socialismo es la religión que mata al cristianismo, pero le arrebata antes el corazón o la forma de organizar la cultura.
La ideología no sólo aspira a dinamitar cualquier derecho de los padres sobre la educación moral y religiosade sus hijos en el ámbito escolar, sino que reivindica una determinada cosmovisión del mundo, procurando su propio marco ideológico como discurso dominante, como lógica última que estructura cualquier disciplina y expulsa hasta exterminar aquellas otras visiones que no son conformes a la ideología, usurpando así desde la política el lugar de la religión. En realidad, sólo la Religión puede permanecer como discurso dominante, al no estar sometida a dominación alguna.
El debate educativo debe abrirse a la tradición del pensamiento judeo-cristiano, a nuestra propia tradición de pensamiento católico, que nos permita ver, como ahora mismo yo lo hago, las enormes restricciones a las que nos lleva la ideología en la reflexión social, política y económica, o en el ámbito educativo. Acordar o pactar una supuesta jerarquía de valores excluyendo cuanto se sale del propio código ético ideológico, retirando aquello que da valor e integra a todas las otras disciplinas, a lo que sustantiva la vida del hombre como es su relación constitutiva con Dios, no sólo no cancelará el «debate cuña» de la Religión, sino que lo hará crónico en su esfuerzo incívico por domesticar y silenciar desde el poder público el bien que significa la misma Religión para la formación integral de la persona.
Roberto Esteban Duque