Es muy importante proceder con gran prudencia a la hora de elegir la persona con la que se ha de compartir la vida. Ante todo es necesario encontrarse a gusto al abordar juntos las cosas normales de la vida, imponiéndose por ello un período de mutuo conocimiento y de trato íntimo entre ambos. Característico del noviazgo actual es la libertad en la elección del otro y su fundamento en el amor mutuo. El noviazgo está para conocerse y, si la cosa no marcha, para romperse. Los novios forman una pareja mutuamente deudora de conocimiento, fe mutua, fidelidad, respeto, ayuda, comprensión, reciprocidad, amor y franqueza, pero es un período de prueba, preparación y avance, no un matrimonio, y por ello su lazo de unión puede ser roto. Este conjunto de cualidades, así como la posible ruptura de la relación mutua, constituye lo esencial del noviazgo, puesto que de este modo se permite a ambos prometidos decidirse libre y razonablemente por el matrimonio.
El noviazgo es uno de los períodos más bonitos de la vida humana, en el que ambos se sienten estimulados a dar lo mejor de sí, por lo que es una época psicológicamente muy rica y debe ser un tiempo de crecimiento en valores humanos y cristianos, de educación al diálogo y a la responsabilidad, de aprendizaje al dominio y don de sí y de respeto y acogida al otro. Para emprender el camino del noviazgo, uno tiene que sentirse enamorado. El sentirse atraído hacia alguien del sexo opuesto y el enamorarse son sólo el primer paso para llegar a conocer el verdadero amor. El enamoramiento es un sentimiento que surge espontáneamente y no puede programarse, pero no es sólo el encanto del primer encuentro y descubrimiento del otro, sino que uno se da cuenta de que está enamorado, aunque la voluntad también tiene algo que decir, porque se trata de prepararse para una entrega total y para siempre. Enamorarse es entrar en intimidad permitiendo al otro penetrar por el amor en mi círculo interior y a la vez el enamorado, su persona y entorno, me interesa vivamente. El enamoramiento es la puerta de entrada en el misterio de otra persona, que se me aparece como única y a la que quiero con un amor exclusivo y diferente al que tengo con cualquier otra persona.
Pero no por ello deja de tener sus peligros y es que se trata de una experiencia temporal destinada a terminar en un plazo más o menos largo, pues hay que volver al mundo real y ver al otro tal como es, con sus virtudes y defectos, por lo que hay que saber dar el paso del enamoramiento al amor, transformación que se realiza por un ejercicio combinado de la inteligencia y de la voluntad. Lo verdaderamente importante en una pareja no es estar enamorados, sino amar y sentirse amado por una persona que ha escogido también quererme con su razón y voluntad, es decir con toda su persona, pues ve en mí alguien que merece ser amado.
El noviazgo permite conocer al otro y comprobar si el primer sentimiento espontáneo se transforma en verdadero amor. «El amor no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor... Es propio de la madurez del amor que abarque todas las potencialidades del hombre e incluya, por así decir, al hombre en su integridad» (Encíclica de Benedicto XVI «deus caritas est» nº 17). El amor es una realidad tan maravillosa que hemos sido creados para amar. Amar y ser amado es el sentido de la vida. Aunque el amor comporta siempre una dimensión de amistad, es más rico que ésta y supone la superación de una relación simplemente amistosa y su transformación en otra orientada hacia la exclusividad, con compromisos nuevos y serios, aunque aún no definitivos. El amor es un camino, un proceso en el que hay una potencialidad que exige ser desarrollada en una tendencia hacia la duración y búsqueda del bien del otro. Progresar en el amor requiere su tiempo. La alegría de amar y sentirse amado transforma toda nuestra vida, incluso los más pequeños detalles de la vida cotidiana. Con él, la pareja empieza a soñar y preparar su futura vida abierta a nuevas vidas con un mundo familiar nuevo y un proyecto económico en común. A solas los dos, con palabras de amor y muestras de ternura, pero también en compañía de otros jóvenes con los que cada uno puede comparar al otro, se van conociendo mejor. Las más variadas situaciones, en la familia o en el trabajo, les deparan la ocasión de compartir valores y percibir los puntos fuertes y flacos del otro. Lentamente van conociendo los antecedentes, intereses y familia del otro, así como sus criterios personales, algo fundamental para poderse conocer y decidir si pueden atreverse a intentar vivir una vida en común. Es muy importante conocer el carácter, las creencias y el valor que el otro da a la familia. Todo ello es necesario a fin de que la elección efectiva tenga el criterio de responsabilidad y de profundidad humana, religiosa y espiritual que merece tal decisión.
Pedro Trevijano, sacerdote