Se esperaba que la reciente Relatio final del Sínodo de la Familia iba a dar respuestas al encendido debate sobre lo que significa acompañar pastoralmente a las parejas que están divorciadas y vueltas a casar civilmente, y específicamente a lo que se ha llamado la propuesta Kasper de admitirlos a la comunión caso por caso.
La flexibilidad entre los conceptos de doctrina y práctica pastoral fue retada, con algunos sugiriendo que la decisión de recibir o no la Comunión era una materia de la conciencia individual de las parejas divorciadas y vueltas a casar.
La redacción final del documento del sínodo no dice nada sobre la Comunión o el acceso a los sacramentos para las personas en estas situaciones. Y al no decir nada, el debate sigue hasta que, esperamos, el papa Francisco diga la última palabra sobre la cuestión. El sínodo, después de todo, es solo un medio para que el Papa recibiera opiniones antes de tomar su decisión.
Otra camino para que que el Papa se informe es, por supuesto, reflexionar sobre los pensamientos de los papas anteriores sobre la materia. En 1985, el entonces cardenal Ratzinger, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, envió una carta al arzobispo Hunthausen de Seattle en la que responde, casi punto por punto, exactamente a los cuestionamientos lanzados por la Relatio del sínodo. Y lo hace enraizando las respuestas directamente en el Magisterio de la Iglesia y en la jurisprudencia de la Rota romana y el Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica. Esto es especialmente interesante porque muchos comentaristas han tratado de separar el trigo de la paja entre la doctrina, la ley, la conciencia individual y la práctica pastoral en estos temas.
Sobre los divorciados y vueltos a casar civilmente y su admisión a los sacramentos, el Cardenal Ratzinger rechaza específicamente la así llamada propuesta Kasper, porque va contra la verdad doctrina y la disciplina canónica y advierte explícitamente contra permitir ambigüedades en este punto:
«Les han dicho a los católicos que después del divorcio y el segundo matrimonio civil, pueden en conciencia volver a los Sacramentos. Tal práctica no tiene fundamento en la enseñanza clara de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio sacramental después de la consumación, y tampoco la tiene en la jurisprudencia. Debe enseñarse claramente a la gente sobre la sacramentalidad e indisolubilidad del matrimonio cristiano. Deben hacerse todos los esfuerzos para evitar que haya materiales escritos que traten equivocadamente las propiedades esenciales del matrimonio y que puedan alentar a los divorciados a buscar un segundo matrimonio sin la declaración de nulidad del Tribunal. Al mismo tiempo, se deben dar pasos para que el Tribunal, tanto en su constitución como en su práctica, actúe de acuerdo con las prescripciones del Código de Derecho Canónico».
Sobre el papel de la conciencia individual en determinar su estado moral, el cardenal Ratzinger reafirma que la conciencia personal no es una ley por sí misma, pues está sujeta a la verdad tal como es sostenida y proclamada por la Iglesia:
«Es necesario corregir los malentendidos al respecto del papel de la conciencia al tomar decisiones morales. En particular es necesario resaltar el derecho que tiene la autoridad magisterial de la Iglesia sobre la conciencia católica»
Quizás el punto más importante de la carta, uno que necesita ser repetido urgentemente en el clima actual, trata de la verdadera naturaleza de la Iglesia y cómo funciona:
«La iglesia debe ser entendida como más que una entidad puramente social, gobernada por procesos psicológicos, sociológicos y políticos. Cuando se la mira de esta manera, su dimensión institucional o visible es puesta en oposición con su origen divino, su misión y su autoridad. Tal visión confunde el significado de la Iglesia y destruye todos los prospectos de la auténtica renovación a la que llama claramente el Concilio Vaticano II».
El papa Francisco ha llamado repetidamente a un diálogo abierto, honesto y fraternal sobre algunos de los temas pastorales más importantes a los que se enfrenta la familia cristiana hoy. El sínodo fue una parte importante en el diálogo, pero la oportunidad de enfrentar los nuevos retos parece haberse perdido en una repetición de preguntas que se respondieron hace 30 años. Es difícil de entender cómo entró esta confusión. Se podría esperar que hubiera más memoria en el salón del sínodo. Es especialmente extraño notar que fue Donald Wuerl, -ahora Cardenal-, quien fue enviado a Seattle con la responsabilidad especial de que la carta fuera puesta en práctica.
Edward Condon, canonista
Traducido por David Quiroa, del equipo de traductores de Infocatólica
Publicado originalmente en Catholic Herald