Diferencias considerables, considerable mejora.
Cargado como estaba de sociología, y no muy buena sociología, el documento de trabajo era, en más de unos cuantos puntos, difícil de reconocer como un documento de la Iglesia. El informe final es claramente un documento eclesial, un producto de la meditación de la Iglesia sobre la Palabra de Dios, entendida como la lente a través de la cual la Iglesia interpreta su experiencia contemporánea.
El documento de trabajo era bíblicamente anoréxico. El informe final es ricamente bíblico, incluso elocuentemente bíblico, como corresponde a un encuentro del Sínodo en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano Segundo y su Constitución Dogmática sobre la Revelación Divina, «Dei Verbum».
A veces, el documento de trabajo parecía casi avergonzado de la asentada doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio, sobre las condiciones necesarias para la recepción digna de la Sagrada Comunión, y sobre las virtudes de la castidad y fidelidad. El informe final reafirma la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, Sagrada Comunión, y la posibilidad de vivir virtuosamente en el mundo post-moderno. Y lo hace sin reparos, incluso cuando llama a la Iglesia a una proclamación más efectiva de la verdad lo lleva como patrimonio del mismo Señor Jesús, y a un mayor cuidado pastoral de aquellos con circunstancias maritales y familiares difíciles.
El documento de trabajo silenciaba virtualmente el don de los hijos. El informe final describe a los hijos como una de las mayores bendiciones, alaba las familias grandes, tiene cuidado de honrar los niños con necesidades especiales, y eleva el testimonio de parejas casadas felices y fructíferas y a sus hijos como agentes de evangelización.
El documento de trabajo hizo una especie de discusión a fondo de la conciencia y su papel en la vida moral. El informe final hace un mucho mejor trabajo explicando lo que entiende la Iglesia de la conciencia y su relación con la verdad, rechazando la idea que la conciencia es una especie de facultad sin ataduras de la voluntad que puede funcionar como el equivalente de la carta «Queda libre de la cárcel».
El documento de trabajo estaba lleno de ambigüedades sobre la práctica pastoral y su relación con la doctrina. El informe final, aunque no está libre de algunas ambigüedades, deja claro que el cuidado pastoral debe empezar de una base de compromiso con la enseñanza asentada de la Iglesia, y que realmente no hay algo como »opción de Catolicismo local», en términos de soluciones regionales/nacionales a los desafíos o soluciones parroquia por parroquia [en el original pone patish-by-parish, no he logrado encontrar el significado del término patish, creo que es una errata y quería decir parish-by -parish]. La Iglesia continúa siendo una Iglesia.
El documento de trabajo también era ambiguo en la descripción de «familia». El informe final subraya que no es posible trazar analogías entre lo que entiende el Catolicismo por «matrimonio» y «familia» y otros arreglos sociales, no importa su estatuto legal.
Misericordia y verdad a veces parecían en tensión en el documento de trabajo. El informe final es mucho más desarrollado teológicamente al relacionar misericordia y verdad en Dios, y entonces inseparables de la doctrina y práctica de la Iglesia.
El documento de trabajo no era una gran cosa desde el punto de vista literario y era algo más que laborioso de digerir. El documento final es bastante elocuente en un número de puntos y enriquecerá las vidas de los que lo lean, aunque muchos quizás no estén de acuerdo con una u otra formulación.
En resumen, el informe final, aunque no sin defectos, va mucho más lejos –y a años luz más allá del «Instrumentum Laboris»– en aquello que el Papa Francisco y muchos padres Sinodales querían hacer en este proceso de dos años: elevar y celebrar la visión Católica del matrimonio y la familia como una respuesta luminosa a la crisis de estas instituciones en el siglo veintiuno.
Trasfondo y oportunidades perdidas
El Sínodo-2015 también ha traído a la luz varios problemas serios que deben ser tratados mientras la Iglesia se mueve más allá de los Sínodos gemelos de 2014 y 2015, con el informe final del Sínodo-2015 como marco de trabajo para una reflexión adicional (y para el que sea el documento post-sinodal que el Papa Francisco eventualmente elija emitir).
El primero de estos problemas podría llamarse uno de digestión teológica y pastoral. Fue dolorosamente claro en más de unas pocas intervenciones en la asamblea general del Sínodo –y de alguno de los informes de los grupos de discusión del Sínodo basados en la lengua– que amplios sectores de la Iglesia mundial no han ni siquiera empezado a interiorizar la enseñanza de la «Familiaris Consortio» (la exhortación apostólica de 1981 de Juan Pablo II que completa el trabajo del Sínodo de la Familia de 1980), mucho menos la Teología del Cuerpo de Juan Pablo. Peor, algunas partes de la Iglesia Europea occidental parece que consideran cualquier referencia a este material como trillado sin esperanza, incluso si solo tiene algo más de treinta años. El entusiasmo con el que la Teología del Cuerpo fue recibida en las partes más alerta de la Iglesia en Norte América ha sido ciertamente parte de la discusión en el Sínodo-2015; pero queda mucho trabajo por hacer para que esta única perspectiva Católica sobre corporalidad, sexualidad y amor humano dé frutos pastorales en América Latina y Europa.
Todavía, quizás no sorprende que lleva tiempo arraigar la enseñanza genuina que ensancha y desarrolla la tradición Católica; estas cosas siempre llevan tiempo. Pero dada la velocidad con el que le cambio cultural (o deconstrucción cultural) está invadiendo el mundo occidental, ciertamente cabe esperar que las iglesias locales que todavía no han hecho uso de estos recursos aprieten el acelerador.
El Sínodo 2015 habría sido más honesto si hubiese sacado a la superficie el duro hecho de que el asunto de la comunión y de la conciencia a menudo funcionan como pretexto de los episcopados, normalmente desde el mundo germano-hablante, que quieren olvidar la «Humanae Vitae» y deconstruir la «Veritatis Splendor». Esas partes del Iglesia mundial nunca han perdonado a Pablo VI por reafirmar en la «Humanae Vitae», la visión clásica de los medios apropiados para regular la fertilidad. Tampoco han perdonado a Juan Pablo II el rechazo de la teología de la moral proporcionalista de grandes figuras teológicas alemanas como son Bernard Häring y Joseph Fuchs e insistir, en la «Veritatis Splendor», que algunos actos son, en y por ellos mismos, gravemente malos («malum in se»). Un prominente padre sinodal del catolicismo germano-hablante incluso fue tan lejos para sugerir, en un entrevista antes del Sínodo 2015, que siempre se podía encontrar algo bueno en todas las situaciones, que «malum in se» no tiene sentido real en nuestro mundo. (Uno inmediatamente piensa en violaciones, tortura de niños, tráfico sexual de chicas, crucifixiones y decapitaciones de cristianos por el ISIS, y se pregunta que pasa con esta notable afirmación ).
Además del orgullo intelectual que he notado como un problema en estas luchas, uno tampoco puede dejar de preguntarse sobre una cierta ceguera de la historia. La desintegración del tejido moral de Occidente está dirigiendo, paso a paso, a lo que Benedicto XVI acertadamente llamó la «dictadura del relativismo» –el uso del poder coercitivo del estado para imponer a fondo un código moral relativístico en toda la sociedad. ¿Por qué prominentes obispos gemano-hablantes no pueden ver esto?
Otro trasfondo en los debates del Sínodo 2015 ha sido una cuestión tan vieja como la controversia entre Agustín y Pelagio –y probablemente mucho más vieja que esa: ¿Somos pecadores necesitados de redención, o somos básicamente buenas personas que pueden, por nuestros propios esfuerzos, empujarnos a nosotros mismos a la nobleza a la que aspiramos? La última opción ahora viene empaquetada como «individualismo expresivo» - el término usado por el catedrático de derecho de Notre Dame Carteer Snead, en observaciones comunicadas esta semana en «Letter to the Synod» [en www.firstthings.com], para resumir la noción post-moderna de la persona como simplemente un manojo de deseos,una voluntad corporal. Es bastante malo, como el catedrático Snead dijo, cuando cinco jueces del Tribunal Supremo de EE.UU. creen en esto y lo usan para encontrar «derechos» en la constitución que habrían sido inimaginables para los que la escribieron y adoptaron ese texto y sus enmiendas. Es mucho más que malo cuando uno encuentra obispos católicos que viran en una dirección similar, equivocada, actuando bajo presiones culturales que parece que estén creando un sentido de desesperación pastoral. Aquí hay, entonces, otro asunto que necesita ser examinado seriamente en la Iglesia post-Sínodo 2015.
Finalmente, y a pesar de todas las cosas buenas del informe final, es una lástima que un Sínodo que pretendía cambiar el mundo ha acabado siendo una batalla sobre cambiar la Iglesia o permanecer fiel a su doctrina constitutiva y formal. Esto no es, uno espera, lo que el Papa Francisco quería, pero es lo que ha ocurrido, y que en sí misma ha sido una oportunidad perdida. También sugiere que la pasión por una «Iglesia permanentemente en misión» de la cual habla el Santo Padre todavía tiene que ser comunicada a algunos sectores muy importantes de la Iglesia mundial.
Una Iglesia vuelta en sí misma no es la Iglesia de la Nueva Evangelización. Queda para los que están comprometidos con el renacimiento evangélico del Catolicismo en el siglo veintiuno enlazar la familia a la misión más estrechamente de lo que ha hecho el Sínodo 2015.
Publicado en First Things, traducido por Josep Maria Fontdecaba Climent, del equipo de traductores de InfoCatólica